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Nació el 23 de abril de 1564 en Stratford-upon-Avon, una pequeña ciudad al noroeste de Londres, Inglaterra. Era hijo de John Shakespeare, un próspero negociante local, y de Mary Arden. Asistió al colegio de la ciudad y a ello se deben los amplios conocimientos de la literatura latina y de retórica de que haría gala en sus escritos. A los 18 años se casó con una joven de la localidad, Anne Hathaway, con quien tuvo tres hijos; un documento sitúa al Bardo en Stratford todavía en 1585, pero luego siguen siete años, “los años perdidos”, en los que se evapora totalmente su pista, hasta que reaparece en 1592 convertido en autor teatral de éxito en Londres.
Pero su carrera despegó realmente dos años más tarde cuando creó, junto a otros seis socios, una compañía teatral: los Lord Chamberlain’s Men, que fue rebautizada en 1603 como King’s Meny y dominó los escenarios londinenses durante un cuarto de siglo. Además de Shakespeare, figuraron en ella el actor cómico William Kemp y Richard Burbage, actor que se encargó de los grandes papeles trágicos como Hamlet, Otelo o el Rey Lear. Para completar el reparto se solía contratar actores eventuales para que interpretasen los papeles femeninos, ya que en Inglaterra las mujeres tenían prohibido actuar en los escenarios. Shakespeare escribió todas sus obras para la compañía, a un ritmo de dos por año (se conservan 38, aunque también colaboró en otras) y además desempeñó papeles secundarios en el escenario.
Inicialmente, la compañía daba sus funciones en un teatro llamado por antonomasia The Theatre, pero en 1598 el contrato de alquiler del local expiró. Shakespeare y sus colegas desmontaron la estructura de madera del teatro y se la llevaron a otro local en el Bankside, un barrio de Londres al sur del río Támesis; el nuevo teatro se llamó The Globe y presentaba ante una audiencia popular que pagaba un penique por la entrada y se agolpaba en el “gallinero” y en los palcos; así se representaron las obras inmortales de Shakespeare: Romeo y Julieta (1595); el Mercader de Venecia (1597); Hamlet (1602) y Macbeth (1606).
En 1613, The Globe fue destruido por un incendio provocado por la chispa de una descarga fingida de artillería en el escenario; el edificio fue reconstruido enseguida, pero sirvió para que la compañía gestionara otro teatro, el Blackfriars, de aforo menor (600 plazas) pero cubierto y con mayores medios escénicos. Por esta razón, las entradas más baratas para el Blackfriars eran hasta seis veces más caras que las del Globe. Se ha afirmado que por entonces el poeta se retiró y volvió a Stratford, donde murió el 23 de abril de 1616.
traducción de ramón garcía gonzález
Soneto 1
Queremos que propaguen, las más bellas criaturas,
su especie, porque nunca pueda morir la rosa
y cuando el ser maduro, decaiga por el tiempo
perpetúe su memoria, su joven heredero.
Pero tú, dedicado a tus brillantes ojos,
alimentas la llama, de tu luz con tu esencia,
creando carestía, donde existe abundancia.
Tú, tu propio enemigo, eres cruel con tu alma.
Tú, que eres el fragante adorno de este mundo,
la única bandera que anuncia primaveras,
en tu propio capullo, sepultas tu alegría
y haces, dulce tacaño, derroche en la avaricia.
Apiádate del mundo, o entre la tumba y tú,
devoraréis el bien que a este mundo se debe.
Soneto 18
¿Que debo compararte a un día de verano?
Tú eres más adorable y estás mejor templado.
Rudos vientos agitan los capullos de mayo
y el estío termina su arriendo brevemente.
A veces brilla el Sol con demasiado fuego
y a menudo se vela su dorado semblante.
A veces la belleza declina de su estado
por causas naturales o causas imprevistas.
