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La conseja es antigua y suele usarse para exagerar la necedad de dos interlocutores que discuten sin escucharse y sin tratar de entender los argumentos del otro. Por su misma exageración, se piensa que nunca ocurre tal cual en la vida real; pero sucede que hoy lo estamos viendo y viviendo en vivo y a todo color en el México de la Cuarta Transformación (4aT).
Tomo el caso más actual. Más de una semana llevan estacionados en torno a la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión, miles de campesinos y colonos pertenecientes a varias organizaciones con presencia nacional y con una larga tradición de lucha. Su misma larga vida y la conservación de su membresía son prueba suficiente, a mi parecer, de que su lucha ha sido genuina y de que han dado buenos resultados y entregado buenas cuentas a sus seguidores. De lo contrario, hace rato que les habrían dado la espalda. Menciono las que recuerdo en este momento: la Unión Nacional de Trabajadores Agrícolas, las pertenecientes al Frente Auténtico del Campo, algunas del Congreso Agrario Permanente y, por supuesto, el Movimiento Antorchista Nacional.
La prolongada permanencia de esos miles de hombres y mujeres pertenecientes a las clases trabajadoras, es decir, a los que se ganan la vida con su propio esfuerzo y sudando la camiseta diariamente, hoy alejados de sus hogares, de su quehacer cotidiano, sin poder atender a su familia, sufriendo estoicamente las inclemencias del tiempo, durmiendo mal y comiendo peor, no se puede atribuir a causas triviales, a una pura necedad carente de juicio, al deseo perverso de ponerle el pie a la 4aT para que tropiece, ni menos a la “criminal” manipulación de sus líderes, que los tendrían allí exigiendo dinero para su enriquecimiento personal. Aquí, los únicos “criminales” son quienes los insultan de ese modo con el propósito de justificar su negativa a resolver sus demandas.
¿Qué quieren los manifestantes? ¿Por qué protestan frente a los diputados y precisamente en estas fechas? Lo han dicho y repetido mil veces con toda claridad: protestan por la forma en que la Secretaría de Hacienda integró el Presupuesto de Egresos de la Federación (PEF) que, en palabras llanas, no es más que la forma en que el Gobierno se propone gastar todo el dinero que espera recaudar el año que viene; dinero que, en buena medida, sale de nuestros bolsillos como pago de impuestos y que llegará, según Hacienda, a la estratosférica cifra de 6.1 billones (es decir, 6.1 millones de millones) de pesos. Y resulta que, de todo ese mar de dinero, no se destina prácticamente nada a las necesidades de los productores del campo ni a las más elementales obras de infraestructura y servicios en las comunidades y colonias marginadas.
Los inconformes saben bien qué significa esta discriminación del PEF. Lo saben porque lo acaban de vivir en este año que está por terminar. En efecto, el PEF de 2019 tampoco destinó un solo peso para infraestructura y servicios municipales, y poco, muy poco, para proporcionar ayuda a los productores agropecuarios. Este nuevo presupuesto los castiga todavía más, recorta aún más lo que ya era muy insuficiente en 2019; y es eso precisamente lo que los decidió a inconformarse y a protestar frente a los diputados, que son los que, por ley, deben aprobar el PEF y pueden modificarlo en beneficio de los más castigados de siempre.
Pero sucede que hoy, como nunca antes en la historia reciente del país, el Poder Legislativo, es decir, los diputados y senadores, han abdicado abierta y públicamente a su soberanía e independencia como uno de los tres poderes de la Unión a favor del Poder Ejecutivo, es decir, del Presidente de la República. Para complacerlo, no se detienen ante nada; no escuchan razones de nadie; aplastan con su mayoría (el famoso “mayoriteo” de que antes se quejaban tanto) los tímidos intentos de debate de la oposición; se niegan a cambiar, “ni una coma”, a lo que les envía el Presidente para su aprobación (solo para cubrir las formas); aprueban al vapor sus iniciativas de ley o las modificaciones a las ya existentes (algunas de las cuales son verdaderas y peligrosas aberraciones jurídicas, inadmisibles en cualquier Estado de Derecho); imponen a los candidatos que él quiere, aun a costa de cometer fraude descarado ante las mismas cámaras de los reporteros. Y luego, con una arrogancia y un cinismo que espeluznan, suben a tribuna para acusar de “poca madre” a quienes los critican. ¿Es exagerado llamar a esto un diálogo de sordos?
