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“Hace pocas horas, un avión estadounidense ha lanzado una bomba sobre Hiroshima”; así anunció al mundo Harry S. Truman, entonces presidente de los Estados Unidos (EE. UU.), el lanzamiento de la primera bomba nuclear el seis de agosto de 1845; tres días después repitió el hecho en contra de la población de Nagasaki. Se cumplirán 80 años de esta atrocidad cometida por EE. UU.
En Hiroshima, el Little Boy, con una carga de 64 Kg de Uranio 235 explotó, liberando una energía de 15 kilotones (esto es, el equivalente a la explosión de 15 mil toneladas de trinitrotolueno, TNT) que generó una ola de calor de más de 4,000°C y una lluvia radioactiva en un radio de aproximadamente 4.5 Km, pero que afectó un área de 11 Km a la redonda. No obstante, se calcula que sólo se fisionó cerca de 1.4 por ciento del material explosivo; es decir, que su impacto pudo haber sido hasta 70 veces mayor.
La bomba Fat Man, arrojada contra la población de Nagasaki, tenía una carga de seis kg de Plutonio 239. Ésta explotó liberando una energía de 21 kilotones; aunque sólo se usó 16 por ciento de la carga, destruyó un área de alrededor de 7.7 Km a la redonda.
Por esa inhumana acción del Estado norteamericano, son bien conocidos los efectos de la explosión de una bomba nuclear. La detonación de las bombas Little Boy y Fat Man tuvo consecuencias devastadoras y de magnitudes catastróficas no sólo de corto plazo. Inmediatamente, las explosiones aniquilaron entre 110 y 210 mil personas. Pero ahí no terminó el horror. Los sobrevivientes sufrieron atroces secuelas por la exposición a la radiación, como leucemia, cáncer, insuficiencia renal, entre otras. Se contaminaron las fuentes de agua, el aire, etc. A pesar de ello, las armas nucleares no están prohibidas, como sí ocurre con las armas químicas y biológicas.
El Organismo de Energía Atómica (IAEA, por sus siglas en inglés) ha señalado que la energía nuclear se produce a partir de la reconstitución del núcleo del átomo que está conformado por neutrones y protones.
La reconstitución del núcleo puede hacerse mediante la fisión o la fusión del mismo. La fisión del núcleo se refiere a la división de éste en otros más pequeños debido al impacto de un neutrón libre en el núcleo original. La fusión del núcleo, por otro lado, refiere al proceso de reunión de varios núcleos en uno más grande. Ambos mecanismos implican la liberación o pérdida de masa de los átomos, que se transforma en una gran cantidad de energía liberada; como expresa la famosa fórmula de Albert Einstein sobre la intercambiabilidad de la masa y la energía.
La energía liberada por un proceso de ésos se potencia cuando la fisión o fusión ocurren en cadena, como en las armas nucleares. Esto es, luego de que un neutrón exógeno provoque una primera fisión, al quedar liberados algunos neutrones, éstos vuelven a golpear los núcleos de los nuevos átomos, ocurriendo nuevas fisiones, y así sucesivamente. En cada reacción, se libera energía en forma de calor y de ondas electromagnéticas (rayos gamma o X, radiación ionizante) que provocan la muerte o daños a nivel celular que provocan enfermedades de distintos tipos, como renales, quemaduras y, en el largo plazo, cánceres y mutaciones.
No todos los elementos son susceptibles de fisionarse. Esta reacción es propia de los elementos con núcleos atómicos pesados, particularmente el Uranio y el Plutonio, elementos radiactivos cuyos átomos se descomponen espontáneamente. Incluso, hay isótopos (variantes de estos elementos en los que existen diferencias en el número de neutrones contenidos, pero no de protones lo que los hace ser ese elemento en cuestión y no otro) de estos elementos que no lo son o que requieren neutrones de alta energía para fisionarse, particularmente las variantes U-235 de Uranio (o Uranio enriquecido) y Pu-239 de Plutonio.
En la naturaleza, sólo el uno por ciento del Uranio es U-235; el más común es el U-238, para hacer este último fisible en cadena ha de enriquecerse mediante sofisticadas centrifugadoras. Hay un puñado de países en los que las concentraciones de este elemento son significativas. El portal elordenmundial.com reporta que ocho países controlan 96 por ciento de la producción global de este elemento y tres países (Australia, Kazajistán y Canadá), la mitad. El Plutonio existe de manera natural, pero en cantidades muy pequeñas, aunque puede generarse en laboratorio; no obstante, su creación requiere características de seguridad extremas porque es altamente radioactivo.
El desarrollo de la bomba atómica implica primero, hacerse con el material fisible ya sea de manera natural o mediante el enriquecimiento en laboratorios; segundo, poder construir una ojiva (la parte delantera del proyectil que contiene la carga explosiva y en la que la fisión en cadena debe controlarse), así como el mecanismo de iniciación de la reacción (explosivos químicos), de explosión y de seguridad de la bomba. La otra parte relevante es el desarrollo del mecanismo de propulsión de los misiles nucleares. Todo ello requiere enormes cantidades de recursos que gastan los Estados y que pagan sus poblaciones.
