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“Los rusos escriben sobre la Revolución de octubre de un modo diferente: describen los episodios en los que estuvieron involucrados o hacen una evaluación de la misma. El libro de Reed muestra un cuadro general de una genuina revolución popular”: Nadia Krupskaia.
De familia burguesa, con estudios en Harvard y después de cabalgar junto a Pancho Villa por el norte de México, llegó el periodista y poeta John Reed a Petrogrado. Fue testigo de primera mano del levantamiento popular que cambiaría los destinos de Rusia y el mundo. Así nació el relato más conocido de la Revolución bolchevique.
En esta crónica estupenda, Reed narra precisamente aquello que es típico de una revolución: el estado de ánimo de las masas. Hizo lo que todo periodista comprometido debe hacer: "tomó notas, conversó con soldados impacientes y con rudos obreros, entrevistó a políticos enemigos de los bolcheviques y compartió noches en armas con los guardias rojos".
“Un grupo de bolcheviques, Lenin y Trotski hicieron la revolución”; así piensa la mayoría de la gente cuando de grandes eventos se trata, como si los dirigentes fueran los creadores de una transformación. Nada más falso. El papel de los dirigentes es importante, cómo no, pero su papel es el de dar forma, canalizar, dirigir la voluntad heroica de las masas hacia su objetivo”.
La Revolución bolchevique o "Revolución de octubre" no hubiera sido posible sin la participación de las masas, que en la Rusia de ese tiempo las conformaban soldados, campesinos y obreros. Esto es lo que Reed recalca en cada línea, capta y muestra, por, sobre todo, el heroísmo anónimo, desconocido, de las masas, verdaderos protagonistas del cambio.
Reed cuenta que mientras volvía del Smolny, se encontró con una multitud en la Plaza Známenskaia, frente a la estación ferroviaria Nikolái: “Miles de marineros se habían concentrado allí blandiendo sus rifles. De pie en la escalinata, un miembro de la Vikzhel –el Comité Ejecutivo del Sindicato Ferroviario de toda Rusia– suplicaba: “Camaradas, no podemos llevarlos a Moscú. Nosotros somos neutrales. No transportarnos tropas para ninguno de los dos bandos. No podemos llevarlos a Moscú, donde hay una guerra civil terrible…” Toda la plaza enardecida rugió. Los marineros avanzaron. De repente, se abrió una puerta de par en par y aparecieron dos o tres mozos de tren, un fogonero y alguien más. “¡Por aquí, camaradas! –gritaron–. Los vamos a llevar a Moscú o hasta Vladivostok, adonde quieran. ¡Viva la revolución!”
Uno de los problemas más difíciles de la historia es la relación entre las masas y los líderes revolucionarios en los momentos críticos. Reed habla también de la actitud de líderes naturales y de algunos viejos revolucionarios ante los eventos del momento. Parece que sólo Lenin, Trotski y los bolcheviques eran quienes hacían uso de la palabra, pero Reed nos hace ver lo siguiente:
“Entonces, se levantó un sencillo obrero con el rostro desencajado por la ira. — Yo hablo en nombre del proletariado de Petrogrado –dijo amenazante–. Estamos a favor de la insurrección. Hagan como quieran, pero les digo que si dejan que los sóviets sean destruidos, ¡continuaremos sin ustedes! Varios soldados se le unieron. Y después de la nueva votación la insurrección quedó decidida.” Lo dicho por el obrero no era ajeno a lo que ocurría en esos momentos, pues en aquel octubre convulso hubo renuncias de todos lados, incluso del Comité Central del Partido bolchevique. Ante esto, Lenin fue enérgico con ellos, llamándolos desertores, siendo algunos sus más cercanos amigos y camaradas. Pero también había dirigentes genuinos que con alta convicción llevaban a cabo sus tareas de organizadores y agitadores. Alimentados del mayor motor de un revolucionario, es decir, el pueblo enérgico en las calles, cumplían con su deber histórico.
Quiero aprovechar el espacio para decir lo siguiente. El presidente de Ecuador, Lenín Moreno, anunció el 1 de octubre el Decreto 883, que consistía en un paquetazo de medidas económicas como condición impuesta a los más de cuatro mil millones de dólares prestados por el Fondo Monetario Internacional. A través de Moreno, el neoliberalismo venía a reclamar con creces lo que en más de una década creyó perder. Las protestas no se dejaron esperar. Con una insólita participación de los indígenas, el pueblo como marea insurrecta salió a las calles a manifestar su gran inconformidad con dichas medidas y sentó al “gobierno morenista” a dialogar con un solo objetivo: echar atrás dicho decreto.
Hoy, nos despertamos con la noticia de que el Decreto fue derogado. Pero, ¿qué sigue? Menciono esto porque, a 102 años del suceso más importante de siglo XX, no debemos olvidar las enseñanzas que nos dejó. Enumero solo algunas:
1.- Darle al lector la narración de los sucesos de esos días convulsos para reconstruir la historia de la revolución más grande que haya visto el mundo.
2- Cuando el pueblo se levanta y está convencido de lo justo de su causa no hay quién lo pare. En estos momentos de definición, los dirigentes deben ponerse a la altura o serán desplazados por la avalancha popular, tal como le está pasando a Rafael Correa, quien fuera líder de la nación por más de 10 años.
3.- Que toda transformación verdadera implica como requisito fundamental la participación activa de las masas. Y que todos aquellos que se dicen trabajar para el pueblo, pero que en los hechos suprimen la participación organizada del mismo, son los verdaderos y los peores enemigos de éste.
4.- La importancia de que el pueblo cuente con un partido verdaderamente revolucionario para su organización y educación, que le pueda permitir no sólo levantarse y echar atrás reformas y decretos, sino construir alternativas de gobierno popular, tal como comenzaba a construirse en Rusia, un octubre de 1917.
La lectura de este libro, entonces, se vuelve urgente y necesaria, por los tiempos que estamos atravesando.
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Escrito por Editorial Esténtor
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