Mas tu eterno verano jamás se desvanece,
ni perderá su instinto de tener la hermosura
ni la muerte jactarse, de haberte dado sombra,
creciendo con el tiempo en mis versos eternos.
Mientras el ser respire y tengan luz los ojos,
vivirán mis poemas y a ti te darán vida.
Soneto 20
Con rostro de mujer te pintó la Natura,
con su mano, Señor y Dueña de mi amor.
Corazón de mujer, jamás acostumbrado,
a los rápidos cambios de las falsas mujeres.
Tus ojos son más vivos y al mirar más leales,
que hacen brillar aquello que observa tu mirada.
Un hombre en el aspecto de aparente dominio,
que rapta el ojo al hombre y a la mujer el alma.
Y tal como mujer, creado en un principio,
mas la Naturaleza, hizo de ti su gozo,
según te fue creando y me privó de ti,
al darte un atributo que en mí nada supone.
Mas dado que al placer de la mujer te hizo,
dales ese tesoro y a mí dame tu amor.
Soneto 19
Tiempo voraz, despunta las garras del león
y haz que devore el mundo sus más dulces retoños;
arranca los colmillos del más sangriento tigre
y quema entre su sangre, su larga vida al Fénix.
Alterna con tu vuelo tristezas y alegrías
y haz todo lo que quieras, Tiempo de raudo pie
a este mundo y a todas sus fugaces dulzuras.
Pero yo te prohíbo el más odioso crimen:
No marques con tus horas la frente de mi amada,
ni en ella traces líneas, con tu antiguo cincel,
déjala intacta y pura y sea en tu carrera
modelo de belleza para el hombre futuro.
O bien haz lo más vil, viejo Tiempo caduco,
que en mis versos, mis amor, será joven por siempre.
Soneto 30
Cuando en dulces sesiones, de meditar silente,
convoco en mi recuerdo las cosas ya pasadas,
suspiro al evocar tantas cosas queridas
y culpo con lamentos el tiempo que he perdido.
Entonces vierto el llanto, no acostumbrado al uso,
por aquellos amigos que se tragó la noche
y renuevo mi llanto, con penas ya olvidadas,
lamentando la pérdida de esfumadas imágenes.
Me lamento de penas y desgracias pasadas
y cuento nuevamente de dolor en dolor
la tristísima cuenta de renovados llantos,
pagando nuevamente lo que antes ya pagué.
Pero si mientras tanto, pienso en ti, (querido amigo),
reparo mis dolores y acabo con mis penas.
Soneto 73
Mira en mí, sólo aquella mala época del año,
cuando hojas amarillas, ya pocas o ninguna,
de las ramas, aún cuelgan, tiritando de frío,
en el ruinoso coro, donde cantaron aves.
Mira en mí, solamente, el ocaso del día,
como tras el crepúsculo se esfuma en occidente,
poco a poco, robado, por la trágica noche,
gemela de la muerte y todo su reposo.
En mí ves el rescoldo de aquel divino fuego,
que sobre las cenizas de su juventud yace,
como el lecho de muerte en que debe expirar,
consumido por todo lo que fue su alimento.
Esto ves, con lo cual haces a tu amor más fuerte,
para amar bien aquello que pronto dejarás.
Soneto 141
A fe mía que no te amo con mis ojos,
pues ellos en tu ser mil errores presienten,
pero mi corazón ama lo que ellos tiran
y a despecho del ojo, se deleita en tu amor.
No se goza mi oído al escuchar tu voz,
ni mi tierno sentir se inclina a la caricia,
ni el gusto, ni el olfato, quieren ser invitados,
a festines sensuales a solas con tu amor.
Ni todas mis razones, ni mis cinco sentidos,
me disuaden de ser tonto de corazón,
que deja a la deriva la apariencia de un hombre,
para ser solamente, tu miserable esclavo.
Mas mi azote me sirve para saber que gano,
pues quien me hace pecar, también me hace sufrir.
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Escrito por Redacción