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Nuevo orden post-Ucrania define su liderazgo
La derrota de Occidente y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en Ucrania anticipa un nuevo orden mundial.
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La derrota de Occidente y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en Ucrania anticipa un nuevo orden mundial, cuyo liderazgo está aún por definirse porque, al final de su hegemonía, el imperialismo estadounidense sólo agrede a sus aliados, contrario a Eurasia que teje una inédita y exitosa alianza con todos los países del mundo. 

Este proceso histórico es irreversible y radicalmente opuesto al producido por los Acuerdos de Bretton Woods en 1944. Por ello, resulta utópico el plan tecno-feudal del presidente estadounidense Donald Trump por “hacer grande América otra vez” sin antes recimentar la capacidad económica del imperialismo yanqui ante un mundo multipolar mucho más competitivo.

Hoy, Estados Unidos (EE. UU.) combate sin éxito en múltiples frentes; confronta a sus viejos aliados ‒incluidos los países de la Unión Europea (UE) y hasta las islas Heard y McDonald, donde únicamente sobreviven los pingüinos‒ con la aplicación a destajo de aranceles; y mientras Wall Street se hunde, sus corporaciones pelean por TikTok, su gobierno exige a Dinamarca que le entregue Groenlandia y avala el genocidio israelí en Gaza.

Ahora, el poderío estadounidense radica en su capacidad de fuego militar, sustentada en un gasto superior a los 916 mil millones de dólares (mdd), cifra equivalente al 40 por ciento del gasto militar mundial. En contraste con esta actitud, Eurasia y el sur global suman aliados y posicionan sus intereses en la escena internacional sin disparar un solo misil.

Por ello, el orden post-Ucrania plantea escenarios inéditos: un mundo tripolar con EE. UU., China y Rusia al frente; otro cuadripolar con India y su vía económico-tecnológica propia; y multipolar con varias naciones de los cinco continentes que rechazan el neocolonialismo y el perenne afán imperial por controlar territorios, tal como lo hizo James David Vance, su vicepresidente, quien exigió a Dinamarca la cesión de Groenlandia en la base espacial de Pituffuk. 

El flamante primer ministro groenlandés, Jens Frederik Nielsen, aseguró que EE. UU. no tomará el control de la inmensa y estratégica isla; mientras, sus habitantes repudiaron la posición gringa con estas frases: “No somos muebles, no seremos estadounidenses, no queremos ser europeos sino groenlandeses”. 

Analistas como Gina Bou Serhal denominó esta postura anecdótica del actual gobierno gringo como “nueva fase de supremacía post-estadounidense”.

En el ambiente de puja entre los colosos de Occidente y Eurasia, por primera vez desde la ocupación colonial, los países de América Latina y el Caribe han definido una estrategia de desarrollo compartido con base en pactos de colaboración comercial, financiera y tecnológica para alcanzar sus metas industriales. 

Y conscientes de que la coyuntura internacional vigente favorece a sus intereses, los gobiernos renuevan a organizaciones como la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) cuya IX cumbre fue acogida por Honduras.

Inviable la unipolaridad

El imperialismo yanqui no comparte su poder. Las cúpulas estadounidenses critican el orden pactado por Franklin D. Roosevelt, José Stalin y Winston Churchill en Yalta en 1945. Según estos grupos, “tal acuerdo no fue una buena decisión para EE. UU.” ‒como lo reconoció la exsubsecretaria de Estado Victoria Nuland‒ y aún creen la proclama del expresidente George W. Bush de que su país “domina al mundo”. 

Para la oligarquía gringa, la unipolaridad resulta vital: la defienden centros de pensamiento y medios de comunicación, entre ellos la revista Foreign Policy, de Samuel Huntington, quien postula que, para gobernar el mundo, es suficiente que el poder se concentre en dos Estados.

Para la nueva sociedad conservadora, la multipolaridad representa un “mantra del autoritarismo” solamente defendido por regímenes despóticos. Y el grupo Stimson advierte que la diversidad es “más peligrosa” para los intereses estadounidenses que la bipolaridad.