La respuesta a los inconformes en plantón, pues, no ha salido de los diputados sino del Presidente de la República. En sus “mañaneras” y en sus mítines escenificados por todo el país, López Obrador ha dicho: quienes protestan, lo hacen porque quieren que el PEF les etiquete dinero a los líderes, quieren que les asignen una “bolsa” que luego ellos manejen a discreción. Pero eso es corrupción; ese camino es el que antes les permitía los “moches”, el “piquete de ojo”; por eso, el dinero no llegaba a la gente; se quedaba arriba, en manos de los líderes corruptos que se hicieron ricos a costa de los pobres. Pero eso se acabó, enfatiza. Se pueden quedar donde están todo el tiempo que quieran. No les vamos a dar ni un solo peso para que se lo roben. Las citas no son textuales, pero respondo de su contenido.
Líderes probados por años de lucha; militantes de base que conocen sus derechos y a sus líderes mejor que el Presidente, a una sola voz, antes y ahora, le dicen y le gritan que miente o se equivoca; le señalan puntualmente el abuso flagrante de acusar “en abstracto”, “en general”, sin señalar jamás por su nombre a un solo ladrón, sin aportar ni una cifra comprobable, ningún lugar preciso, ninguna ocasión específica en que se haya cometido el robo que denuncia, ni contra quién o quiénes fue cometido. Todo en vano. El Presidente finge que no oye y continúa con su misma cantinela sin cambiarle “ni una coma”. Yo mismo, en mi calidad de cabeza nacional de los antorchistas, he desmentido sus acusaciones y he exigido las pruebas correspondientes, de palabra y por escrito, con el mismo nulo resultado. Ya no lo haré más. Ya entendí que la lucha tiene que darse en otro terreno y con otro objetivo: convencer a los mexicanos de la necesidad de unirnos para conquistar, por la vía del voto masivo, el poder de la nación, y restaurar el pleno respeto a la ley y a la democracia, recomponer la división de Poderes y enderezar el rumbo de la economía hacia un verdadero crecimiento y desarrollo en beneficio de todos.
Los antorchistas no somos ingenuos. Hemos escuchado y entendido el mensaje presidencial, el insulto visceral con que justifica su negativa a escuchar a los pobres. Como han dicho los diputados antorchistas junto con nuestro vocero nacional, Homero Aguirre, y todos los miembros de nuestra Dirección Nacional, a quienes felicito por su abnegada entrega a la causa de los campesinos y colonos en plantón: estamos en lucha no con la necia esperanza de obtener soluciones favorables, sino porque es nuestro derecho inalienable exigir a los gobernantes solución a las necesidades populares con el dinero que todos aportamos; y es deber ineludible de ellos atenderlas y resolverlas. Y si no ganamos las demandas para el pueblo, ganaremos algo mejor: ganaremos al pueblo para que se decida a pelear por un gobierno que sí los trate como ciudadanos y como verdaderos seres humanos.
Y para este propósito sí que es útil protestar y denunciar el diálogo de sordos en que nos hallamos envueltos, también con el Presidente de la República. Los campesinos y colonos piden presupuesto para el campo y para los municipios, responsables de ejecutar las obras y servicios que demandan. El Presidente responde que la vía de los recursos etiquetados y de las “bolsas de dinero” para los líderes ya se acabó. Se acabó la corrupción. Los inconformes hablan de que el PEF no destina ni un centavo para apoyarlos; el Presidente responde que ahora, la ayuda será “directa” a la gente, sin intermediarios corruptos. No hay duda: estamos hablando de cosas distintas.
Rara enfermedad la del Presidente. Nadie objeta, ni siquiera menciona, la “vía” elegida por él para canalizar la ayuda a los necesitados, sino, precisamente, que no hay tal ayuda. Y si no hay “ayuda”, si el PEF no destina un solo peso para atender la demanda de los inconformes, ¿qué es lo que el Presidente canalizará “directamente” a la gente? Para que su respuesta tenga lógica, debe demostrar primero que hay los recursos suficientes para atender a lo que la gente necesita y pide, (no lo que a él le parezca mejor o lo que a su partido convenga). Y una vez probado eso, tendría que explicar cómo hará llegar a cada beneficiario, el pavimento, el drenaje, una escuela, una clínica, una unidad deportiva, fertilizantes, maquinaria, semillas, comercialización de productos, exportaciones, etc. ¿Todo mediante una tarjetita cuya “ayuda” no alcanza siquiera para las necesidades personales indispensables? Le piden obras y servicios y responde con moralina que huele demasiado a manipulación demagógica y a compra de votos. Es un diálogo de sordos increíble. Increíble porque, aquí, es uno solo (no los dos), el que finge no escuchar ni entender a su interlocutor. Rara enfermedad la del Presidente y sus diputados. ¿No cree usted?
¿En esta coyuntura, qué le conviene más o le perjudica menos al pueblo y a su obligada y urgente lucha por un mejor reparto de la riqueza?
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Escrito por Aquiles Córdova Morán
Ingeniero por la Universidad Autónoma Chapingo y Secretario general del Movimiento Antorchista Nacional.