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Hace 25 años, un viernes 18 de agosto del año 2000, diez mexicanos perdieron la vida de manera artera y vil. Emboscados en la plaza principal de Chimalhuacán, los ciudadanos fueron acribillados por varias personas apostadas en la azotea del Palacio Municipal y alrededores, obedecían las instrucciones de Guadalupe Buendía La Loba, quien se negaba a dejar la presidencia municipal.
Cientos de hombres y mujeres, integrantes de organizaciones civiles querían ser testigos del arribo de un nuevo gobierno de un municipio lastimado y olvidado por los gobiernos Federal y estatal, así que las familias abarrotaron las calles aledañas al Palacio Municipal, aquel fatídico 18 de agosto del año 2000.
La policía estatal cercó el centro de Chimalhuacán, en la entrada de Piedras Negras, en la carretera Los Reyes-Texcoco, camiones y unos 200 elementos de la misma corporación se mantenían alertas; el Jardín Zaragoza y cinco calles a la redonda estaban abarrotadas de ciudadanos en espera de la asunción del nuevo gobernante. Ahí también se encontraban correligionarios y amigos del candidato ganador, venidos de los más diversos lugares, todos iban a una fiesta democrática, nadie pensaba lo peor.
Un testigo anónimo narra a este semanario lo vivido ese día: “trabajaba en una oficina corporativa de negocios y comercios, desde muy temprano del 18 (de agosto) me dispuse a ir a Chimalhuacán, fue una odisea llegar al centro, había retenes por todos lados, la aglomeración, además, no permitía avanzar rápido, en las bocacalles habían improvisados templetes, nadie esperaba tanta gente, por fin llegué al kiosco de la Plaza Zaragoza, desde ahí se miraba la azotea de los portales y los lobos, (como se llamaba a los seguidores de Guadalupe Buendía), apenas 10 minutos después de mi arribo llegaron hombres armados con el corte de cabello militar, armados con rifles de asalto, se distribuyeron en los muros de los portales de la avenida Zaragoza y otros se apostaron en las azoteas del mismo edificio, ahí se sentía la muerte, aun así la gente no se movía de su lugar.
Por la calle de La Paz, en la esquina sureste de la Plaza Zaragoza, de pronto, apareció Guadalupe Buendía, acompañada de su hijo Hugo Herrera Buendía; una veintena de hombres la conminaron a retirarse, que no ‘querían violencia’, La Loba ya no escuchaba, de entre su ropa sacó un arma y, a quemarropa, empezó a disparar. Inmediatamente se oyó el tañer de una campana de la Parroquia de Santo Domingo de Guzmán y el tronido de un cohetón. Ésta –asegura– fue la señal a la que obedecieron los tiradores y en menos de cinco minutos cayeron abatidos 10 pacíficos ciudadanos; no iban armados, fueron masacrados, resultando más de cien heridos de bala.
“La policía estatal nada hizo, la masacre ocurrió a ciencia y paciencia de los uniformados; cuando ingresaron a la Plaza Zaragoza, teñida en sangre por todos lados, ‘el trabajo estaba hecho’, familiares y amigos del Proyecto Nuevo Chimalhuacán, como se llamó a la unión de organizaciones de la planilla ganadora, se llevaron a sus heridos y muertos como pudieron, los tiradores no dejaban de disparar, los comerciantes establecidos abrieron sus negocios para que se refugiara la gente, la hermandad y la fraternidad entre el pueblo no se hizo esperar, pero los muertos, muertos estaban.
Al día siguiente, ante los medios de comunicación, un balbuceante Arturo Montiel, entonces gobernador del Estado de México, no atinaba a dar explicación coherente de lo acontecido y la inacción de los cuerpos de seguridad estatales, intentaba regañar al comandante de la Policía Estatal, sin lograr convencer que fuera ajeno a la tragedia.
Sin excepción, los diez caídos por las balas de asesinos profesionales, eran gente de bien, dos de ellos eran apenas unos jovencitos, Armando Santana Rodríguez, quien abandonó sus estudios de nivel medio superior por falta de recursos y para ayudar a su madre en los quehaceres domésticos, mientras ella se iba a trabajar; Rogelio Martínez Jiménez, otro jovencito que se tuvo que poner a trabajar para contribuir al sostenimiento de su familia; doña Carmen Carreón, de 51 años, soñaba con ver sus calles pavimentadas y no ocultaba su simpatía por el biólogo Jesús Tolentino Román Bojórquez, quien fue el ganador en aquella contienda electoral, pero la alegría y su vida la truncó la cobarde agresión.
