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Samish al Qasim, poeta comunista palestino
El poema "A todos los hombres elegantes de la ONU" exhibe, con absoluta vigencia, la hipocresía de quienes, desde su privilegiada posición, discursean sobre democracia y paz mientras el pueblo palestino se desangra.
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Por las mismas razones que tantos escritores revolucionarios son casi desconocidos en el mundo, la vasta obra del poeta, periodista y militante por la causa palestina Samish al-Qasim (1938-2014) no ha sido traducida al español, salvo honrosos esfuerzos destinados a salvar de la conjura del silencio a que lo condenan los intereses del hegemón.

En 1960, Al-Qasim fue encarcelado por primera vez al negarse a prestar servicio militar en el ejército israelí, obligatorio para la comunidad drusa a la que pertenecía; éste sería el primero de una serie de encarcelamientos, arrestos domiciliarios y represiones por su pertenencia al Partido Comunista de Israel y a su activa militancia política en favor de un Estado palestino laico, democrático y plurinacional. En su trayectoria periodística destacan la fundación de la revista literaria 48, su labor al frente de Al Yadid (El Nuevo) y su colaboración periódica en Al Ittihad, de orientación comunista; fue redactor jefe del diario Kull al-Arab (Todos los árabes), en Haifa y director de la editorial Arabesque. Autor entre otros libros, de Canción de los caminos (1964); La gran muerte (1972); y Las lilas (1975).

Hoy, que la heroica resistencia palestina enfrenta una nueva y mortífera escalada de ataques del imperialismo y sus esbirros de Israel; mientras el cerco mediático hace aparecer a las víctimas que se defienden como los agresores, con un “árbitro” impasible que contempla las masacres sin condenarlas, el poema A todos los hombres elegantes de la ONU exhibe, con absoluta vigencia, la hipocresía de quienes, desde su privilegiada posición, discursean sobre democracia y paz mientras el pueblo palestino se desangra.

¡Caballeros de todos los rincones:

con corbatas en pleno mediodía

y excitantes polémicas,

¿qué pintáis, decidme, en este tiempo?

¡Caballeros de todos los rincones!:

el musgo, ya creciéndome en el corazón

cubrió todos los muros de cristal,

las cuantiosas reuniones,

los vitales discursos,

los espías, las masas, los dichos de las putas...

¿Qué pintáis, decidme, en este tiempo?

¡Caballeros!:

Dejad ir a su antojo la Luna de los monos,

y veníos para acá,

porque yo hago perder los puentes a este

[mundo.

Mi sangre está amarilla,

mi corazón caído en el lodo de los votos.

¡Caballeros de todos los rincones!:

¡Que sea peste mi afrenta, y sierpes, mi tristeza!

¡Relucientes zapatos de todos los rincones!:

Grita más mi venganza que mi voz.

El tiempo es un cobarde.

¡Y yo no tengo manos!

 

En Documento de identidad Samish al-Qasim hace hablar al espíritu del pueblo palestino en la figura de un hombre que enlista, detenido por un retén israelí, los rasgos que lo identifican; pero las características no son sólo de él, sino de todo su pueblo: rasgos físicos, creencias, vestimenta, costumbres, afectos, las raíces milenarias de su apego a la tierra, el amor a su familia y el rencor común advirtiendo contra el peligro de acosar a una fiera acorralada.

 

¡Regístrame!

Soy árabe,

el número de mi identidad es cincuenta mil,

tengo ocho hijos

y el noveno... ¡vendrá poco después del verano!

¿Vas a irritarte acaso?

¡Regístrame!

Soy árabe,

trabajo con mis compañeros de lucha

en una cantera,

tengo ocho hijos,

arranco piedras,

el pan, las ropas, los cuadernos

y no vengo a mendigar a tu puerta

y no me inclino

delante de las piedras de tu umbral.

¿Vas a irritarte acaso?

¡Regístrame!

Soy árabe,

mi nombre es muy común

y soy paciente

en un país que hierve de cólera.

Mis raíces...

fijadas antes del nacimiento de los tiempos,

antes de la eclosión de los siglos,

antes de los cipreses y olivos,

antes del crecimiento vegetal.

Mi padre... de la familia del arado

y no de los señores del Nujub[1].

Y mi abuelo era campesino

sin árbol genealógico.

Mi casa,

una cabaña de guardia,

de cañas y ramas.

Satisfecho con mi condición,

mi nombre es muy común.

¡Regístrame!

Soy árabe.

Soy árabe:

cabellos... negros,

ojos... castaños,

Señales particulares:

un kuffiah[2] y una banda en la cabeza,

las palmas ásperas como rocas

arañan las manos que estrechan

y amo encima de todo

el aceite de oliva y el tomillo.

Mi dirección:

soy de un poblado perdido... olvidado,

de calles sin nombre;

y todos sus hombres... en el campo y en la cantera

aman el comunismo.

¿Vas a irritarte acaso?

¡Regístrame!

Soy árabe.

Tú me despojaste de los viñedos de mis antepasados

y de la tierra que cultivaba

con mis hijos

y no nos dejasteis

ni a nuestros descendientes

más que estos guijarros

que vuestro gobierno tomará también,

como se dice.

¡Vamos!,

escribe

muy alto en la primera página

que no odio a los hombres,

que yo no agredo a nadie,

pero... si me hambrean,

como la carne de quien me despoja.

Y cuidado... cuídate

de mi hambre

y mi cólera.

 

Con asombrosa concisión, En el Siglo Veinte resume los motivos de la resistencia palestina: el despojo de la tierra y de la libertad, el asesinato de los seres amados, que obligan a un pueblo pacífico a olvidar toda doctrina de sumisión y a empuñar las armas para enfrentarse, cual nuevo David, contra el opresor del mundo, en desigualdad de fuerzas, pero superior en ideales.

 

Aprendí a no odiar

durante siglos,

pero me obligaron

a blandir una flecha permanente

delante del rostro de una pitón,

a blandir una espada de fuego

delante del rostro del Baal[3] demente,

a transformarme en el Elías[4] del Siglo Veinte

Aprendí

durante siglos

a no proferir herejías.

Hoy azoto a los dioses

que estaban en mi corazón,

los dioses que vendieron a mi pueblo

en el Siglo Veinte.

Aprendí,

durante siglos,

a no cerrar la puerta delante de los huéspedes.

Pero un día

abrí los ojos

y vi mis ovejas robadas,

ahorcada a la compañera de mi vida

y en las espaldas de mi hijo

surcos de heridas.

Entonces reconocí la traición de mis huéspedes,

sembré mi umbral con minas y puñales

y juré en nombre de las cicatrices

que ningún huésped entraría por mi umbral

en el Siglo Veinte.

Durante siglos

no fui más que poeta,

asiduo frecuentador de los círculos místicos,

pero me transformé

en un volcán en revuelta.

¡En el Siglo Veinte!

 


[1] Célebre tribu de Arabia

[2] Pañuelo con diseños cuadriculados, usado por los campesinos para protegerse del Sol durante el trabajo en el campo. Se convirtió en el símbolo nacional palestino de lucha por la libertad y la independencia.

[3] Palabra hebrea que significaseñordueño”.

[4] Uno de los profetas mayores del antiguo testamento.


Escrito por Tania Zapata Ortega

COLUMNISTA


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