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¿En qué fase de la lucha de clases estamos en México?
Vivimos en la época de nacimiento de un mundo multipolar, dicen analistas; mientras, en México, la lucha de clases apenas si acusa su existencia. Veamos por qué.
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La historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases, dijo Carlos Marx hace ya más de 150 años. La evolución de las sociedades, desde entonces, ha demostrado con creces esta revolucionaria tesis que refutó la opinión de que son las personalidades, los grandes militares, presidentes o líderes quienes deciden con su contribución personal y no los intereses de las clases y, sobre todo, de las fuerzas de masas que están detrás de ellos, quienes en última instancia, determinan el destino de los pueblos.

Analistas internacionales y mandatarios de países que se defienden de la actual embestida del imperialismo norteamericano, así como quienes se oponen al mundo unipolar que éste, a la cabeza de la OTAN promueve, sostienen que vivimos en la época de nacimiento de un mundo multipolar. La realidad les da la razón, los conflictos entre los países emergentes contra las potencias belicistas no son más que la manifestación de estas luchas de clases, que se hallan determinadas por el papel que juegan, por un lado, las clases progresistas o de izquierda a la cabeza de las primeras y, por el otro, la derecha radical y suicida, en el imperio y los países atados a sus designios.

Mientras eso sucede, en nuestro país, con su presencia marginal en el escenario internacional, dada su condición de satélite norteamericano, la lucha de clases apenas si acusa su existencia, pues desde el periodo revolucionario nuestra burguesía, apoyada por el imperio, ha dominado absolutamente con apenas algunos sobresaltos por el Movimiento del 68 y los intentos de guerrilla, furiosamente sofocados.

En una colaboración reciente me referí al momento político nacional, en concreto a las pugnas que se libran entre el ala radical del gran capital que representa el gobierno de la “Cuarta Transformación” (4T) y los sectores moderados de éste que intentan superar la incapacidad de la llamada oposición para combatir al obradorismo. Dichas batallas se libran en estos momentos en torno a las reformas al Instituto Nacional Electoral (INE), que el obradorismo intenta debilitar para mantenerse en el poder. Los sectores moderados a que me refiero intentan aglutinar al creciente número de inconformes contra el actual Gobierno Federal, con la consigna de salvar al organismo electoral lo que, según ellos, significa defender la libertad, la democracia y el Estado de Derecho.

Recordemos que a principios de noviembre del año pasado se realizó una concentración de alrededor de 700 mil personas a favor del INE, a la cual el Presidente respondió radicalizando sus señalamientos y acusaciones en un claro abuso del poder del aparato del Estado a su servicio, para luego movilizar, a decir de él, 1.2 millones de sus seguidores. Una vez que en el Poder Legislativo se impuso la mayoría morenista y avanzaron los cambios a las leyes secundarias de la Constitución en materia electoral, el pasado domingo se realizó otra manifestación de sus opositores, que sobrepasó visiblemente a la anterior, ante lo cual, de nueva cuenta, arremetió con sorna lanzando acusaciones y provocaciones impropias de un político de cualquier nivel, con mayor razón del presidente de los mexicanos.

Es evidente que el Presidente no va a retroceder y, por lo tanto, se espera la agudización entre la lucha de estos estratos de las clases altas contra un sector que, haciéndose pasar por izquierdista, aplica políticas en favor del gran capital y otro que se constriñe a la lucha en defensa del INE para que se restablezca la democracia y la libertad, con el planteamiento de la “ciudadanización” de la política, en abstracto. Y en esta agudización, se han ido gestando las condiciones para que la derecha más recalcitrante ascienda al poder sin tapujos ni máscaras, un escenario peligroso y agresivo para nuestra sociedad. Y todo ello azuzado por la 4T, que va perdiendo terreno y se lanza de lleno al fracaso, no porque sus opositores la derroten, sino porque implosionan sus políticas al servicio del gran capital, conteniendo a las masas populares con programas de transferencia monetaria directa.

Los opositores al obradorismo evitan plantear la organización e inclusión en su proyecto de las masas empobrecidas, tanto las no tomadas en cuenta por la 4T, como las beneficiarias directas de los programas del llamado “Bienestar”, porque tienen claro que abrirle las puertas de su movimiento a quienes han sido relegados desde siempre, implicaría que sus demandas se radicalicen y propongan soluciones de fondo a las eternas carencias de obras y servicios, de educación, salud, vivienda, etc., pues a éstas no les dice nada la lucha por restablecer una democracia.

Encerradas en los límites de su origen de clase, no ven que estas mayorías empobrecidas, colocadas en el centro del discurso de Morena, por su repudio a la corrupción, apoyaron las políticas obradoristas y hoy, al ver que muchos de quienes dicen querer salvar al país fueron parte de esos gobiernos que las mantuvieron en el abandono, lo único que consiguen es fortalecer la posición del Presidente y sus reformas, porque gran parte de los señalamientos en su contra son de hecho ciertos y evidentes. Por tanto, están condenadas al fracaso sin el apoyo de la única fuerza social capaz de hacer frente al autoritarismo que hoy sume a México en una de las peores crisis de nuestra historia.

Lo que se necesita en este escenario es rebasar por la izquierda al obradorismo, hacer efectivo el combate contra el neoliberalismo, que se señorea en el mundo y que se sirve del disfraz de izquierda. Se necesita hablarle con claridad al pueblo pobre que, aún en los claroscuros que percibe, colige que no se puede pedir solo que se restituya la democracia, porque la nuestra no es la mejor de los mundos, sino que se necesita un cambio profundo en la sociedad, que no sea solo regresar a como estábamos, donde había pobreza y todos los males sociales que ésta acarrea.

Pero este proceso no será posible si no se politiza, si no se concientiza a las clases trabajadoras, y para ello hay que dejar de tratarlas como analfabetas políticas, hay que hablarles con claridad y valentía. Pero es evidente que esto no lo van a hacer los sectores moderados de las clases altas, porque no buscan transformar a la sociedad en una más justa y equitativa para todos los mexicanos, sino evitar el colapso, evitar el clima de inconformidad social que les impida que sus empresas y negocios funcionen para que mantengan los privilegios de que gozan.

Los únicos que pueden hacer esta gran tarea son los hijos más conscientes y decididos de las propias masas populares que hayan entendido que de lo que se trata es de darle cuerpo, conciencia y vida a la clase trabajadora que con su trabajo genera la riqueza que sostiene a nuestro país, por lo que merece una porción más justa de ella. El momento para ponernos de pie ha llegado.


Escrito por Dimas Romero González

Estudiante de la maestría en Ciencias de la Educación en la Universidad Anáhuac. Activista social por 20 años en entidades como Quintana Roo, Oaxaca y Guerrero.


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