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A finales del Siglo XVIII, la corona francesa sucumbió a los embates del Tercer Estado. El 14 de julio de 1789, La Bastilla cayó en manos de los revolucionarios. Este hecho simbolizó el fin de una época y el comienzo de la hegemonía de la burguesía. Sin embargo, esta última todavía tuvo que afrontar el periodo de la Restauración monárquica, que sobrevino después de las brillantes campañas militares de Napoleón Bonaparte. Aún así, la burguesía encontró la manera de afianzarse en el poder y, a partir de la segunda mitad del Siglo XIX, se convirtió en la clase social dominante.
Al principio, la burguesía estableció dos consignas principales: la Razón y la Libertad. La confianza en la razón humana ocupó el lugar de la incertidumbre que había dominado a los hombres de la Edad de la Fe. El filósofo prusiano Immanuel Kant (1724-1804) afirmó que “la ilustración consiste en el hecho por el cual el hombre sale de la minoría de edad”. En este sentido, la ciencia y la tecnología tenían que conducir a la humanidad por el camino del progreso. Además, el conocimiento era una garantía de la libertad anhelada. El hombre debería de liberarse de las pesadas cadenas de la ignorancia que arrastraba desde el principio de la Edad Media.
Por otra parte, la revolución burguesa abriría las puertas de la libertad individual, que permanecían clausuradas desde el fin de la época clásica. Desde este punto de vista, las repúblicas esclavistas de la antigüedad grecolatina constituían un ejemplo a seguir. Así que la violencia revolucionaria derribaría por la fuerza las trabas de todo tipo que la monarquía absoluta había impuesto a los individuos. De este modo, la libertad equivalía al acto de “destruir” las viejas relaciones sociales e imponer en su lugar las nuevas relaciones burguesas. El hombre alcanzaría la libertad en todos los órdenes de la vida y como hombre libre elegiría de manera totalmente independiente los vínculos que establecería con los otros hombres, libres como él.
Pero el anhelo de libertad que formularon los ideólogos de la burguesía contradecía los requisitos que exigía la incipiente industria mecanizada. Las investigaciones científicas descubrieron cómo aprovechar la fuerza motriz del vapor y este invento se introdujo muy pronto en las grandes fábricas. La nueva tecnología permitió la producción de más mercancías en unidades de tiempo cada vez más reducidas y, además, modificó la división del trabajo al interior de la gran industria.
Por ese motivo, poco a poco la consigna burguesa de la “libertad” cedió terreno en beneficio del “orden”, que solo podía alcanzarse a través de la ciencia y la técnica. Ahora el afán de la burguesía se enfocó en la tarea de construir un sistema económico positivo dominado por la “razón”. En una palabra, una sociedad técnica e industrial con vistas solo al progreso material.
Asimismo, este trayecto debía de transcurrir en orden. Varios Estados de la época, europeos y americanos, adoptaron la divisa de promover el desarrollo económico dentro de una sociedad estrictamente ordenada. “Poca política y mucha administración”, como enució Porfirio Díaz con el propósito de desarrollar la economía mexicana en el marco de la paz forzada. El Estado brasileño, que se separó pacíficamente de la monarquía lusa, todavía conserva en su bandera nacional los términos de “Orden y Progreso”.
El imperialismo de los Estados nacionales capitalistas que surgieron de las revoluciones liberales del Siglo XIX se justificó, precisamente, como resultado no solo de una ley natural –la supervivencia del más fuerte, la base del darwinismo social–, sino como la misión de extender la civilización y el orden a los lugares recónditos del planeta. Bajo este principio, las companías comerciales de los nuevos imperios burgueses instauraron el neocolonialismo, que desembocó, primero, en la Gran Guerra (1914-1918) y más tarde en la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). De esta manera, el orden positivista de la burguesía únicamente trajo consigo muerte y destrucción.
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Escrito por Anaximandro Pérez
Doctor en Historia y Civilizaciones por la École de Hautes Étus en Sciences Sociales (EHESS) de París, Francia.