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En recientes días, escuchamos en la prensa y en las redes sociales sobre la “nueva amenaza” que acecha desde los mares y zonas costeras del Golfo de México, la superbacteria “carnívora” Vibro vilmificus; su consumo accidental ocurre a través de productos del mar (anguilas, mariscos y ostras) y causa graves infecciones urinarias, gastrointestinales, respiratorias y es capaz de matar necrosando los tejidos poco a poco desde dentro, o desde fuera, si se hospeda en alguna herida. La mayoría de los decesos por V. Vilmificus se ha asociado a pacientes con problemas hepáticos (crónicos o agudos; diabetes etc.), sin embargo, no es contagiosa.
Su tratamiento sólo es posible por medio de altas dosis de antibióticos específicos, debido a que la bacteria marina ha evolucionado, creando resistencia a la mayoría de los agentes antibacterianos. Hasta la fecha se conocen tres biotipos de su misma especie, lo que explica la dificultad en su tratamiento.
La bacteria Vibro vilmificus del latín “vibrae” –que causa vibración o convulsión–, fue descubierta y clasificada en los 80. Se describió como perteneciente a un grupo de 32 bacterias del género Vibro, gram negativa (de pared delgada, que no retiene la tinción de Gram), anaerobia facultativa (que puede vivir y reproducirse sin oxígeno para metabolizar energía) y facultada para desplazarse con ayuda de un flagelo. Tolera el agua salada y, al igual que la mayoría de las bacterias, le favorecen los ambientes cálidos.
Sólo 11 tipos de bacterias del género Vibro son amenaza para la especie humana, entre ellas se encuentra la Vibrio cholerae, causante del cólera; y la V. Parahaemolyticus, que causa problemas gastrointestinales y es actual preocupación en Europa, Asia y Sudamérica, sobre todo por el aumento de los gastos gubernamentales en atención médica.
A pesar de que se dice que la V. Vilmificus se encuentra sólo en costas cálidas (y en determinadas temporadas (mayo-agosto), los reportes de infecciones generadas por esta bacteria se encuentran en prácticamente todo el mundo, tan sólo en Estados Unidos se presentan 100 infecciones al año, con 17 casos de muerte en 2023 y se teme que los casos vayan en aumento debido a las crecientes mareas, como efecto del calentamiento global y el cambio climático, como consecuencia de éste.
Al explicarse este fenómeno, decenas de investigadores y medios de comunicación atribuyen la presencia de la bacteria asesina a la complicidad del malvado “sargazo”, principalmente en las zonas costeras del Atlántico. “El sargazo es un alga que crece y se multiplica en mar abierto y a medida que llega a las costas se estanca en las playas y forma el ambiente perfecto para el crecimiento bacteriano”, dicen. No obstante, en condiciones naturales, el sargazo no debería representar más que un inconveniente visual para el turismo playero, ya que no es una nueva especie ni ha surgido por espontaneidad.
Existen 350 especies de Sargassum, pero sólo dos viven en la superficie marina y se han convertido en una plaga incontrolable debido a que hacen la función de una gigante coladera de más de ocho mil kilómetros (desde las costas de África al Golfo de México) en la que se impregna la irrefrenable catarata de desperdicios urbanos, manufactureros y agroindustriales que se descargan al mar desde las ciudades costeras que no cuentan con ningún control de desechos, díganse heces fecales, orina, desperdicios agroindustriales, residuos farmacéuticos y mineros, subproductos agropecuarios y todo lo que pueda viajar por los espesos ríos de vertederos que llegan a los océanos del mundo, debido a que no hay ya espacio continental para procesarlos. A lo anterior hay que sumar el descontrolado consumo de medicamentos por las personas (que también crea resistencia), debido a las nulas o erróneas políticas públicas en materia de salud (que implican legislación para control de drogas, prevención de la salud, atención oportuna, diagnóstico preciso y el acceso universal al servicio médico) que vigilan el bienestar de la industria, la libre producción y consumo de fármacos, que se desechan por el caño.
Esa moderna mezcla industrial de contaminantes vaciada al mar y aguas continentales es la principal causa de la constante mutación (cambio) de los microorganismos marinos y, por ende, responsable de la resistencia bacteriana a antibióticos cada vez más agresivos. Los microorganismos evolucionan en periodos relativamente cortos, niegan su estado actual obsoleto cambiando a uno superior para adaptarse a las nuevas condiciones de su hábitat contaminado. Nosotros no percibimos los cambios cuantitativos que minuto a minuto suceden en los microorganismos, nos percatamos solamente de los cambios cualitativos de manera práctica, cuando ocurre una infestación generalizada en alguna población (Covid-19, SARS, etc.), o por la desaparición “repentina” de alguna especie. Sólo ahí nos damos cuenta de lo que hemos ocasionado… todo sea por el bien del consumo.
Entonces, la culpa no es el sargazo, ni del individuo irresponsable, sino del modo en que se producen los bienes de uso y consumo, de la libre producción, de la presión ejercida sobre la naturaleza por la manufactura y la agricultura industrial; y ésa es la causa de las fatalidades climáticas.
La industria y la agricultura moderna han desnaturalizado a la naturaleza y deshumanizado al humano; unidas despojan a ambos de su energía y su fuerza, condicionando su existencia únicamente como fuente de fuerza de trabajo y objetos. Mientras se vea a la naturaleza como generadora de mercancías y no como parte vital del planeta, seguiremos sufriendo advertencias como ésta. En la desigual disputa entre el hombre y la naturaleza, ésta cede terreno, pero revira con cataclismos a mayor escala. Ante los embates naturales, el capital encontrará la “solución” para superar la crisis, y para los retos venideros también; sin embargo, mientras se superan sus efectos, las calamidades inmediatas las sufrirán los de siempre, los explotados del mundo.
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Escrito por Tlacaélel De la Cruz
Columnista