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Lo viejo muere y lo nuevo no termina de nacer. Así conceptualizó el pensador marxista Antonio Gramsci la noción de crisis, término adecuado para definir el momento que hoy experimenta América Latina (AL).
Para entenderlo así, es necesario contextualizar los procesos latinoamericanos en el panorama mundial. El orden internacional establecido al final de la Guerra Fría está en crisis. Tres son los principales rasgos que caracterizaron a ese orden global. El primero fue el triunfo ideológico del capitalismo. Al caer la Unión Soviética, el socialismo sufrió una derrota no solo en la arena política y económica, sino –quizá lo más importante– en el terreno de las ideas. Derrumbado el bloque socialista, se necesitaron pocos argumentos para defender la tesis de que el sistema capitalista era el mejor de los mundos posibles para la humanidad. Todo el planeta se convenció de las bondades del capital y enrumbaron sus destinos con ese faro.
El segundo rasgo fue el triunfo indiscutible de Estados Unidos (EE. UU.) como la primera superpotencia mundial. En su calidad de vencedor, el país norteamericano se arrogó el derecho de colocar cientos de bases militares alrededor del orbe, de intervenir en la política de todos los países que le importaban y de “cuidar sus intereses” hasta en los confines más lejanos de la Tierra. Como gran señor en sus dominios, el imperialismo estadounidense sencillamente hizo valer su nuevo poder sobre el resto de las naciones. El tercer rasgo esencial del orden pos Guerra Fría fue la integración de todos los países a la globalización, paso inaugural de la implementación de un modelo económico ad hoc con los nuevos tiempos: el neoliberalismo. Hoy, vistos desde 2019, estos tres rasgos han perdido el carácter hegemónico mundial que en otro tiempo tuvieron.
El auge cobrado en los últimos años por determinadas reivindicaciones identificadas con el ideario socialista, como la lucha por la distribución de la riqueza, ha demostrado la existencia de un serio cuestionamiento a la viabilidad del capitalismo como sistema generador de bienestar. En EE. UU., una opción electoral –cuya figura más visible es Bernie Sanders– enuncia abiertamente sus posiciones socialistas y se gana la adhesión de amplios sectores juveniles desencantados de la American way of life.
Resulta significativo que esto ocurra en el centro mundial del capitalismo, pero los estadounidenses no son los únicos que miran con agrado formaciones partidarias de corte anticapitalista. En la academia, libros que estudian la polarización de la riqueza en nuestro tiempo, como El capital en el siglo XXI, de Thomas Piketty, son recibidos con aceptación y El Capital de Carlos Marx renace en un boom editorial; es decir, el capitalismo ha perdido terreno frente a sus críticos de otras trincheras ideológicas.
Lo mismo ocurre en el plano geopolítico, donde la gran potencia estadounidense se ha visto obligada a compartir el mundo con nuevos participantes de las ambiciones hegemónicas, como China y Rusia. La llegada de Trump al poder, con su discurso que buscaba retirar a EE. UU. de las guerras sostenidas en territorios lejanos, expresa con elocuencia el cambio de tendencia que se vive en el mundo. Por su parte, el barco del neoliberalismo comenzó a naufragar hace más de una década. Es en esta última parte donde se inserta la crisis que hoy vive AL.
La crisis neoliberal comenzó en 1999 con el triunfo de Hugo Chávez en Venezuela. En la primera década del siglo XXI, los gobiernos de Venezuela, Argentina, Brasil, Ecuador, Bolivia, Uruguay y Paraguay viraron hacia la izquierda y comenzaron los primeros ensayos hacia un gobierno posneoliberal. Mientras este conjunto de países se rebelaba contra el modelo, otras repúblicas lo defendían. Fue el caso de los países que en 2011 conformaron la Alianza del Pacífico, es decir, México, Colombia, Perú y Chile.
Existían dos bandos bien definidos: los antineoliberales y los neoliberales. Con su inexorable marcha, durante la segunda década de este siglo, el tiempo se encargó de reacomodar los bandos; así vimos cómo en 2017 los antineoliberales contaban en sus filas con Cuba, Venezuela y Bolivia. Todos los demás, por elecciones o golpes blandos, habían vuelto a la línea política tradicional. A este momento se le conoció como “la restauración conservadora”. Hoy la rueda de la historia vuelve a girar: en cuestión de semanas, AL se ha reactivado.
