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William Shakespeare
Los versos están dedicados a Mr. W. H., lo que ha desencadenado varias teorías sobre a qué personalidad de su época se referiría. Estos poemas son un reflejo de la complejidad de los sentimientos amorosos sometidos a la erosión del tiempo.
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Nació el 16 de abril de 1564 en Stratford-upon-Avon, Reino Unido. Como poeta no está representado solo en los sonetos, sino también en sus obras dramáticas. La investigación de su vida entera ha estado empañada por la duda y los hechos inciertos, no se sabe a qué se dedicó los primeros años, después de casarse a los 18 y tener tres hijos. Se ignora también cómo empezó como escritor; pero en 1592 ya estaba en Londres como parte de la compañía teatral de Lord Chamberlain, grupo que después fue de la corte del rey Jaime I. En 1610 se rumora que se retiró a su pueblo natal sin abandonar la actividad teatral. Falleció el 23 de abril de 1616, fecha que coincide con la muerte de Miguel de Cervantes, por lo que ese día está institucionalizado como el Día Internacional del Libro.

Los sonetos que elegimos para esta ocasión fueron escritos probablemente en la última década del Siglo XVI y publicados en 1609 por el editor Thomas Thorpe sin el consentimiento del autor. Los versos están dedicados a Mr. W. H., lo que ha desencadenado varias teorías sobre a qué personalidad de su época se referiría. Estos poemas son un reflejo de la complejidad de los sentimientos amorosos sometidos a la erosión del tiempo.

 

SONETOS

II

Cuando asedien tu frente los futuros inviernos

y caven hondas zanjas en tus prados hermosos,

tus prendas juveniles, que ahora tanto encadilan,

serán hierbajos y maleza que a nadie atraerán.

 

Si quisieran saber entonces dónde está tu belleza,

dónde todo el tesoro de tus días mejores,

di que en la caverna de tus ojos hundidos

estaban la vergüenza voraz y la ingente alabanza.

 

Muchas más alabanzas merecería tu belleza

si contestar pudieras: “este hermoso hijo mío

cuidará de mis cuentas y evitará mi ruina”,

probando su belleza por herencia la tuya.

 

Sería como si en plena vejez volvieras a ser joven

y la sangre que creías helada se volviera caliente.

 

XIX

Caído en desgracia ante la Fortuna y los hombres,

en absoluta soledad lloro mi abandono

y con mis gritos inútiles perturbo al cielo sordo

y contemplo mi suerte y maldigo mi destino.

 

Quisiera tener esperanzas como otro cualquiera,

mostrarme como ellos, tener tantos amigos,

desear estas habilidades o aquellos otros logros

y con lo que más disfruto no estar tan satisfecho.

 

Y aunque llego a despreciarme con estos pensamientos

por suerte pienso en ti y vuelvo a ser entonces

como la alondra que se aleja al amanecer

de la tierra sombría y canta himnos a las puertas del cielo

Pues el dulce amor que recuerdo trae tanta riqueza

que en ningún caso aceptaría cambiarme por un rey.

 

XXX

Cuando con pensamiento silencioso y dulce

llamo a los recuerdos de la vida pasada,

lloro por la ausencia de lo que quise mío,

y con viejo dolor lamento el tiempo ido.

 

Enemigo del llanto, luego anego mis ojos

por los amigos muertos en noche inmemorial,

y vuelvo a llorar el amor que me hizo sufrir

y lamento la ausencia de imágenes perdidas.

 

Pueden dolerme entonces los antiguos agravios

y dolor tras dolor calcular tristemente

el penoso recuento de incalculables lágrimas

como si fueran cuentas que no hubiera saldado.

 

En el mar de la luz todos los nacimientos

buscan la madurez, donde está su corona;

contra su gloria luchan tortuosos eclipses

y a sus propios dones los desbarata el tiempo.

 

El tiempo que traspasa las flores juveniles

y va excavando surcos en la frente lozana;

y vive de exquisiteces de la mejor verdad

y todo lo que despunta su hoz lo agradece

 

Pero contra ese tiempo esgrimiré mi estilo

y, sabiendo que es cruel, elogiaré tus méritos.

 

LXIV

Cuando a manos del Tiempo he visto corroídos

Los preciosos tesoros de épocas ya enterradas;

cuando señoriales torres he visto derrumbarse

y ser bronces eternos esclavos de la furia mortal.

 

Cuando he visto a los hambrientos mares

conquistar territorios en reinos litorales,

y el fi rme suelo derrotar a la región del agua

ganando al perder y perdiendo al ganar.

 

Cuando he visto tanta majestad cambiar de suerte

o en pura decadencia perderse a la nobleza,

la ruina así me ha enseñado a cavilar conmigo

que llegará el Tiempo y se llevará a mi amor.

 

Pensar así es como una muerte: no puedo escoger

sino llorar por tener lo que temo perder.

 

LXV

Puesto que ni bronce, piedra, tierra o mar

pueden con su poder combatir a la muerte,

¿cómo ante esta furia se opondrá la belleza

si apenas su poder rebasa al de una flor?

¿O cómo el dulce estío llegará a resistir

el cerco destructor de estos días hostiles

cuando las mismas rocas no son invulnerables

ni hay puertas de acero que no derribe el Tiempo?

 

Oh, triste meditación, ¿dónde, ay, las joyas del Tiempo

encontrarán cobijo en los cofres del Tiempo?

 

¿O qué poderosa mano sujetará esos pies tan veloces?;

¿quién impedirá que destruya a la belleza?

 

Oh, nadie, salvo que ocurra este milagro

y en esta negra tinta mi amor pueda brillar.

 

LXXIII

En mí puedes mirarte en este mes del año

en que cuelgan de las ramas las hojas amarillas

–o ninguna, o muy pocas– y el frío las acosa

y cantan dulces las aves en ese coro en ruinas.

 

En mí puedes mirar las luces de aquel día

que muere en el oeste cuando se pone el sol

y al que la negra noche poco a poco se lleva,

réplica de la Muerte que todo lo enmudece.

 

Puedes ver en mí destellos de ese fuego

que en las cenizas de la juventud habita,

como un lecho de muerte donde ha de expirar

consumido por quien fue su alimento.

 

Lo que tú percibiste hace tu amor más fuerte

para amar ese bien que un día dejarás.

 

LXXXVII

Adiós: eres muy caro para poder poseerte,

y en cuánto te valoran sabes lo suficiente;

conocer tu valor te hace sentirte libre;

mi contrato contigo ya lo he rescindido.

 

Pues, ¿cómo vas a ser mío si tú no lo consientes?

¿Y cuáles son mis méritos ante tanta riqueza?

Sé que no merezco que me entregues tus dones

y vuelve de nuevo a ti lo que me concediste.

 

Te entregas sin conocer tus verdaderos méritos

o, al entregarte a mí, sobrestimas los míos;

así tu gran regalo, que fue cálculo mal hecho,

vuelve a casa de nuevo, con juicio más certero.

 

Así te he poseído como un sueño que halaga:

dormido era un rey, despierto no era nada.


Escrito por Redacción


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