La bomba de fusión implica otros peligros para la humanidad en materia de armamento nuclear. La bomba de hidrógeno tiene un poder de destrucción cientos de veces mayor a la de fisión. Sólo el destello al explotar puede causar ceguera; la explosión propiamente dicha produce una onda expansiva de destrucción, calor extremo y lluvia radioactiva. Las ondas de choque se propagan a velocidades supersónicas, destruyendo a su paso todo en varios kilómetros a la redonda.
EE. UU. fue el primer país en desarrollar bombas nucleares, se lo hizo saber al mundo hace 80 años al lanzarlas contra la población de Hiroshima y Nagasaki. Lo siguió la URSS cuatro años después. En el periodo de la Guerra Fría, el arsenal nuclear y la capacidad destructora de las bombas se multiplicó.
El peligro de una guerra nuclear se volvió latente. Tanto así que se firmaron acuerdos a fin de evitarla entre EE. UU. y la URSS. En 1972, acordaron limitar los sistemas defensivos a las capitales Washington DC y Moscú a fin de evitar tener que armarse hasta los dientes para lograr un ataque seguro. Posteriormente, los tratados SALT I y SALT II implicaban limitar el número de misiles de largo alcance y el de ojivas que podían transportar un misil. En 1988, se eliminaron algunos tipos de armas nucleares y se firmaron compromisos de reducción de los arsenales.
Tras la implosión de la URSS, en enero de 1992, el entonces presidente de EE. UU., George Bush, declaró ante la ONU: “por la Gracia de Dios, EE. UU. ganó la Guerra Fría” y “el comunismo murió”; por tanto, dijo, EE. UU. es el “líder indiscutible de la época”. Se comprometió entonces a eliminar todas sus armas nucleares de corto alcance (misiles tácticos) e hizo el llamado a que Rusia respondiera con acciones similares. El imperialismo occidental prometió entonces un inminente futuro de paz.
En Rusia, la catástrofe política y la consecuente crisis económica provocaron una reducción dramática del presupuesto militar. Para 1999, éste era sólo el dos por ciento del que se ejerció en 1990; se abandonaron satélites en órbita y sistemas defensivos e inmediatamente después de las declaraciones de Bush, Boris Yeltsin eliminó miles de cabezas tácticas.
Pero mientras Rusia cumplía de manera adelantada los compromisos de desarme, el brazo militar de EE. UU. en Europa, la OTAN, se expandió al Este. En 1999, se había agregado Polonia, Hungría y la República Checa como países miembros de esa organización de EE. UU. para la ofensiva contra Rusia. ¿Por qué, si el futuro era de paz, EE. UU. se armaba hasta los dientes? ¿Por qué violar las líneas rojas fijadas por Moscú y que Occidente, aunque muy tímidamente, había aceptado?
El discurso antiarmas nucleares de EE. UU. no duró mucho tiempo. El ataque de septiembre de 2001 contra las torres gemelas le brindó el pretexto para incrementar nuevamente su gasto militar y ampliar su arsenal nuclear. Una estrategia que servía también para digerir los ingentes flujos de capital que el neoliberalismo había producido y que empezaba a resultar indigesto para una economía con una industria militar reducida.
En 2025, los países con ojivas desplegadas, es decir, situadas en misiles o bases con fuerzas operativas listas para emplearse son Rusia (mil 718), EE. UU. (mil 770), Reino Unido (120), Francia (280), y China (24). De acuerdo con datos del Stockholm International Peace Research Institute (SIPRI), los países con armas nucleares en 2025, tanto desplegadas como almacenadas, son: Rusia (cinco mil 459 ojivas), EE. UU. (cinco mil 177), China (600), Francia (290), Reino Unido (225), India (180), Pakistán (170), Israel (90) y Corea del Norte (50). De estos países, solamente los primeros cinco pertenecen al Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP). A pesar de que algunos países han “retirado” ojivas, éstas no han sido desmanteladas, por lo que se cuentan en sus arsenales.
En el último año sólo China e India incrementaron su arsenal; el primero en 100 ojivas y el segundo en ocho. Los demás países, aunque disminuyeron su inventario, lo hicieron en menor proporción que en años anteriores. El reporte del SIPRI advierte que, en los próximos años, la desaceleración del ritmo del desarme implicará un incremento del arsenal nuclear mundial.
Existen otros países con la capacidad, por sus recursos y tecnología, de desarrollar este tipo de armamento. Rafael Mariano Grossi, director general del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), declaró en una entrevista para el medio polaco Rzeczpospolita que “Alemania tiene el material nuclear necesario y sabe cómo hacerlo; cuenta con toda la tecnología”. A decir de Grossi, si los líderes de la Unión Europea (UE) decidieran violar el TNP, entre 20 y 30 países poseerían armas nucleares. A pesar de esto, los analistas coinciden en que las verdaderas potencias armamentísticas son, sin lugar a duda, Rusia y EE. UU.