Ecuador, dos de octubre
El pueblo se volcó en las calles contra el Decreto 883, que por órdenes del Fondo Monetario Internacional (FMI), eliminaba el subsidio a las gasolinas e incrementaba su precio a niveles estratosféricos.En unos cuántos días, transportistas, estudiantes, obreros, campesinos y pueblos originarios, indignados por la medida, tomaron las principales plazas y carreteras del país exigiendo la derogación del impopular decreto. Ante la movilización, el presidente Lenín Moreno optó por la mano dura y ordenó a los militares que se encargaran de la situación. A pesar de la represión, pudo más el clamor de las masas, por lo que Moreno tuvo que recular, y el 14 de octubre derogó el impopular decreto. No obstante el gran despliegue de fuerzas efectuado por el pueblo ecuatoriano, la reaccionaria medida fue hábilmente interpretada por el poder político, que logró desactivar la protesta social y salvaguardar la continuidad de su gobierno de corte neoliberal. Más de uno sospechó de las negociaciones sostenidas por la dirección de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie) con el traidor Lenín Moreno; sin embargo, después del pacto el país volvió a la normalidad.
Chile, seis de octubre
Al aprobarse un alza de 30 pesos al metro de Santiago, los estudiantes de la ciudad capital comenzaron a movilizarse. Al principio eran acciones aisladas en las principales estaciones del metro; pero al poco tiempo, la protesta se generalizó y las manifestaciones se volvieron multitudinarias. Del metro se pasó a las calles y más tarde a las plazas. De ser unos cientos de jóvenes, la multitud inconforme creció hasta llegar decenas de miles. Ahí, como en Ecuador, la respuesta de Piñera optó por la represión y envió a los carabineros a sofocar las manifestaciones para pacificar la ciudad.
Todos sabemos los hechos posteriores: en lugar de ahogar la indignación, las fuerzas del orden solo provocaron mayor fervor, y se extendió al resto del país. Ya no eran únicamente los estudiantes, sino campesinos, obreros, trabajadores de limpieza, etc., que tomaron las calles de Chile y elevaron su protesta no solo contra el aumento del metro, sino contra el proyecto económico. Más de un millón de chilenos salieron a exigir el cese definitivo del modelo neoliberal y la convocatoria a un nuevo congreso constituyente. Sebastián Piñera echó atrás el alza del metro, ofreció un paquete de medidas comprometido con la mejor distribución de la riqueza y la destitución de prácticamente todo su gabinete. Falto de sensibilidad y acostumbrado a imponerse desde tiempos de la dictadura, la crisis estalló en las manos del gobierno chileno.
Argentina, 27 de octubre
Las aspiraciones reeleccionistas de Mauricio Macri se esfumaron con la jornada electoral. Colocados ante la posibilidad de continuar con el modelo neoliberal impulsado por Macri, o votar por un candidato allegado a las filas del kirchnerismo, los argentinos optaron por la propuesta peronista –con Cristina Fernández de vicepresidenta– para el gobierno del país. Convencidos en 2015 por Cambiemos, el partido de Macri, los argentinos ya le habían dado la espalda a Kirchner y a su partido. Pero bastaron cuatro años para que llegara el desencanto. La devaluación del peso, el endeudamiento con el FMI, el alza de la inflación y el aumento de la pobreza, son la principal herencia económica que deja el empresario argentino a Alberto Fernández, próximo presidente de la nación sudamericana. El de Macri fue un buen ejemplo del retorno fallido del neoliberalismo.
