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La invención de un enemigo
En la historia de hoy, ayer y antier, varios regímenes han buscado anular políticamente a sus adversarios a través del lenguaje que se usa para descalificarlos.
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En la historia de hoy, ayer y antier, varios regímenes han buscado anular políticamente a sus adversarios a través del lenguaje que se usa para descalificarlos. Esta estrategia se realiza mediante el uso de publicidad sostenida e intelectuales de oficio que, con base en “la adulteración” de discursos o “la siembra” de pruebas falsas se dibujan o inventan rasgos negativos del enemigo u opositor a vencer. Estas imágenes se presentan ante los ojos acríticos de la gente para que ésta no oponga resistencia al retrato monstruoso del disidente, lo condene y aun colabore a su supresión. Así, a menos que los inconformes hayan desplegado con eficacia una labor para desvelar las mentiras ocultas en las acusaciones que los repulsan, mientras el Estado hace uso de la fuerza de la policía o el ejército para someter a la disidencia, ésta puede sucumbir irremediablemente.

Uno de los ejemplos más brutales de este peligroso oficio de diseñar enemigos para eliminarlos fue aplicado por los nazis contra los comunistas. Es sabido que el objetivo de Hitler consistía en imponer el capitalismo alemán por la fuerza y que, para efectuar este proyecto, debía erradicar dos amenazas que ponían en peligro la permanencia del régimen capitalista de producción en el mundo: el comunismo y la Unión Soviética. Por eso, desde los años 30 del Siglo XX, el partido Nazi desplegó una intensa labor de propaganda contra dos enemigos supuestos (judíos y comunistas) que, en su discurso, aparecían integrados en un solo enemigo: el judeocomunista.

En un primer momento esto fue útil para las clases altas alemanas y sus autoridades en el territorio germano, ya que de esta forma se deshicieron de los judíos alemanes a quienes vieron como competencia económica, estigmatizaron y persiguieron. Posteriormente, entre 1938  y 1939, utilizaron esta misma política discriminatoria sobre judíos y comunistas en Austria, Checoslovaquia y Polonia, cuyos territorios se anexaron.

Sin embargo, el mayor exterminio masivo de “enemigos inventados” se dio en el Ostfront (frente Este) cuando, en 1941, los nazis decidieron avanzar sobre la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). La historiografía del Siglo XX en Occidente se empeñó en afirmar que los integrantes del ejército alemán (la Wehrmacht) fueron relativamente inconscientes de la política nazi; es decir que, como soldados, solo siguieron órdenes en el inexcusable exterminio de otros pueblos. Pero esta visión es mentirosa, ya que está documentado que los hombres del Ostfront, tanto los mandos más elevados como la tropa, tenían consciencia de que estaban haciendo el bien al privar de la amenaza judeocomunista al mundo. Pero ¿cómo se logró convencer a un ejército tan grande de las bondades del exterminio? A través de un sistemático bombardeo ideológico sobre oficiales y soldados.

Este hecho está plenamente reflejado en todo tipo de documentos, correspondencia privada y aun en la propia normatividad militar, específicamente en los reglamentos de la sección de la Wehrmacht que cubrió el frente oriental. En ningún caso, los alemanes pusieron límites a los excesos cometidos por sus soldados contra la población civil en territorio soviético, menos si sospechaban que la víctima era judío o comunista militante. La simple sospecha era suficiente para matar de inmediato al sospechoso y ningún soldado alemán encontró castigo cuando maltrató, violó o asesinó a los habitantes del “indeseable” territorio comunista.

Hoy no estamos ni en el Siglo XX, ni en aquella Alemania; pero escuchamos toda una serie de descalificaciones contra los opositores en cada “mañanera” del presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO). Conservadores, fifís, neoliberales, etc., así se refiere el Presidente a todo medio de comunicación, organización social, manifestantes (como las feministas) o individuos que no se atenga a la línea trazada desde Palacio Nacional. Estas formas se reproducen en otros niveles del poder y entre los mismos seguidores del Presidente. Un ejemplo de esta línea política perversa del morenismo se reproduce en el estado de Puebla. Para nulificar a Antorcha Campesina, única oposición capaz frente a la mala administración morenista y único movimiento que conoce científicamente cómo dar salida a los problemas de los poblanos, el gobierno estatal de esa entidad ha desatado, de voz propia, y a través de medios de prensa afines a él, una campaña publicitaria en la que se asocia a los antorchistas con el crimen organizado. Se trata de pintarlos como indeseables y mientras se hace esa pintura, comienzan los atentados directos, como el que acaba de sufrir un miembro de nuestra organización, Osvaldo Ávila. Todos estos elementos permiten exponer que, si bien no se trata de la Alemania nazi, las prácticas del Estado mexicano tienden, peligrosamente, hacia esa dirección.


Escrito por Anaximandro Pérez

Doctor en Historia y Civilizaciones por la École de Hautes Étus en Sciences Sociales (EHESS) de París, Francia.


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