Sin embargo, la crisis económica interna del hegemón se agrava, no supera su déficit comercial, crece la amenaza de recesión y la desigualdad social aumenta. Conscientes de que EE. UU. ya no es el “dueño del mundo”, las cúpulas debaten qué estructura internacional les conviene.

Por ello, al redefinir sus prioridades estratégicas, se propusieron combatir a la República Popular China (RPC). En 2007 crearon el bloque QUAD con India, Japón y Australia para avanzar en el Pacífico; y en 2018 idearon el concepto Indo-Pacífico para “contener” al gigante asiático.

Pero esta visión confirma que la política exterior estadounidense no tiene un enfoque congruente. Alentó el distanciamiento con Europa para evitar su integración con Rusia y la creación de un sistema de seguridad común sin Washington. 

Por ello, desde hace varias décadas, sus estrategas difundieron la idea de que Rusia es el enemigo, explica la experta Maria Sarotte. Entre 1991 y 2010 alentaron el avance de la OTAN hacia el este e instalaron laboratorios y armas biológicas en Ucrania. 

Los gobiernos demócratas y republicanos de EE. UU. desplegaron ahí su Comando de Operaciones Especiales (COE) para instruir al ejército y las milicias neofascistas ucranianas. Esta actitud agresiva causó efectos graves para la región, explica el analista George Kennan. 

La primera presidencia de Donald Trump giró y se centró en rediseñar Medio Oriente con los Acuerdos de Abraham cuando algunos países árabes pactaron con el sionismo israelí. Pero su sucesor, Joseph Biden, viró bruscamente su política exterior cuando consumó la humillante salida de EE. UU. de Afganistán y recrudeció su ofensiva contra Rusia. 

Este vaivén escaló con el retorno de Trump a la Casa Blanca. Aunque canceló la ayuda a Kiev, ha lanzado su guerra mundial de aranceles, secuestrado y confinado a migrantes en penales de otros países extranjeros y acentuado su hostilidad contra la América Latina progresista. 

¿Cuántos polos?

El mundo transita de un sistema unipolar con EE. UU., como único eje de poder, hacia un orden multipolar liderado por más actores que suprimirán al neocolonialismo y su legado de pobreza, corrupción y saqueo.

Para Cuba, Irán, Venezuela, Malí, Bielorrusia, Bolivia, Etiopía, Sudáfrica, Honduras, Brasil, Níger, India, Burkina Fasso y cientos de países más, el orden multipolar consolida sus aspiraciones de un mundo justo, seguro y desarrollado.

Hace años que dos actores euroasiáticos, China y Rusia, acondicionan esa realidad. China, cuya economía en 1980 representaba el dos por ciento del crecimiento mundial y en 2016 aportaba el 18 por ciento de la riqueza global gracias a sus reformas. Sus iniciativas de la Faja Económica y la Nueva Ruta de la Seda concretan megaproyectos de infraestructura planetaria y la consolidan como socio confiable.

En noviembre de 2011 mostró al mundo que, con el tren de carga China-Europa X8083, transportaba más de 11 millones de bienes con un valor monetario estimado en 420 mil mdd. Con su iniciativa de la Faja y la Ruta ha construido redes ferroviarias, autopistas, puertos navales y aeropuertos en Estados africanos.

China construye hoy el Corredor Marítimo-Terrestre China-Pakistán a lo largo de tres mil kilómetros; y en 2024 concluyó el puerto de Chancay en Perú, con lo que encendió las alertas rojas de EE. UU. y le reavivó la idea de reapropiarse del Canal de Panamá.

Rusia, por su parte, recuperó su estatus de potencia política, diplomática, energética y militar. Para preservar sus lazos político-económicos en el espacio postsoviético, amplió su rol con la Comunidad de Estados Independientes (CEI) con acuerdos de libre comercio, seguridad y coordinación política.