Este último no sólo cuenta con el arsenal instalado en su territorio, hay, además, naciones de la OTAN que han permitido que EE. UU. instale bombas nucleares en sus confines bajo el esquema de “participación nuclear”; es el caso de Bélgica, Alemania, Italia, Países Bajos y Turquía. No obstante, los mandatarios de los países receptores no tienen el código para activarlas, éste lo posee exclusivamente EE. UU. En cambio, los países receptores están obligados a proporcionar los aviones donde se transportaría la bomba en cuestión, en caso de ser activada. EE. UU. controla así a estos países, pues les impide poseer bombas, por un lado, y los obliga a cooperar en caso de una guerra con estas armas.
La tecnología nuclear tiene otra cara. Se puede utilizar en la vida cotidiana del hombre para producir electricidad, reducir la contaminación, emplearse en áreas como la salud y la actividad económica agropecuaria, etc.
La energía nuclear es una fuente limpia y estable, su desarrollo y uso podría contribuir a la reducción de la dependencia de combustibles fósiles y las emisiones de dióxido de carbono. Se dice que la energía nuclear emite menos dióxido de carbono que la solar, comparable con la energía eólica, y tiene la ventaja de que no depende del clima. Además, es entre 70 y 100 veces más limpia que el carbón y 40 veces más que el gas natural. Adicionalmente, este tipo de energía es más eficiente: una planta nuclear de primera generación genera la misma electricidad que tres mil turbinas eólicas o tres millones de paneles solares. Algunos países que han hecho avances en esta materia son China, Japón y Francia.
La tecnología nuclear permite aumentar la productividad en la agricultura, la ganadería y los alimentos mediante la “mutación inducida”. Por ejemplo, Vietnam usó radiación gamma para desarrollar variedades de arroz resistentes a plagas, como la VND-95, que ahora cubre más del 50 por ciento de los arrozales; Bangladesh hizo lo propio y creó el Binad-han-7; Perú hizo lo propio con la quinoa. También se empleó para eliminar al gusano barrenador en México y EE. UU. en los años 80, esterilizaron con radiación a machos de la mosca y los liberaron para que compitieran con los machos fértiles y así disminuir población y acabar con la plaga. España siguió un proceso similar con la mosca de la fruta y Sudáfrica con la mosca tse-tsé. Esta tecnología también sirve para la conservación de alimentos sin usar químicos y para eliminar bacterias de la fruta, como la salmonella.
A la radiación también se le han dado otros usos en medicina, el manejo del agua y la industria. Los isótopos como el tecnecio-99m (producido en reactores de Argentina y Canadá) permiten el diagnóstico temprano de cáncer y la radioterapia, su curación; India emplea reactores para desalinizar agua; Alemania y Japón usan radiación en procesos industriales de alta precisión; incluso se ha utilizado en la exploración espacial.
La catástrofe provocada por el lanzamiento de bombas nucleares directamente contra población civil revela la capacidad destructiva de estas armas. La vida humana y el uso bélico de la energía nuclear, por su potencia destructiva, no son compatibles, no deberían coexistir, pues la mera existencia de armas nucleares condena a la humanidad al riesgo constante de perecer de forma terrible, minan la seguridad y los derechos de los pueblos en todo el mundo.
Tanto es así que en el mundo se han constituido diversas organizaciones y legislaciones que buscan detener la proliferación y el desarrollo de armas nucleares. Sin embargo, y a pesar de las abundantes declaraciones y firmas de acuerdos internacionales para la destrucción de estas armas, todo ha quedado en promesas incumplidas y la amenaza de guerra nuclear es un riesgo altamente probable en nuestros tiempos.
¿Por qué si hay consenso en las implicaciones, no se toman medidas radicales al respecto? Este peligro, así como el incremento del gasto en el rearme y modernizaciones nucleares, está relacionado con la necesidad y la búsqueda de control absoluto del imperialismo capitalista que comanda EE. UU.; con su pretensión de poder hegemónico sobre toda la humanidad; con su deseo de ordenar al mundo, según los intereses de la élite propietaria del capital monopólico trasnacional, pues éste exige el dominio de los recursos y la riqueza del mundo.
Esta pretensión afecta el desarrollo independiente de todos los pueblos; implica socavar la soberanía nacional y la posibilidad de elegir el rumbo y la organización social que convenga y decida la mayoría. Es así porque la respuesta a quien se atreva a oponerse, a quien ose elegir un rumbo distinto al dictado por el imperio, está desplegada en ojivas que desde alguna parte del mundo apunta ya a la nación desobediente.
¿Qué ha impedido hasta ahora que EE. UU. emplee su arsenal contra otros pueblos? La existencia de una fuerza similar en poder de Moscú. Por eso las voces del movimiento antinuclear, que muy justamente se oponen al desarrollo y proliferación de armas nucleares, yerran al poner en el mismo saco a todos los países que tienen políticas de rearme y modernización nucleares y que, para ello, gastan billones de dólares del producto social. La denuncia de todo ello es necesaria; pero si no cala hasta la raíz del problema, estos movimientos sólo sirven como arma ideológica al servicio de quien detenta ya el poder económico y tiene pretensiones de poder absoluto sobre el mundo; es decir, del imperialismo norteamericano.
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Escrito por Vania Sánchez y Ollin Vázquez Huerta
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