Faustino Pérez Medina contaba con 45 años, era originario de Chiapas, tenía un local comercial donde vendía ropa; sus compañeros y vecinos lo recuerdan como un hombre que le preocupaba el dolor y las necesidades de sus semejantes. Macario Hernández González, originario de Hidalgo fue, a decir de su viuda, un marido ejemplar, y pasados los años, aún la embarga la pena por su pérdida: “siempre fue muy atento, procuraba que no me faltara nada, me ayudaba en los quehaceres domésticos”, así lo describe la mujer con la que había unido esfuerzos para hacerse de un terreno en la colonia Tlaixco, en este municipio.
Crescencio Sánchez Damián, con la bandera antorchista en ristre, esperaba el ansiado evento; no soltó su bandera ni en el último instante de su vida, fue la primera imagen que recorrió los medios de comunicación y la naciente Internet, donde se difundieron los trágicos sucesos. A Federico López Caballero, originario de Santo Tomás Apipilhuasco, en el Estado de México, sus vecinos lo recuerdan como un hombre preocupado por las necesidades de su comunidad, gestionó escuelas, el reconocimiento de una biblioteca, fue impulsor de la cultura e impartió artes plásticas a jóvenes preparatorianos. José Guadalupe Martínez, “Lupillo”, originario de Maravatío, dedicó su vida a mejorar la de sus paisanos; asentado en el entonces Distrito Federal, también luchó por mejorar la vida de los citadinos, ante los rumores de posibles ataques de La Loba, a decir de su compañero y paisano, Sabás: “se sentía tranquilo al ver la asistencia del evento, no atacarían a tantos, pensó, pero no fue así”.
Ricardo Calva Reyes y Marco Antonio Sosa Balderas son recordados de forma especial por nuestro testigo anónimo: “todas las muertes son dolorosas, algunas lo son más, es el caso de Ricardo y Marquitos. Al maestro Ricardo lo vi por última vez el domingo anterior a los hechos fatídicos, estaba rodeado de sus niños a los que iba a llevar a una competencia deportiva representando a su escuela; pero se dio cuenta de que algunos de sus niños no habían desayunado y andaba haciendo una improvisada colecta para comprarles algo para que desayunaran, no lo vi triste o angustiado, preocupado sí, pero alegre con su tarea de ese día.
“A Marco lo vi dos días antes. Recién había concluido sus estudios en la Universidad Autónoma Chapingo y se había desposado con Juanita, su compañera de lucha e ideales. Ese día, como siempre, vestía ropa sencilla pero limpia y unos zapatos que ya pedían pensionarse, a mi observación contestó ‛luego, no hay problema’.
“Ya no los volví a ver. En el Semefo de Texcoco a uno lo reconocí por un tatuaje; al otro, por su vestimenta, no quise ver sus rostros, me quise quedar con la imagen afable de ambos, alegres, sonrientes ante los retos, seguros y firmes en sus ideales; los ocho mártires, eran gente de bien, no había maldad en su pensamiento ni en su actuar, así son los grandes hombres que no merecen morir y menos en manos de lo más perverso de la humanidad, como fueron los autores materiales e intelectuales de las diez muertes en Chimalhuacán”.
“El poder de La Loba en Chimalhuacán estuvo apoyado por autoridades de alto nivel en el Estado de México. El último a quien se vinculó con ella fue a Arturo Montiel Rojas… quienes lo vivieron ubican su inicio alrededor de 1975, con las primeras invasiones ilegales de predios que la mujer y sus secuaces después fraccionaron y vendieron sin derecho”, documenta el periodista Alejandro Envila Fisher, en su libro Chimalhuacán, de ciudad perdida a municipio modelo, publicado en 2018.
Guadalupe Buendía, conocida por todos en el municipio como La Loba, gobernó el municipio del oriente mexiquense entre los años 1975 y 2000. Ya sea de mano propia o por sus cercanos.
Tras años de saqueos, gobierno en manos de un solo partido, abandono, ausencia de servicios públicos y pobreza, los chimalhuacanos votaron por un cambio radical en el municipio. Jesús Tolentino Román agrupó a las numerosas organizaciones sociales, unas setenta y, a contra corriente, integró una planilla para derrotar al candidato de Guadalupe Buendía, representado por Raúl Carpinteiro Buendía, bajo las siglas del PRD.
Tolentino Román ganó la elección interna del PRI y para los últimos días de abril del año 2000, su planilla inició una campaña sin recursos, sin el apoyo de la cúpula priista ni la venia del gobernante mexiquense en turno, como se acostumbraba; para sorpresa de los incrédulos, el proyecto que encabezaba se alzó con el triunfo.
