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La lucha contra la corrupción
Un mal de tan honda raíz, producto de la estructura misma del capitalismo, de su esencia como sociedad desigual, injusta y opresora, no es más que un efecto y no la causa principal.
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Ésta fue una de las banderas que acarreara más votos durante la campaña presidencial al partido que hoy gobierna el país y es un tema que no pasa a segundo plano en la memoria de los mexicanos, bombardeada durante meses con la promesa de que al triunfo del Movimiento Regeneración Nacional (Morena) el problema se atacaría de inmediato. La bandera había sido enarbolada por Andrés Manuel López Obrador (AMLO) mucho antes de su última campaña, y las denuncias de actos de corrupción cometidos por conocidos personajes, algunos aún activos en la política nacional, y otros reinstalados en el gabinete presidencial, tiene su antecedente en dos libros firmados por AMLO hace más de una década.

En 2018 se intensificó la propaganda despertando el interés de todos los que han sido víctimas directas o simples testigos de tan terrible mal, convertido por Morena en la causa principal de todos los demás problemas del país.

La erradicación del fenómeno se convirtió en una de las principales promesas del gobierno actual y permanece en la agenda oficial, desde luego, porque sería imposible desdecirse de la noche a la mañana; en los hechos, sin embargo, no se ha emprendido la aniquiladora guerra contra el problema para eliminarlo en un plazo inmediato; no se comenzó al día siguiente de la toma de posesión del nuevo gobierno, y probablemente no pueda desplegarse la cruzada sexenal ni al día siguiente de cumplir su primer año en el poder.

Un mal de tan honda raíz, producto de la estructura misma del capitalismo, de su esencia como sociedad desigual, injusta y opresora, no es más que un efecto y no la causa principal de todos los problemas, como alguna visión de corto alcance pudiera hacernos creer; la corrupción y algunos de sus protagonistas permanecen intocados y son aun respetables integrantes de la administración pública, y paradójicamente se les ha encomendado impedir que se realicen actos de corrupción. Probablemente el gobierno de la “Cuarta Transformación” tuvo que conciliar con ellos y hasta convertir a algunos en sus colaboradores; en la carrera por alcanzar las metas del sexenio en marcha, no se han confiscado numerosos bienes de adquisición inexplicable ni se han eliminado de la administración pública federal y local a muchos funcionarios cuyas fortunas son de origen dudoso.

Ante la persistencia de la corrupción, la presencia de funcionarios corruptos, la tolerancia del gobierno, contradictoria con sus vehementes promesas, todavía recientes, la inconformidad comienza a manifestarse y surgen denuncias contra hechos y personajes concretos cuya trayectoria de corrupción fue dada a conocer hace tiempo por el Presidente de la República, que a pesar de ello los ha integrado a su gobierno, perdonándolos, seguramente porque reconoce su derecho a arrepentirse y enmendar sus errores. Pero la población no olvida, y es posible que la fuerza social desencadenada, como en la fábula del aprendiz de brujo, se desborde y exija el cumplimiento de tan insistentes promesas de honestidad y voluntad de transformación. 


Escrito por Redacción


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