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Hay muchos organismos que causan enfermedades en las plantas y se hallan de manera natural en los bosques, buena parte de ellos son sanos, aunque no es raro encontrar algunos con evidentes signos de enfermedad, entre los cuales resaltan abundantes hojas amarillas o cafés, troncos llenos de grumos resinosos, follaje manchado o ceniciento y, en los casos más graves, la presencia masiva de plantas o insectos parásitos, como cuando el arbolado ya está muerto. Algunos de estos bosques pueden infectarse de manera casual o natural debido a que un fenómeno, incendio o ciclón debilitó la salud de los árboles y los volvió vulnerables a los agentes patógenos.
Sin embargo, los organismos causantes de enfermedades y que son llamados saprófitos, también crecen en número cuando los bosques se hacen viejos y densos. Este problema, contrario al supuesto de que un bosque viejo puede verse más “bonito”, se debe a que por su decrepitud no brinda los eficientes servicios ambientales que cuando era un arbolado joven, crecía a mayor velocidad, era menos susceptible a los patógenos, absorbía más dióxido de carbono y su densidad de población permitía más luminosidad sobre el terreno; ésta es tan importante, que cuando disminuye la luz en los bosques aumenta la humedad, generando las condiciones que propician la reproducción de hongos y bacterias que, en cantidades menores, no provocan graves daños y finalmente son rechazados por las plantas huéspedes.
Hay varios tipos de saprófitos: el primero en recibir este nombre es precisamente el que solo se alimenta de vegetales muertos y que no daña a las plantas vivas; le sigue el saprófito facultativo, que se alimenta tanto de materias vegetales muertas como de vivas, pero que normalmente es desplazado por el primero; y finalmente se halla el parásito facultativo que dispone de un huésped, se alimenta de sus tejidos y secreciones y en su fase saprófita alcanza una capacidad de sobrevivencia de hasta dos años.
Tanto los árboles debilitados por fenómenos naturales, como los de los bosques viejos, suelen convertirse en focos de infección donde medran los parásitos y los saprófitos facultativos para provocar plagas de alta extensión territorial. Pero el problema no termina ahí, porque los hongos, bacterias, virus y fitoplasmas no son los únicos que afectan a los bosques y propician la aparición de una gran cantidad de insectos que pueden reproducirse en plaga. Los más comunes, según la parte vegetal que atacan, son los defoliadores, que se alimentan de hojas; le siguen los descortezadores, que se alimentan de cambium, la parte externa de la madera o corteza; y los barrenadores, que se internan en el tronco de los árboles.
Entre los insectos más dañinos cobra especial relevancia el género de los Dendroctomus, escarabajos descortezadores que atacan a gran parte de los bosques de coníferas del país y que, como la mayoría de los parásitos, se ensañan con los árboles debilitados por otras enfermedades, plantas parásitas, incendios, rayos y sequías, Penetran en la corteza y se alimentan del cambium, un tejido rico en los nutrientes que dan vida a todo el árbol. Ahí copulan y tienen su descendencia larvaria, que también se alimenta del cambium para finalmente, cuando llegan a adultos, saltar a otro anfitrión. Un foco de infección de estos insectos puede arrasar miles de hectáreas, aunque se trate de arbolado sano.
Actualmente hay varios inventarios forestales que dan muestras de la presencia de algunas de estas enfermedades e incluso de plagas. En la mayoría de los casos su origen es antropogénico, porque el 99 por ciento de los incendios forestales en el país es causado por actividades humanas, además que la contaminación atmosférica por sus componentes tóxicos debilita a los árboles. Incluso la tala ilegal indiscriminada extrae los mejores árboles y desdeña a los que han crecido con más dificultades o que genéticamente están menos adaptados a las condiciones meteorológicas, edafológicas e hídricas.
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Escrito por Perseo Mendoza Moreno
Colaborador