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Vivimos una época de desilusión y amargura en el mundo. La realidad se ha recrudecido con los mismos de siempre, y la miseria en el orbe no es ya la causa única del lamento de millones de seres. Ahora también ha desaparecido la esperanza, clavo ardiendo al que nos agarramos cuando la realidad no puede ser determinada por nosotros; pareciera que nos encontramos en medio de una tormenta donde el golpe de una ola, fuerza que escapa a nuestra voluntad, puede significar el último suspiro de una barcaza que se hunde sin remedio. El 2020 fue para todos un año caótico, pero, a diferencia de lo que algunos soñadores pensaban al inicio de la pandemia, no parece que la realidad por sí misma haya logrado la conciencia revolucionaria que las circunstancias exigían.
El capital se ha perfeccionado con el paso de los años y, después de más 200 años de dominio sobre el orbe, y a pesar de que no es más que un cadáver con finos ropajes, encuentra formas nuevas de sobrevivencia. Ante una época que exige transformaciones necesarias, que amenaza con la barbarie y la destrucción, la salida no parece ser la revolución, entendiendo ésta como el cambio estructural que todo fenómeno requiere para existir. El capital ha hecho de la ilusión un modus vivendi. Dado que no quiere cambiar una realidad que se desmorona, crea realidades ilusorias, puramente ideales que contienen el espíritu de transformación que, de otra forma, bulliría en todos los seres conscientes. Eso explica algunos de los fenómenos actuales que, por sí mismos, no parecen merecer mayor averiguación.
El impacto inusitado en las plataformas de streaming, donde ya no es necesario esperar ni un solo minuto para acceder a una cantidad impresionante de contenidos, sin que esto signifique al mismo tiempo calidad, responde en parte a la necesidad de tener el control de millones de pensamientos y de posibles ideas que mueren nada más con encender el televisor. No fue solo una idea mercantil “genial” la que tuvieron empresas como Netflix, Amazon o ahora Disney, fue la necesidad del sistema de renovar la ilusión, sustituyendo una mercancía que ya no se vendía. La Internet y las redes sociales tienen también un papel crucial en esta reinvención ideológica del capital. La creación de mundos paralelos, en los que puede alcanzarse una felicidad pasajera y ficticia, ofrece a millones de personas la ilusión de vivir en el mundo que quisieran vivir, y no solo eso, les arrebata toda necesidad de cambio real, que por su naturaleza es más difícil y exige a veces la vida entera para los que todavía hoy creen en un mundo diferente.
Finalmente, y para no agotar al lector con ejemplos, el impacto de la literatura de autoayuda permanece también como un síntoma de nuestra realidad. La autoayuda, vista como mercancía, es solo una exigencia del capital, la gente compra lo que necesita y hoy, más que nunca, necesita ilusiones. Sustraer al individuo de sus circunstancias materiales y enfocar cualquier esfuerzo de transformación únicamente en el “yo”, en el interior y en la mente, es otra forma de desconectar al hombre de su realidad. Posiblemente lo logre, dada la cantidad de obras vendidas sobre este tema, pero su efecto será opioide y desaparecerá tan pronto como la realidad se manifieste en toda su crudeza.
La religión, por su parte, ha perdido terreno en el control espiritual de las grandes mayorías, pero tal y como sucedió algunos siglos atrás, la exigencia de nuevas ilusiones se mantiene como “el suspiro de la criatura abrumada”. La solución a este fenómeno no radica solo en la conciencia y poco se resolverá discutiendo sobre los efectos de las redes sociales en la enajenación, con series creadas en episodios para no perder en ningún momento al espectador o la venta de ilusiones impresas. Lo que la humanidad necesita no es suprimir la ilusión, es suprimir una realidad que necesita ilusiones; la conciencia de que la libertad, la verdadera libertad, solo puede encontrarse en la realidad y, para alcanzarla, se necesita transformar ésta. No es una idea nueva ni mucho menos.
En la filosofía y en la historia, grandes hombres han planteado la transformación de la realidad como única salida a los males que nos aquejan; pero hoy, en pleno Siglo XXI, esta necesidad se esconde bajo una inmensa montaña de fantasía. Ni siquiera la Edad Media, época conocida por el sometimiento de la ciencia, logró un triunfo tan aplastante sobre el espíritu y la capacidad de transformación como la que el capitalismo puede presumir. Este año fue caótico, pero nos esperan muchos años como éste mientras no tomemos conciencia de que el verdadero mal radica en el sistema económico que crea las relaciones de sumisión, reproducidas por nuestro pensamiento, obligándolo a buscar salidas artificiales que dejan intacta la dañada y fracasada estructura social.
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Escrito por Abentofail Pérez Orona
Licenciado en Historia y maestro en Filosofía por la UNAM. Doctorando en Filosofía Política por la Universidad Autónoma de Barcelona (España).