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Una ilusión política generalizada es que el Presidente es quien verdaderamente manda en un país capitalista; que es el hombre más poderoso y a cuya autoridad se someten todos, incluidos los empresarios. Se cultiva este mito por los medios y el aparato educativo, con el avieso fin de ocultar que quienes realmente mandan son los grandes capitalistas, y que el Presidente es sólo una pieza en el engranaje del control político, figura visible con investidura y halo de poder. A pesar del mito, los presidentes tienen plena conciencia de que no pueden seguir escalando en la política si quedan mal con los patrones, si no responden a sus expectativas de acumulación. Los empresarios ponen a los gobernantes y, si estos últimos no responden a las expectativas de quienes los encumbraron, son desechados y remplazados por operadores más eficaces o leales. Marx explicó que la clase que tenga el poder económico detentará también el político, y su teoría muestra hoy plena vigencia, como ilustran las campañas electorales en Estados Unidos (EE. UU.) y su financiamiento.
Se discute la viabilidad de la campaña de Joe Biden, situación provocada por dudas sobre su “capacidad cognitiva”, como dicen en ridículo eufemismo. Él se resiste a declinar. Pero los pragmáticos capitalistas no se andan con consideraciones. Se saben dueños del pandero y quieren garantías de un estado eficaz… y ejercen su poder: aumentan los donantes a la campaña que deciden retirar el financiamiento, mostrando así quién decide realmente sobre las candidaturas. “Los principales donantes de Wall Street están cada vez más “preocupados” por la candidatura del mandatario a las próximas elecciones y están discutiendo cuándo sería el mejor momento para que se retire (deberían decir retirarlo) de la carrera electoral, recoge The New York Times. Un grupo de importantes financieros e inversores, incluidos Larry Fink de BlackRock, Jon Gray de Blackstone (…) están discutiendo si “seguir con Biden” (RT, nueve de julio).
El poder económico de estos señores es abrumador. BlackRock, dirigido por Larry Fink, “es el fondo de gestión de activos más grande del mundo. Su valor total es de 8,594 millones de dólares. Sus accionistas están asociados a los nombres de las familias más ricas del mundo: Rockefeller, Rothschild, Dupont, Mellon” (El Viejo Topo, 16 de agosto de 2023). Para forzar la declinación de Biden, retiran también sus aportaciones el cofundador de Netflix y la dueña de Disney.
Se hace patente aquí cómo los grandes corporativos empresariales determinan realmente la política. En EE. UU., el principal votante es el gran capital. Poderoso caballero es don dinero. En 2020, Trump y Biden recabaron, entre los dos, mil 600 millones de dólares; y en su campaña de reelección en 2012, Barack Obama gastó 720 millones. Es una democracia de clase, donde los ricos se disputan el control del Estado.
La Ley Federal de Campañas Electorales (FECA) autoriza a individuos o empresas a aportar donaciones de ciertos montos, o sin límites a través de Comités de Acción Política (PAC), organizaciones que recaudan fondos y financian campañas políticas, estudios, leyes e iniciativas de gobierno. Un hito en esta historia fue la decisión judicial que en 2010 respaldó a los llamados super-PAC, el caso Citizens United. Tim Lau (del Brennan Center) comenta: “Si bien los donantes adinerados, las grandes corporaciones y los grupos de intereses especiales siempre habían tenido una enorme influencia sobre nuestras elecciones, esta influencia creció muchísimo desde la decisión de Citizens United (…) las corporaciones ahora pueden aportar cantidades ilimitadas de fondos para financiar anuncios de campañas políticas si no están “coordinadas” formalmente con un candidato o un partido político. (…) Pero quizá las consecuencias más significativas de Citizens United han sido la creación de los súper-PAC, que empoderan a los donantes más ricos, y el crecimiento de las donaciones anónimas a través de organizaciones sin fines de lucro misteriosas (…) Entre 2010 y 2018, los súper-PAC financiaron unos $2.9 mil millones en las elecciones federales. Cabe destacar que la mayoría de ese dinero provino de tan solo unos pocos donantes. Por ejemplo, en el ciclo electoral de 2018, los 100 donantes que más dinero aportaron a los súper-PAC contribuyeron casi el 78% de toda la financiación que dieron los súper-PAC (…) Estas donaciones anónimas pasaron de ser de menos de $5 millones en 2006 (…) a más de $174 millones en las elecciones legislativas de 2014. En las 10 contiendas más competitivas para el Senado en las elecciones de 2014, más del 71% de la financiación externa para los candidatos victoriosos fueron donaciones anónimas (Brenan Center, 12 de diciembre de 2019).