Haití, Estado fallido
También. La isla caribeña presenta signos alarmantes desde hace años. Se trata del país más pobre del continente, con una infraestructura muy deficiente, carente de fuerzas armadas y, en los hechos, gobernado por las misiones que envía la Organización de las Naciones Unidas (ONU). A diferencia de otros países de la región, en Haití sí puede hablarse de Estado fallido. Desde finales de septiembre, como ocurrió a inicios de año, los haitianos salieron a las calles para exigir la renuncia del presidente Jovenel Moise. Carente de grandes recursos petroleros, minerales, madereros, etc., Haití tiene ya varios años sumido en un caos que no tiene fin. Ninguna de las potencias del mundo parece tener interés en esta pequeña república insular, más que un mínimo de atención solidaria y humanitaria; pues tanto su población como su extensión territorial son muy pequeñas, Haití no deja de ser un caso más de los que se suman a las convulsiones sociales recientes en la región.
Bolivia, sin cuadros para el relevo
En la tierra de Evo Morales, las elecciones presidenciales del pasado 20 de octubre y el conteo rápido de la votación dan lugar a especulaciones de fraude. Algunos sectores de la oposición, alrededor del candidato perdedor, Carlos Mesa, han llamado abiertamente a la rebelión para detener lo que consideran un atentado contra la democracia proveniente del ganador Movimiento al Socialismo (MAS). En contraparte, la fórmula ganadora llama a quienes votaron por ella a defender el triunfo en las calles. En Bolivia, a diferencia del resto de los países mencionados, la protesta social no es motivada por las consecuencias perjudiciales propias del neoliberalismo, sino por el descontento que surge en torno al largo mandato presidencial sostenido por la figura de Evo.
Con una economía creciente, una importante disminución de la pobreza y la inclusión de la población indígena en la dinámica estatal, las administraciones de Evo dejan pocos puntos débiles para sus principales críticos. El error del MAS reside en lanzar como candidato a un personaje que ya ha gobernado el país durante más de 14 años. El problema ahí es de otro tipo. Se trata de la lenta formación de cuadros políticos jóvenes que garanticen el desarrollo del proyecto de Morales sin que él mismo deba presidir el país. Hacen falta los relevos políticos para dar continuidad al proyecto.
Vista en términos generales, AL rechaza hoy el modelo que le fue impuesto por la superpotencia del mundo a finales del siglo pasado. El neoliberalismo se muere, pero el nuevo ordenamiento económico, político y social no termina de nacer. En algunos países se han hecho ensayos para sustituir al modelo neoliberal cuando éste se agote, pero se trata de esfuerzos sin consolidarse; son prácticas que no logran posicionarse en un nuevo paradigma o un nuevo modelo que abrace a todos los pueblos latinoamericanos en su anhelo de construir sociedades económicamente menos desiguales y socialmente menos injustas con las clases trabajadoras. Después de años de quietud, ahora vemos que AL atraviesa por un tiempo histórico acelerado rumbo a una crisis definitiva del modelo neoliberal.
Los cambios en la región son parte de las transformaciones que se operan en el mundo; pueden ser interpretados como el momento que marca el fin de una época y el comienzo de otra. Es el fin del orden internacional nacido del mundo pos Guerra Fría, cuando el capitalismo tenía ganada la batalla de las ideas, con EE. UU. omnipotente y con el neoliberalismo hegemónico a escala global. Hoy el capitalismo no puede responder satisfactoriamente a los cuestionamientos sobre la injusta distribución de la riqueza, China gana posiciones en la geopolítica mundial y el neoliberalismo se resquebraja aceleradamente. El levantamiento de AL –zona considerada por el imperialismo estadounidense como parte vital de su geopolítica– habla ya de la crisis ideológica del sistema actual, de la pérdida de control de la superpotencia sobre una de sus áreas más cercanas y de mayor influencia, y de la crisis del modelo neoliberal.
No está claro todavía cuál será el modelo económico que sustituirá al neoliberalismo; pero sí es seguro que las masas trabajadoras latinoamericanas ya no están dispuestas a transitar por la senda que han recorrido por 40 largos años. Falta ahora explorar y consolidar nuevas formas de organización económica y política que respondan adecuadamente a las exigencias sociales de los trabajadores, quienes están cansados de vivir siempre en el piso más bajo de la desigualdad. Estamos, en pocas palabras, ante un cambio de época. Es la muerte de un periodo y el nacimiento de otro. ¿Cuál?
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Escrito por Ehécatl Lázaro
Columnista de politica nacional