Con una población de 73 millones de personas, la CEI produce el 15 por ciento del petróleo crudo y el 20 por ciento de gas mundial, cuya libre circulación genera bienes con un valor aproximado a más de 931 mil mdd. Además, dotó de gas a Europa, frenó al Estado Islámico en Siria y creó la Unión Económica Euroasiática (UEE) con Bielorrusia, Kazajstán, Kirguistán y Armenia.

En el ámbito interno, esta reconfiguración económica se ha traducido en la ampliación de la clase media y el bienestar socioeconómico de los rusos, que respaldan incondicionalmente al presidente Vladimir Putin, como lo evidenció su reelección en marzo de 2024. 

 China y Rusia, coincidentes en su visión antihegemónica, fundaron la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS), el mayor espacio de diálogo en Asia Central, Eurasia y el Índico, un modelo de organización internacional no alineada que brinda seguridad, desarrollo, diálogo y respeto a la diversidad.

De ahí que ambos países vislumbren la oportunidad de construir un orden multipolar “en la posguerra de Ucrania”, que propicie la cooperación con otras regiones del orbe y que supere los legados de pobreza, corrupción, emigración, xenofobia, racismo y delincuencia trasfronteriza que el neocolonialismo y el neofascismo han sembrado en sus territorios. 

No obstante, los analistas se preguntan: ¿cuánto durará la alianza pragmática entre Beijing y Moscú? y ¿cuánto durará la aparente “luna de miel” entre Putin y Trump?, que está ansioso por pasar a la historia como quien finalizó el conflicto en Ucrania.

Sur multipolar

Mientras EE. UU. se repliega de otras latitudes y se concentra en el Indo-Pacífico; China y Rusia concretan proyectos diversos en países de los cinco continentes mediante la habilitación de inversiones y créditos a bajísimos intereses. Con estas ofertas allanan el camino hacia el orden multipolar.

Durante la XXIV Cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái, efectuada en julio pasado en Kazajstán, Vladimir Putin y Xi Jinping propusieron un nuevo orden multipolar y contra el neocolonialismo. Putin subrayó que, como las condiciones mundiales han cambiado irreversiblemente, no hay vuelta al anterior estado de cosas. 

A su vez, el pasado 14 de febrero, el canciller chino Wang Yi instó a fomentar un orden mundial multipolar basado en el respeto, la equidad y el diálogo. Su homólogo ruso, Serguéi Lavrov, consideró que si EE. UU se conduce responsablemente con Rusia, China y otras potencias, podría ser actor del nuevo orden mediante la Carta de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).

 Lavrov alertó sobre las políticas de fuerza y las “incursiones de vaquero” del actual presidente estadounidense y afirmó que la imposición de aranceles reta al sistema de regulación internacional encabezado por la ONU. 

Pero Trump está lejos de aceptar un orden multipolar: amagó con aplicar aranceles del 25 al 50 por ciento al petróleo crudo, impaciente porque Putin exige más garantías para acceder a un acuerdo de cese al fuego definitivo en Ucrania, pues no confía en Volodymyr Zelensky. 

El cumplimiento de esta amenaza revertiría la relativa buena relación entre Moscú y la Casa Blanca y cesaría el diseño global post-Ucrania que ambos esbozaron en Riad el 18 de febrero. Justo ahí, el gobierno estadounidense reconoció la soberanía rusa sobre Donetsk, Lugansk, Jerson y Zaporiyia: “la mayoría de la población en esas regiones quiere estar con Rusia”. admitió Steve Witkoff, enviado del magnate. 

 

LOS FABULOSOS BRICS 

El panorama post-Ucrania incluye a las más prometedoras economías de este siglo: Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica (BRICS) y sus nuevos socios: Egipto, Etiopía, Irán, Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos (BRICS Plus). Ninguno de estos gobiernos respaldó las sanciones impuestas por Washington a Rusia.

Con estas incorporaciones, el grupo BRICS elevó al 42 por ciento su suministro mundial de petróleo crudo, pero su visión es antihegemónica y no se propone romper con Occidente; cree en la diplomacia para resolver conflictos y opera un modelo económico-comercial de transacciones sin dólares; coopera en seguridad fronteriza, “ciber-información” y lucha antiterrorista.