En medio del misterio, destacan de todas formas algunos grandes patrocinadores. Consigna Forbes (28 de junio) “En conjunto, los principales 10 patrocinadores de Biden valen 170,000 millones de dólares”. Revela CNN (10 de marzo de 2024): “La segunda mayor donación en 2022 a la subsidiaria sin ánimo de lucro de Future Forward, el principal super PAC que apoya a Biden (…) donó US$ 7.2 millones a Future Forward USA Action. Eso es más que cualquier otro grupo aparte del Open Society Policy Center, vinculado a George Soros, que dio US$ 15.2 millones ese año”.
Enlista Forbes los 10 principales donantes de Biden, donde destacan: Michael Bloomberg, con 20 millones y Reid Hoffman, con 17.7. En apoyo a Trump se distingue Timothy Mellon, quien “hizo girar cabezas al aportar 50 millones de dólares a un super-PAC pro-Trump el día después de que un jurado de Nueva York condenara al expresidente” (Forbes, 28 de junio). Destaca también Elon Musk en alianza con Trump, y también la farmacéutica Searle Freedom Trust, que “… ha distribuido más de US$ 200 millones en subvenciones durante la última década, enviando más dinero a organizaciones conservadoras sin fines de lucro que casi cualquier otra fundación privada (…) Entre sus beneficiarios recientes se incluye una organización sin fines de lucro dirigida por exfuncionarios de la administración Trump. Monsanto compró la empresa en 1985 por US$ 2,700 millones, lo que ayudó a colocar a los Searle en la lista de las familias más ricas de EE. UU.. Luego fue vendida a Pfizer (CNN, tres de marzo de 2024).
Según la actividad económica de las empresas donantes, entre quienes contribuyen con Biden predomina el capital financiero: WallStreet, los fondos de inversión, etc., como James Dimon, director de JPMorgan Chase, el banco más grande de EE. UU.; con Trump destaca en general el capital productivo, si bien, gentes como Stephen Schwarzman, director de Blackstone (capital judío), apoya a los republicanos. Ciertamente, en los días que corren se están produciendo desplazamientos.
Obviamente, las donaciones no son principalmente por simpatía ideológica. Los grandes donantes no regalan su dinero. Es una inversión de la que obtendrán enormes ganancias (evidentemente superiores a sus donaciones), al amparo de los gobernantes que ellos subieron al poder y que, por tanto, les obedecerán. “Cuando la industria de armamentos militares, las industrias farmacéuticas, los cabilderos de grandes compañías de bienes raíces o agrícolas están donando miles y miles de dólares, las prioridades corporativas de estas compañías van a tener más importancia que el interés del pueblo”, advierte Thomas Kennedy, asesor político que ha participado en varias campañas presidenciales. En esa línea, el profesor Gamarra recuerda también la influencia que ha tenido la Asociación Nacional del Rifle, “el cabildeo más grande históricamente, que ha financiado tanto a republicanos como a demócratas” (Antony Belchi, La voz de América, 28 de noviembre de 2023).
Es evidente, pues, quién gobierna realmente en EE. UU., el verdadero poder tras el trono. El Estado no gobierna “para todos por igual”, como muchos creen. En una sociedad dividida en clases antagónicas, el Estado obedece a la clase rica, y la favorece con las decisiones y políticas aplicadas; consecuentemente, habrá de desfavorecer a la clase de los más necesitados, esto, aunque a estos últimos les doren la píldora haciéndoles creer que gobiernan para ellos en primer lugar. Y la lección es clara para ellos: si quieren ser beneficiados, necesitan convertirse también en un poder.
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Escrito por Abel Pérez Zamorano
Doctor en Economía por la London School of Economics. Profesor-investigador de la Universidad Autónoma Chapingo.