Por consenso se concretó el nombramiento para el segundo año de la LXVI Legislatura.
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Antes de pasar al tema de este artículo quiero felicitar a la revista buzos de la noticia por llegar al número 1000 de sus publicaciones, así como agradecer la apertura de este espacio. Desde 2005, la revista buzos me integró amablemente a su equipo de redactores, labor que he realizado sin cobro alguno y sin censura, ya que he podido expresar libremente y sin taxativas mis ideas; doble razón para felicitar al equipo de trabajo encabezado por su director, el ingeniero Pedro Zapata Baqueiro.
Paso al tema. El capitalismo mundial está mostrando signos de crisis profunda y descomposición peligrosa. Efectivamente, la pandemia lo puso a prueba y no ha superado ésta como se esperaba. En las sociedades capitalistas impera el espíritu egoísta, el afán de lucro y, por lo mismo, importa la máxima ganancia por encima de que la gente viva bien o muera; si los trabajadores padecen hambre; si habitan en una mísera vivienda y si sus hijos no tienen un futuro claro. En esa medida dejan morir a su suerte a los más desprotegidos; y cuando el trabajador ya no es útil, el capitalista se deshace de él e incorpora a nuevos reclutas que provienen del “ejército industrial de reserva”, como Carlos Marx llamó a los desempleados orgánicos del capitalismo.
En este contexto mundial, la pandemia del Covid-19 provocó una recesión económica profunda, que derivó de la necesidad de guardar la sana distancia en individuos y grupos sociales; lo que a su vez generó el confinamiento de las personas en sus casas, en muchísimos casos, el despido de sus trabajos y la carencia de recursos para sobrevivir. Por ello, quienes se contagiaron de Covid-19 y no murieron han sufrido, igual que a los que no les dio, la falta de alimentos. El freno forzado de la producción generó serias complicaciones en el mercado mundial de suministros. Veamos.
Como afirma Marta Harnecker en su obra Conceptos elementales del materialismo histórico, el proceso de trabajo se compone de los siguientes elementos: la fuerza o energía del trabajador puesta en acción; el objeto sobre el cual se labora y los medios con los que se trabaja. Las materias primas, directas o indirectas, son los elementos básicos sobre los cuales se opera. Pero, como el proceso de trabajo es integral, unitario, una suma de partes, cuando falla uno de sus componentes, se paraliza el proceso completo y no puede concluirse la producción de la mercancía. De nada sirve una máquina tejedora en perfecto estado, suministrada con combustible y con la electricidad necesaria para el desempeño de los obreros, si no hay hilo para tejer; es decir, el elemento esencial para producir telas.
Carlos Marx detectó, desde el Siglo XIX, a partir del análisis minucioso de la división técnica del trabajo, la posibilidad de que el mercado se internacionalizara. Marx percibió su presencia dinámica en las primeras fábricas capitalistas, luego en las industrias más avanzadas y, finalmente, en los mercados nacionales con la apertura de las fronteras y la globalización. Hoy la “hiperdivisión” técnica y del trabajo es una tendencia mundial, de tal suerte que hay automóviles que tienen llantas de Japón, componentes electrónicos de China, parabrisas de Taiwán y tapices de México, por decir algo. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) sugirió, en 2013, que esta tendencia debía conformar una política consciente de los Estados nacionales ante la creciente pérdida de credibilidad de las instituciones, la cual derivó de la crisis de 2008. Así, la división del trabajo por países lograría generar empleos locales y pequeños en micronegocios, ya que por vía de los suministros se crearían empleos y se recuperaría la confianza.
Pero sobrevino la pandemia, pararon los grandes monopolios y los micronegocios y se colapsó el proceso. Ahora, sin embargo, con un avance importante en la inmunidad de rebaño frente a la pandemia y la reapertura del mercado, se resiente la falta de las inversiones necesarias para soportar el retorno súbito de las actividades económicas y –pese a las advertencias hechas a tiempo– el colapso de la logística de la distribución de suministros para la fabricación de mercancías y aun de las mercancías ya elaboradas.
Algunas causas de esta crisis, según un artículo de Esteban Mercatante[1], son las siguientes: al abrirse la economía se percataron de que el flujo de mercancías rebasó la capacidad instalada del capitalismo, que no ha hecho grandes y nuevas inversiones en los puertos, de tal suerte que se ven varados cientos de barcos con miles de contenedores que no llegan a su destino. Por ello, ahora hay escasez de ciertas mercancías. Por ejemplo, imagine usted, amable lector, una hamburguesa McDonald’s sin papas; pues esto se está viendo en Estados Unidos (EE. UU.). Lo mismo está ocurriendo con productos que antes se entregaban de un día a otro a través del comercio digital y que hoy tardan semanas para llegar. Pero a la falta de infraestructura se suma la de personal; pues los choferes han dejado esta labor, que antes era redituable y ahora es incierta, como lo es el traslado de mercancías por tierra.
A estos factores hay que agregar el incremento en los precios de los energéticos, que ha obligado a algunas empresas chinas a reducir sus actividades, a pesar de que este país es una potencia mundial en la producción de materias primas y mercancías. En la inflación global ha contribuido también la guerra comercial que EE. UU. lanzó contra China, desde el gobierno de Donald Trump, para enarbolar la supremacía imperial estadounidense. Una de los efectos de esta guerra es la falta de producción de semiconductores electrónicos, componentes fundamentales para que funcionen los equipos tecnológicos y las empresas, como es el caso de Apple, que se vio obligada a reducir su oferta de productos y a elevar sus precios.
Estamos, como se ve, ante una crisis del capitalismo mundial, que está cavando su propia tumba y que no ha sido capaz de ver que en las entrañas de su ser se halla el mal. El problema de fondo se encuentra en el gran contraste, como escribió Marx en su momento: la producción capitalista tiene un gran componente científico y una perfección milimétrica que ha logrado maravillas en el incremento de la productividad nunca antes imaginado; pero ese mismo carácter científico con que ha logrado una gran concentración de la riqueza no se aplica en la distribución equitativa de ésta entre sus componentes sociales, tampoco entre sus competidores en el mercado, en el que priva una guerra de todos contra todos. Por ello, hoy nos encontramos en uno de “los cuellos de botella” de esa guerra.
Detrás de este desastre está la contradicción fundamental del capitalismo: que la producción tiene carácter social y la distribución de la riqueza producida por muchos demuestra su carácter privado. La solución se basa en el mismo planteamiento del problema: si éste consiste en que falta cientificidad a la hora de distribuir la riqueza y falta que se socialice, pues toca a los pueblos del mundo lograr que la distribución sea científica y se socialice. En la medida en la que los trabajadores del mundo tomen conciencia de que en sus manos está la revolución del futuro, en estos tiempos en que el capital muestra los signos de agotamiento previstos por Carlos Marx, en esa medida están abriéndose las puertas para la construcción de una sociedad mejor ante la humanidad. Lo plantearon así los grandes de la revolución social: “trabajadores de todos los países del mundo, únanse”.
[1] https://rebelion.org/cadenas-de-produccion-cuellos-de-botella-y-posiciones-estrategicas/
Por consenso se concretó el nombramiento para el segundo año de la LXVI Legislatura.
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Escrito por Brasil Acosta Peña
Doctor en Economía por El Colegio de México, con estancia en investigación en la Universidad de Princeton. Fue catedrático en el CIDE.