En 2025, lo mismo que en años anteriores, el imperialismo continuó implacable en su afán de apoderarse del mundo.
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Además, EE. UU. posee uno de los arsenales nucleares más grandes del mundo. El Instituto Internacional de Estudios sobre la Paz de Estocolmo indicó que en 2023 el arsenal nuclear mundial destinado al uso militar es de 9 mil 576 ojivas, de las cuales el 86 por ciento son de Rusia y EE. UU. Los estadounidenses tienen listas, para ser empleadas de manera expedita, mil 770 cabezas nucleares instaladas en misiles o en manos de sus fuerzas operacionales. La Federación Rusa, por su lado, tiene mil 674 ojivas distribuidas para el mismo efecto guerrerista entre sus misiles y sus ejércitos.
Así, el poderío militar y nuclear de los norteamericanos invita a pensar que sus militares pueden desplegar ofensivas multifacéticas contra enemigos singulares o grupales. Por sus números podría presumirse que EE. UU. tendría la capacidad de atacar simultáneamente a Rusia, China, Europa y varios países más, masacrando a la población. Pero, ¿qué haría EE. UU. si Rusia decidiera emplear sus misiles balísticos intercontinentales equipados con cargas nucleares contra Nueva York, Los Ángeles o Washington, por imaginar algunos objetivos concretos?
Cuestionamientos así los respondió recientemente el coronel Douglas MacGregor, antiguo asesor de defensa del gobierno de Donald Trump, es decir, un conocedor nada improvisado de las capacidades norteamericanas. Entrevistado en Twitter por Tucker Carlson (agosto de 2023), MacGregor opinó que tal capacidad militar es únicamente visible. Declaró que, en Ucrania, Rusia está lista desde hace tiempo para enfrentar cualquier ataque directo de tropas estadounidenses solas o combinadas con la OTAN. En cambio, “nosotros no estamos listos para combatir a los rusos”. El ejército de la Unión Americana, agregó, no está disciplinado ni acostumbrado a combatir a un enemigo “igual” en un conflicto a gran escala. Más bien, los soldados americanos han dedicado sus días a destruir países débiles como Irak, o guerrillas terroristas. En una palabra, ese ejército ha marchado contra combatientes que “corren en sandalias con un AK-47”, más no contra un ejército estatal poderoso.
Igualmente, dijo MacGregor, el americano no es un ejército moderno; ha envejecido como un motor de 500 caballos de fuerza que degenera progresivamente hasta convertirse en un motor de 100 caballos de fuerza. Los dispositivos tácticos norteamericanos están tecnológicamente desfasados. No pueden eludir los modernos sistemas de detección espacial empleados por Rusia para dominar la superficie ucraniana. Es decir, cualquiera que se mueva con la tecnología militar americana “puede ser identificado y asesinado”. Admitió que Rusia tiene sus industrias y sistemas militares funcionando 24/7 todo el año, produciendo y empleando en campo su tecnología. Entonces, para EE. UU. sería una locura entrar en guerra contra Putin. Si los americanos tuvieran tal aprieto en Ucrania, la única salida viable sería optar por la “disuasión nuclear”, por emplear una pequeña bomba nuclear. Pero esto provocaría una escalada mayúscula hacia la guerra nuclear total, es decir, hacia la destrucción física del planeta.
Desde 1970, señaló el coronel, Rusia es la campeona en tecnología de misiles. Sus sistemas de bombardeo están actualizados, conectados instantáneamente con eficaces sistemas de reconocimiento espacial, de manera que cualquiera de sus lanzamientos alcanza rápido, con precisión, su objetivo. Si tales sistemas son disparados sobre América, ningún arma ni los miles de millones estadounidenses detendrán la tormenta de proyectiles nucleares. La guerra “nos va a alcanzar aquí, en los EE. UU.” concluyó.
En resumen, en ningún escenario inmediato las fuerzas militares del gobierno de Biden podrían ganar un conflicto directo contra las de Putin. Si el choque ocurre, desencadenará el infierno nuclear; y esto destruirá al mundo entero. De manera que la única salida razonable para Occidente es la paz inmediata, dejar de armar a los ucranianos y abrir realmente un diálogo de paz con Rusia.
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Escrito por Anaximandro Pérez
Doctor en Historia y Civilizaciones por la École de Hautes Étus en Sciences Sociales (EHESS) de París, Francia.