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Anarquismo es negación de toda autoridad, particularmente de todo Estado y orden legal. Una variante es el anarquismo individualista, que propone una solución individual a problemas sociales, o más bien, manifiesta el rechazo del individuo aislado al conflicto social, metiéndolo en un callejón sin salida, pues rechaza la organización, el orden y la disciplina necesarios, aunque, contradictoriamente, los grupos anarquistas se organizan. Su atractivo ante las masas es que proclama la “libertad” individual por encima de toda restricción, ley o responsabilidad social. Es el solipsismo en acción, concepción que hace al individuo pensar que solo él existe e importa.
El individualismo tiene raíces históricas. Acompaña al capitalismo como reacción frente a la dominante ideología medieval que nulificaba al hombre, convirtiéndolo en insignificante partícula del universo. Empero, si bien era preciso reivindicarlo, con el tiempo se lo absolutizó, negando o minusvalorando a la sociedad, sus leyes y tendencias; cómo el individuo pertenece a ella, donde se moldean sus actos e ideas. El anarquismo expresa la realidad de un sector social cuyos integrantes se consideran autosuficientes, y de otros, marginados de toda oportunidad, y a quienes incomoda la “falta de libertad del colectivo”.
Teóricamente, entre los precursores del individualismo anarquista destaca Max Stirner, que en 1844 expuso sus ideas en su obra El único y su propiedad. Solía decir: “Para mí, no existe nada por encima de mí”; la moral y las leyes radican en el individuo, y que toda ley social, norma ética o jurídica, son “fantasmas” o “cáscara coercitiva”; concibió como meta del hombre liberarse de ellos. De su filosofía dijo un contemporáneo: “es negatividad pura”.
En su Historia de la Filosofía, Vol. III, dice Nicolás Abbagnano sobre Stirner: “... todo lo que es diferente del yo personal, toda realidad que se distinga de él y se le contraponga, es un espectro, del que acaba siendo un esclavo” (pág. 157). Agrega luego: “Que el hombre deba vivir y actuar conforme a una idea es, según Stirner, el más pernicioso prejuicio que el hombre cultivó jamás, ya que es el prejuicio que lo convierte en esclavo de una jerarquía. La Iglesia, el Estado, la sociedad, los partidos, son jerarquías de este género que pretenden esclavizar al individuo, indicándole algo que está por encima de él (...) La libertad que predica es, por tanto, ilusoria (...)” (pág. 158). “Así que no resulta posible una sociedad jerárquicamente ordenada y organizada, sino solamente una asociación en la que todo individuo entra para multiplicar su fuerza y en la que, por tanto, no ve más que un medio. La asociación puede nacer tan solo de la disolución de la sociedad (...) la sublevación del individuo (que) tienda a abolir toda constitución política: cosa que, en cambio, no hacen las revoluciones, porque procuran sustituir una constitución por otra.” (pág. 158). Frederick Kopleston, en su Historia de la Filosofía dice: “Mi tarea debe ser entonces la de expresar la propia individualidad única sin permitir que el yo se haga esclavo de alguna fuerza que se presente como superior (...) La filosofía egoísta de Stirner (...)”. Sobre la misma línea, tiempo después, Nietzche destacará al superego, el super yo, al margen de la sociedad, enfrentado a ella (el hombre dando la espalda a su realidad).
Así, el individuo es príncipe (aunque ciertamente, imaginario). Al respecto, don Miguel de Cervantes citaba en el Quijote un popular refrán español que decía “debajo de mi manto, al rey mato”): en su fuero interno, imaginariamente libre del poder del Estado, el individuo hace proezas. Ciertamente, el anarquismo evolucionó luego, en diversas manifestaciones, cuestionando muy específicamente al Estado.
Mas no solo a éste: rechaza todo orden, organización y disciplina, con lo que la tesis que pretende ser de genuina lucha contra la opresión se vuelve contra el pueblo mismo, pues al considerar coercitivos sus intereses, lesivos para el individuo, y rechazarlos, el anarquismo mina por dentro la acción unitaria. A este contenido antipopular se debe, por paradójico que parezca, que sea tolerado y auspiciado desde el poder mismo. El gobierno actual reitera siempre que “solo trata con individuos, no con organizaciones”, pues teme al colectivo en movimiento. Y el anarquismo daña al pueblo hasta en su salud; hoy la disciplina es vital para controlar la epidemia (como ilustra la experiencia china); pero el Presidente mismo no la promueve y rechaza someterse personalmente a elementales normas sanitarias; y encima repite su manida frase “prohibido prohibir”, con la que falazmente gana simpatía... propiciando muertes.
Pero los individuos dispersos no podrán cambiar la realidad y quedan condenados a permanecer prisioneros de ella, con el puro derecho a protestar y quejarse. ¿Dónde en el mundo, en qué país ha triunfado un movimiento anarquista que construya una sociedad mejor? Los problemas colectivos requieren por fuerza la acción colectiva, que implica ciertos límites a la absoluta independencia que el anarquismo y el individualismo ofrecen, pero que es puramente imaginaria. La libertad de imponer la voluntad individual solo existe en la fantasía (es manipulación mediática): en la realidad rigen instituciones e imperan leyes sociales, jurídicas, económicas. Las leyes históricas se imponen, a través de la voluntad misma y la acción de los individuos, determinándolas. Transformar esta realidad no es solo cuestionarla; es sumar fuerzas y voluntades para construir una superior a ella; no es solo la acción negativa que destruye, sino la positiva que construye. Se puede, y debe, cuestionar las instituciones vigentes, pero el verdadero reto es superarlas con otras socialmente más justas y eficaces, precisamente lo que no hace el gobierno actual.
Pese a las prédicas del anarquismo y la contumaz oposición gubernamental a la organización social, ésta es la única vía al progreso. Se necesita un movimiento disciplinado y unido, que defienda el interés popular y la auténtica libertad social e individual, y la educación debe contribuir a crearlo. Pero también empuja en ese sentido el desarrollo económico, la gran industria, la agricultura trabajada por grandes masas en colaboración, mostrando al individuo que pertenece a un todo, dentro del cual su fuerza aumenta, a una colmena humana de la cual dependen su felicidad, su éxito personal y su vida misma. En fin, no se trata, como piensa el individualismo, de negar el interés individual o subordinarlo mecánicamente al social, sino de lograr la armonía entre ambos; entender que las necesidades de las personas serán satisfechas en la medida que lo hagan las sociales; y que, a la postre, el individuo será libre cuando todos lo sean.
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Escrito por Abel Pérez Zamorano
Doctor en Economía por la London School of Economics. Profesor-investigador de la Universidad Autónoma Chapingo.