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"Oda a Lenin", de Pablo Neruda
En conmemoración del centenario de la muerte del gran revolucionario ruso, compartimos con nuestros lectores fragmentos de la "Oda a Lenin", de Pablo Neruda, publicada en 1959 en el poemario Navegaciones y regresos.
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Tardíos estudios forenses han confirmado recientemente que el mayor poeta revolucionario de América Latina, Pablo Neruda, murió envenenado pocos días después del golpe de Estado contra el gobierno de Salvador Allende, en Chile, en 1973. No fue éste el primer ataque contra el cantor que declarara “tengo un pacto de sangre con mi pueblo”, su biografía registra exilios, ostracismo, deportaciones y despidos. Tampoco serían sólo en vida los ataques contra el poeta-comunista: “críticos imparciales” y “biógrafos” no cejan en su empeño de exhibir lo que consideran “pecados” personales, políticos y literarios de este gran poeta del proletariado y promueven campañas contra su memoria con una energía digna de mejor causa. No perdonan su compromiso revolucionario y afirman, entre otras lindezas, que el ganador del Premio Lenin de la Paz en 1953 y del Nobel de Literatura en 1971 debió cantarle sólo al mar, al amor o a las papas fritas, evitando a toda costa el compromiso político; que nunca debió escribir aquel poema a Stalin o ensalzar en sus versos la incuestionable obra teórica y práctica de Lenin, líder de la Revolución de Octubre.

En conmemoración del centenario de la muerte del gran revolucionario ruso, compartimos con nuestros lectores fragmentos de la Oda a Lenin, de Pablo Neruda, publicada en 1959 en el poemario Navegaciones y regresos.

 

I

Lenin, para cantarte

debo decir adiós a las palabras;

debo escribir con árboles, con ruedas,

con arados, con cereales.

Eres concreto como

los hechos y la tierra.

No existió nunca

un hombre más terrestre

que V. Ulianov.

Hay otros hombres altos

que como las iglesias acostumbran

conversar con las nubes,

son altos hombres solitarios.

Lenin sostuvo un pacto con la tierra.

Vio más lejos que nadie.

Los hombres,

los ríos, las colinas,

las estepas,

eran un libro abierto

y él leía,

leía más lejos que todos,

más claro que ninguno.

Él miraba profundo

en el pueblo, en el hombre,

miraba al hombre como a un pozo,

lo examinaba como

si fuera un mineral desconocido

que hubiera descubierto.

Había que sacar las aguas del pozo,

había que elevar la luz dinámica,

el tesoro secreto de los pueblos,

para que todo germinara y naciera,

para ser dignos del tiempo y de la tierra.

 

II

Cuidad de confundirlo con un frío ingeniero,

cuidad de confundirlo con un místico

[ardiente.

Su inteligencia ardió sin ser jamás cenizas,

la muerte no ha helado aún su corazón de fuego.

 

IV

Fueron algunos hombres sólo estudio,

libro profundo, apasionada ciencia,

y otros hombres tuvieron

como virtud del alma el movimiento.

Lenin tuvo dos alas:

el movimiento y la sabiduría.

(…)

 

VII

Todo ha cambiado, pero

fue duro el tiempo

y ásperos los días.

Durante cuarenta años aullaron

los lobos junto a las fronteras:

quisieron derribar la estatua viva,

quisieron calcinar sus ojos verdes,

por hambre y fuego

y gas y muerte

quisieron que muriera

tu hija, Lenin,

la victoria,

la extensa, firme, dulce, fuerte y alta

Unión Soviética.

No pudieron.

Faltó el pan, el carbón,

faltó la vida,

del cielo cayó la lluvia, nieve, sangre,

sobre las pobres casas incendiadas,

pero entre el humo

y a la luz del fuego

los pueblos más remotos vieron la

[estatua viva

defenderse y crecer crecer crecer

hasta que su valiente corazón

se transformó en metal invulnerable

 

VIII

Lenin, gracias te damos los lejanos.

Desde entonces, tus decisiones,

desde tus pasos rápidos y tus rápidos ojos

no están los pueblos solos

en la lucha por la alegría.

La inmensa patria dura,

la que aguantó el asedio,

la guerra, la amenaza,

es torre inquebrantable.

Ya no pueden matarla.

Y así viven los hombres

otra vida,

y comen otro pan

con esperanza,

porque en el centro de la tierra existe

la hija de Lenin, clara y decisiva.

 

IX

Gracias, Lenin,

por la energía y la enseñanza,

gracias por al firmeza,

gracias por Leningrado y las estepas,

gracias por la batalla y por la paz,

gracias por el trigo infinito,

gracias por las escuelas,

gracias por tus pequeños

titánicos soldados,

gracias por este aire que respiro en tu tierra

que no se parece a otro aire:

es espacio fragante,

es electricidad de enérgicas montañas.

Gracias, Lenin,

por el aire y el pan y la esperanza.


Escrito por Tania Zapata Ortega

Correctora de estilo y editora.


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