El bloque distribuye su potencial militar, energético, económico, tecnológico y demográfico. Es, pues, el rostro visible de un futuro orden multipolar con independencia político-cultural. Su contribución difiere de los programas de choque privatizadores del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM), caracterizados por su afán de lucro, el cobro de los intereses de deuda externa y la desigualdad.

Hoy, los BRICS influyen más en foros multilaterales G20 y la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) con la aplicación de criterios unidos en asuntos fundamentales. Occidente los ve como un peligro y, para dividirlos, aprovecha las tensiones entre China e India; alienta las diferencias entre Brasil y Venezuela e insiste en alejar a Moscú y Beijing de América Latina.

 

LO MULTIPOLAR EN ACCIÓN 

África escenifica la feroz competencia entre los corporativos trasnacionales y exmetropolitanos que proyectan ahí su poder. Como está dividida en función de las potencias económicas, en este continente se cruzan los intereses de Occidente y los de actores emergentes con visión multipolar.

En África, el FMI y el BM prohibieron emprender proyectos con países no occidentales, recuerda Tim Zajontz. Sin embargo, China construyó la vía férrea Addis Abeba-Djibuti-Nairobi-Mombasa, de 759 kilómetros y con récord de pasajeros como el tren Tanzania-Zambia (TAZARA), con un préstamo sin intereses.

Además, construyó el puerto de Bagamoyo, el más grande del sureste africano; la central hidroeléctrica de Congo y construye el ferrocarril Tanzania-Kenia-Uganda-Ruanda-Burundi de mil 500 kilómetros de largo.

Como hizo la Unión Soviética en el pasado, Rusia ofreció apoyo en infraestructura, comercio y seguridad en la cumbre Rusia-África de Sochi. Sus empresas afirman la soberanía tecnológica de sus socios africanos en toda la cadena de competencia: desde la creación de capacidades, la fabricación y la logística, reseña Oleg Barabanov.

En julio de 2023, después de salir del acuerdo de exportaciones con Ucrania, Rusia dotó a seis naciones africanas con 200 mil toneladas de cereales y fertilizantes. Consciente de que 700 millones de personas carecen de electricidad en el continente africano, amplió su cooperación energética. Por ello, las estatales rusas Tatneft, Gazprom, Lukoil y Rosneft operan en Argelia, Angola, Ghana, Egipto, Camerún, Costa de Marfil, Nigeria, República del Congo, Sierra Leona y Libia (donde se suspendió por la invasión de la OTAN).

Rosatom construye la primera central nuclear de Egipto en Al Dabaa; y RusHydro tiene 33 planes en 12 Estados con proyectos que compiten con empresas de la UE y EE. UU. en distintos rubros. Este creciente intercambio confirma el fallido intento de Occidente de aislar a Rusia, señaló el presidente del Consejo de Política Exterior y de Defensa, Fiódor Lukyanov.

 

NUEVOS POLOS

El diálogo EE. UU., China y Rusia en igualdad de posiciones impacta al mundo, resalta el analista Petr Slezkine. China, con su milenaria sabiduría, pronosticaba que Trump le impondría fuertes aranceles, por lo que hizo un anuncio sorpresivo a finales de marzo: invitó a Japón y Surcorea a establecer una cooperación más estrecha, reportó James Palmer.

Casi a la par, The Wall Street Journal reportó que se forma una nueva fuerza para enfrentar la coerción estadounidense: la coalición entre China, Rusia, Irán y Norcorea (bajo el acrónimo CRINK). Con el fomento del apoyo diplomático, el intercambio de alimentos y la ayuda militar, procuran evitar las sanciones occidentales. 

Otras potencias “intermedias” realizan movimientos económicos y militares estratégicos, como los países del Golfo Pérsico, Irán y Turquía, cuyo interés geopolítico deberían seguir gobiernos como el de México.


Escrito por Nydia Egremy

Internacionalista mexicana y periodista especializada en investigaciones sobre seguridad nacional, inteligencia y conflictos armados.


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