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Wystan Hugh Auden
Poeta, dramaturgo, crítico y libretista inglés. Ejerció una gran influencia en la poesía del Siglo XX
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Poeta, dramaturgo, crítico y libretista inglés. Ejerció una gran influencia en la poesía del Siglo XX. Nació el 21 de febrero de 1907, en York, Reino Unido. Su primer libro, Poems , se publicó en 1930 con la ayuda de T.S. Elliot. Justo antes de que estallara la Segunda Guerra Mundial emigró a Estados Unidos, donde conoció al poeta Chester Kallman, quien se convirtió en su amante de toda la vida. Ganó el Premio Pulitzer en 1948 por The Age of Anxiety . Gran parte de su poesía se ocupa de cuestiones morales y evidencia un fuerte contexto político, social y psicológico.Si bien las enseñanzas de Marx y Freud pesaron mucho en sus primeros trabajos, más tarde declinó en influencias religiosas y espirituales. Algunos críticos lo han llamado “antirromántico”, un poeta de claridad analítica que buscaba el orden, patrones universales de la existencia humana. Su poesía se considera versátil e inventiva, abarcando desde epigramas hasta versos extensos e incorporando una amplia gama de conocimientos científicos. A lo largo de su carrera colaboró con diversos autores para crear libretos de obras musicales de Britten, Stravinsky y Mozart. Hoy se le considera uno de los poetas más hábiles y creativos de mediados del Siglo XX, quien escribió regularmente en rima y métrica tradicionales. Falleció el 29 de septiembre de 1973, en Viena, Austria.

Traducción de Guillermo Sheridan.

 

Septiembre 1, 1939

Me siento en un lupanar

de la calle cincuenta y dos,

incierto y asustado

mientras mueren las grandes esperanzas

de una década baja y deshonesta:

olas de rencor y de miedo

corren sobre las iluminadas

y oscurecidas tierras del planeta

oprimiendo nuestras vidas privadas;

el inmencionable olor de la muerte

ofende a la noche de septiembre.

 

La escolaridad debida puede

desenterrar toda la grosería que,

desde Lutero hasta ahora,

ha enloquecido esta cultura,

averigua lo ocurrido en Linz,

qué gran imagen hizo

un dios sicópata:

yo y el público sabemos

lo que aprenden los escolares:

aquellos a quienes se les hace mal

hacen mal a cambio.

 

Tucídides en el exilio sabía

todo lo que un discurso puede decir

acerca de la democracia,

y lo que hacen los dictadores,

la añeja porquería que dicen

a las tumbas apáticas;

todo lo analizó en su libro,

la ilustración ignorada,

el dolor que forma hábito,

pena y mala administración:

todo hemos de sufrirlo nuevamente.

 

Hacia este aire neutral

donde usan los ciegos rascacielos

toda su altura para proclamar

la fuerza del Hombre Colectivo,

derrama cada lengua su vana

competencia de disculpas;

pero quién puede vivir tanto tiempo

en un sueño eufórico;

se asoman fuera del espejo

la cara del imperialismo

y el error internacional.

 

Los rostros en la barra

se aferran a lo cotidiano:

nunca deben apagarse las luces,

la música debe siempre oírse,

conspiran todas las convenciones

para que este fuerte asuma

los modos del hogar;

a menos de que veamos lo que somos:

perdidos en un bosque hechizado,

niños temerosos de la noche

que jamás han sido buenos ni felices.

 

La más ventosa basura militante

que gritan las Personas Importantes

no es tan vulgar como nuestro deseo:

lo que el loco de Nijinsky escribió

sobre Diaghilev

es cierto del corazón común;

pues el error creado en el hueso

de cada mujer y de cada hombre

ansía lo que no puede tener,

no el amor universal

sino ser en soledad amado.

 

De la oscuridad conservadora

hasta la vida ética

los trenes atestados vienen

repitiendo su voto matinal:

“Seré fiel a mi mujer,

me concentraré más en mi trabajo”,

se despiertan los desvalidos gobernantes

y reasumen su juego compulsivo:

¿quién puede liberarlos ahora?

¿quién puede alcanzar al sordo?

¿quién puede hablar por el mudo?

 

Lo único que tengo es una voz

para deshacer la mentira y sus dobleces,

la mentira romántica en los sesos

del sensual hombre-de-la-calle

y la mentira de la autoridad

cuyos edificios tentalean el cielo:

no hay tal cosa como el Estado

y nadie existe solo;

el hambre no deja escoger

ni al ciudadano ni al policía;

debemos amarnos unos a otros o morir.

 

Indefenso en la noche

nuestro mundo yace en estupor

y con todo, punteado en todas partes,

irónicos puntos de luz

relampaguean donde sea que los Justos

intercambian mensajes;

 

pueda yo, compuesto como ellos

de Eros y de polvo,

sitiado por la misma

negación y desesperanza,

mostrar una flama afirmativa.

Blues del refugiado

Digamos que hay diez millones en esta ciudad,

unos viven en mansiones, otros viven en agujeros:

con todo, no hay lugar para nosotros, querida, no hay lugar.

 

Alguna vez tuvimos una patria y nos pareció justo,

mira en el Atlas y ahí la encontrarás:

no podemos ir a ella ahora, querida, no podemos ir.

 

En el cementerio del pueblo hay un árbol viejo

que año con año florece nuevamente:

los viejos pasaportes no hacen eso, querida, los pasaportes

viejos, no.

 

El cónsul golpeó la mesa y dijo:

“Si no hay pasaporte están oficialmente muertos”:

pero aún vivimos, querida, aún estamos vivos.

 

Fui a un comité; me ofrecieron una silla;

me pidieron cortésmente que volviera en un año:

pero, ¿a dónde iremos hoy, querida?, ¿hoy a dónde iremos?

 

Fui a un mitin público; el orador se puso de pie y dijo:

“Si los dejamos entrar se robarán el pan”;

hablaba de nosotros, querida, hablaba de nosotros.

 

Creí oír el estruendo de un trueno en el cielo;

era Hitler en Europa diciendo: “¡Deben morir!”;

nos tenía en mente, querida, nos tenía en mente.

 

Vi un poodle en un saco cerrado con un alfiler,

vi una puerta abierta para que entrara el gato:

no eran judíos alemanes, querida, no eran judíos alemanes.

 

Bajé a la bahía y me paré junto al muelle,

vi nadar a los peces como si fuesen libres

a cinco metros de mí apenas, querida, a cinco metros de mí.

 

Crucé un bosque, vi a las aves en los árboles;

no tenían políticos y cantaban a placer:

no eran la raza humana, querida, no eran esa raza.

 

Soñé que vi un edificio con mil pisos de altura,

mil ventanas y mil puertas;

ninguna era nuestra, querida, ninguna era nuestra.

 

Me detuve en la pradera entre la nieve que caía;

diez mil soldados marchaban de aquí para allá:

buscándonos, mi vida, buscándonos a ti y a mí.

 


Escrito por Redacción


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En la década de 1960 estudió Literatura en Estados Unidos, donde reside actualmente.

Es un reconocido poeta y ensayista chino.

Luchó toda la vida por su patria cubana desde la trinchera de las letras.