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Está claro que el programa político de la autodenominada “Cuarta Transformación” (4T) no tiene a la cultura entre sus prioridades; pero entre esto y el ataque frontal hay una enorme diferencia. Una cosa significa ignorar la existencia de alguien y otra distinta es confrontarlo y agredirlo.
Esta última imagen ilustra la política del gobierno actual. No solo ignora los problemas del sector cultural sino que, con acciones premeditadas, crea nuevos y profundiza los viejos. De hecho, llamar política cultural a estas acciones resulta impreciso. Una política de Estado se define precisamente por la claridad de sus metas, proyectos y estrategias; la forma orgánica como un programa trata de dar rumbo a un sector particular del aparato público. Lo que hoy vemos, en cambio, no son sino las ocurrencias unipersonales de un hombre con un horizonte cultural increíblemente pobre; ocurrencias que desandan en unos meses el camino que ha costado décadas a las instituciones culturales públicas.
¿Y qué significa atacar a la cultura? ¿Por qué el Presidente se empeña en confrontar a las instituciones culturales? Hay varias razones, unas pragmáticas y superficiales y otras ideológicas, más profundas.
Entre las primeras debe contarse, sobre todo, la robusta operación de clientelismo electoral con la que el Presidente vuelca las arcas públicas en sus programas populares. Todo lo demás es sacrificable y la cultura en primer lugar.
También debe destacarse que, a través del ataque a grupos estratégicos que tradicionalmente han sido plataforma de discursos críticos al poder (académicos, investigadores, intelectuales), se busca neutralizar a un foco latente de oposición, que atrae con sus posturas a algunos millones de profesionistas y estudiantes de las llamadas clases medias.
Pero las razones ideológicas son más peligrosas. Hay, en efecto, una crítica a la política de la 4T, que tiene su origen en los círculos intelectuales más reaccionarios del país. Esta crítica sacraliza la cultura como producto máximo de las clases ilustradas y la define, por principio, como inaccesible para las “masas ignorantes”. Claro que este discurso tan impresentable aparece disfrazado; se nutre de frases cultas rimbombantes y de declamaciones abstractas sobre el papel de la cultura en la sociedad, sin mencionar que la inmensa mayoría de la sociedad mexicana está compuesta por sectores populares, para los que la oferta cultural educativa ha permanecido siempre inaccesible.
Pero la crítica presidencial a esta postura no es menos perturbadora. De hecho, la concepción obradorista del papel de la cultura resulta aun más pobre. Ella coincide esencialmente con el carácter elitista de la cultura en general, y de las expresiones artísticas en particular. La máxima de que “no se necesitan ingenieros para construir pozos petroleros” se traduce, en el plano cultural, como la sentencia de que no se necesitan pintores y poetas para fortalecer la cultura. La cultura del “pueblo bueno” son las verbenas y los chamanes; la cultura de la “minoría rapaz” son las sinfonías y los teatros elegantes. De aquí afirma el Presidente, en su abismal ignorancia que, para él, la cultura solo tiene que ver con los pueblos indígenas; y por eso se empeña en destruir el maltrecho aparato político cultural.
Esta convicción, en realidad, es una expresión particular de la concepción obradorista sobre las masas populares. Pueblo bueno es un eufemismo que, en su esencia, significa pueblo ignorante, pueblo ingenuo, pueblo incapaz, “como los animalitos”. Ningún papel activo para ellos; ninguna oportunidad para que tomen en sus propias manos sus reivindicaciones sociales; ninguna plataforma para que se organicen con independencia política. Su papel es callar y obedecer, aplaudir y agradecer a su milagroso salvador.
El discurso de la 4T en torno a la cultura entremezcla elementos de las posturas más retrógradas, con la vanidad individual de un hombre muy ignorante. Así deben leerse los persistentes ataques a las instituciones culturales que, al mismo tiempo, señalan a la 4T como un proyecto político profundamente conservador.
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Escrito por Aquiles Lázaro
Licenciado en Composición Musical por la UNAM. Estudiante de la maestría en composición musical en la Universidad de Música de Viena, Australia.