En el ciudadano de a pie había una sensación de esperanza para la solución de sus necesidades; los éxitos logrados por Antorcha Popular, a la que pertenecía el candidato ganador de las elecciones en el Chimalhuacán del año 2000 permitían esperar buenos resultados.
El 18 de agosto era la fecha para que La Loba entregara todo el gobierno del que se había servido. Barruntos de tempestad: las reuniones de entrega/recepción fueron ríspidas y hasta peligrosas. Buendía reclamaba para sí el control del ODAPAS, Obras Públicas, la Tesorería Municipal y Seguridad Pública, nada se le concedió y empezaron las amenazas: unas veladas, otras francas y abiertas.
Las primeras señales de la violencia que se avecinaba se presentaron el cinco de julio, día de la entrega de la constancia de mayoría por parte del Instituto Electoral del Estado de México (IEEM); los seguidores del candidato derrotado llegaron, amenazantes, al edificio donde se encontraban estas oficinas para evitar la entrega del documento que reconocía el triunfo electoral de la fórmula ganadora; a la cabeza de este grupo iba Raúl Carpinteiro Buendía, su candidato, acompañado de los líderes perredistas José de Jesús Buendía, hoy Secretario de Gobierno de Chimalhuacán, Alberto López Rojas El Caballo, actual operador de Morena y Miguel Benito Pérez, esposo de la actual presidenta municipal, Xóchitl Flores.
Se hicieron acompañar de unos 120 sujetos, en su mayoría pepenadores, armados con palos y todo género de artilugios para provocar daño, del hecho dio cuenta el noticiero matutino de una televisora, cuyo helicóptero volaba, casualmente, en lo alto de las oficinas del IEEM: una veintena de heridos y vehículos dañados fue el resultado de esa primera agresión, pero los agresores no lograron evitar la entrega de la constancia de mayoría.
El 18 de agosto del año 2000 marcó el inicio de una nueva vida para los chimalhuacanos, 21 años duró ese gobierno: “el Proyecto Nuevo Chimalhuacán, fenómeno social y político novedoso que ha transformado al municipio y la vida de sus habitantes, convirtiéndolo, de ejemplo de atraso –como se ve a lo largo de la obra– en verdadero modelo de desarrollo aplicable a las zonas marginadas de las grandes urbes de México”, describe el doctor en economía Abel Pérez Zamorano en su libro Marginación urbana. El caso del oriente mexiquense.
Redes de agua potable y drenaje suficientes y eficientes, electricidad, calles pavimentadas e iluminadas, bulevares, el Mexibús, centros de desarrollo comunitario, hospitales, alfabetización, escuelas, bibliotecas, universidades, parques, lagos artificiales, planetario, rescate de las tradiciones, albercas, centros deportivos, impulso a la escultura, teatros, plazas recreativas, alfabetización, orquesta sinfónica, grupos culturales, ferias y exposiciones artesanales, un centro para la atención a discapacitados (CRIS) con biblioteca braille y tinas de hidromasaje para la población más vulnerable, clubes deportivos, disminución drástica de la inseguridad, forman la lista de lo realizado, sin contar la escultura que le dio identidad a los chimalhuacanos: El Guerrero Chimalli.
Para el Doctor en Economía Brasil Acosta Peña, fueron 21 años de un verdadero gobierno popular en Chimalhuacán, en el que los trabajadores demostraron que pueden ser gobierno, “en Chimalhuacán demostraron que la construcción de un gobierno auténticamente popular, encabezado por los mejores hombres y mujeres surgidos de entre la clase trabajadora, es posible; sólo se necesita que no se quede en la burbuja de un municipio, sino que inunde la nación mexicana entera”.
Sin duda, Chimalhuacán, sus mártires, reclaman el regreso de hombres mejor preparados, con miras de largo alcance, que no regateen su tiempo y vida para educar y organizar nuevamente a los chimalhuaquenses, antes que Morena termine con la obra y los servicios heredados y sean arrasados por completo. Está de por medio la honra de Los Mártires de Chimalhuacán.
Chimalhuacán tenía 490 mil 772 habitantes, según cifras del Inegi. “En 1970, el área urbana era de aproximadamente 115 hectáreas… para 1985, el área urbana llegaba ya a dos mil 600 hectáreas… para alcanzar, en el año 2000, una superficie total de tres mil 634 hectáreas”, en treinta años, la superficie aumentó treinta veces y su población pasó de 19 mil 946 habitantes a 490 mil 772, analizó el doctor en economía Abel Pérez Zamorano en su libro Marginación urbana. El caso del oriente mexiquense.
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Escrito por Alejandro Torres
Colaborador.