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En su giro hacia la multipolaridad, la nueva era geopolítica se orienta al rol internacional de las naciones isleñas, ribereñas y peninsulares. De ser las grandes olvidadas, esas islas deciden ya no ser rehenes de tensiones geopolíticas entre potencias. Conscientes de su creciente importancia estratégica, esos minúsculos territorios, con gran dependencia político-económica, quieren que su voz y voto sean decisivos en el destino de los océanos del planeta. Como nación bioceánica, México debe coincidir y recuperar la soberanía de islas que perdió por desinterés.
Los Estados insulares y ribereños de estrechos y penínsulas son los primeros en recibir el impacto de las políticas de geoseguridad que las potencias proyectan sobre los océanos. La forma en que los países poderosos de oriente y occidente dirimen sus diferencias, no siempre se traduce en relaciones de respeto y cooperación con las estratégicas islas.
Esa consideración es clave porque establece la enorme desigualdad entre los intereses de los vulnerables actores insulares, incapaces de hacerse escuchar ante Estados Unidos (EE. UU.), China, India o Reino Unido, esas superpotencias que disputan su influencia sobre los mares.
La relativa neutralidad de los estados ribereños proyecta una Pax Marítima que garantiza la seguridad en mares y océanos. Ese aval de facto permite que el 90 por ciento del comercio mundial se realice por mar; y que por sus costas naveguen cargueros, acorazados y cruceros de turismo. A la par, permite a miles de millones de personas acceder a petróleo, gas, alimentos y medicamentos.
Dada su participación en la paz y seguridad global, los Estados insulares reclaman su representación en la toma de decisiones. Se oponen a seguir atrapados en la lucha de las potencias por la hegemonía regional y mundial, pues les atribuyen sus conflictos.
Esos gobiernos critican que las superpotencias deciden en sus Cumbres las prioridades geopolíticas de esas islas, sin siquiera consultarlos o requerir su representación. De ahí que hoy exijan que su participación sea respetada.
Es obvio que islas y territorios costeros tienen profundas diferencias políticas, económicas y ambientales. Parte de esos desacuerdos radica en la arbitraria delimitación de límites y fronteras desde el colonialismo del Siglo XVI.
Militariización
En 2008, el sueco Paul Caesson denunció la militarización de las comunidades insulares en su estudio: Identidad étnica y movilización política. Destacó el rol periférico de las islas en los asuntos mundiales donde, con visión miope, son reducidas por las potencias a paraísos terrenales o zonas en el fin del mundo.
Con esa visión hegemónica, y como respuesta a los esfuerzos soviéticos por pactar acuerdos pesqueros y comerciales con Estados insulares del Pacífico, en 1982 el Reino Unido ocupó Las Malvinas y en 1984 EE. UU. invadió Grenada. El pasado marzo, al cumplirse 40 años de la invasión a Las Malvinas –que causó la muerte de 655 soldados argentinos y 255 británicos–, Londres impulsó un reglamento para controlar el ingreso de personas a las casi deshabitadas Islas Sandwich y Georgias del Sur (a mil 390 kilómetros de Las Malvinas, en el Atlántico Sur).
Esa medida sorprendió a Argentina, pues esos territorios son parte de los reclamos de soberanía por las Islas Malvinas. Así se entiende la creciente importancia geoestratégica de ese enclave, cuya soberanía reclama el país sudamericano en plena construcción del escenario multipolar.
Las 11 islas Sándwich están a cuatro mil kilómetros al norte de la estratégica Antártida y a dos mil 700 al este de Sudamérica. El gobierno de Alberto Fernández reclamó a Londres por designar esas islas “Áreas especialmente protegidas” y denunció esa pretensión de adoptar leyes en territorios y espacios marítimos de soberanía argentina.
En su afán por militarizar zonas estratégicas, Londres instaló tropas en las islas Georgias del Sur, a mil 390 kilómetros al sureste de Las Malvinas, y opera como escala turística hacia la Antártida. En marzo se anunció que la nueva gobernadora de las polémicas Malvinas será Alison Mary Blake, exembajadora en Afganistán y Bangladesh. Esas islas poseen alto potencial de reservas de hidrocarburos y figuran entre las más ricas reservas mundiales ictícolas; de modo que la política británica lanzó campañas para consolidar permanentemente su ocupación, al aumentar su capacidad militar y perfeccionar el modelo extractivo, explica el internacionalista Rafael Pansa.
Al hablar del tema, el geógrafo Jacques Ancel advirtió: “Es un tema peligroso, aún para un sabio, porque se carga de pasiones políticas encubiertas por preconceptos. Cuando se habla de fronteras, difícilmente se conserva la sangre fría y el malentendido es permanente”.
Es verdad que por esas arbitrarias delimitaciones hay fricciones étnicas y separatistas. Pero la visión imperialista de las potencias no soluciona esas disputas, sino que fortalece políticas locales de represión contra intentos independentistas. Así sucedió con los llamados Tigres Tamiles de Sri Lanka, cuando el imperialismo alegó su temor a la expansión del radicalismo islámico o al aumento de conflictos limítrofes.
Esos alegatos ocultan el objetivo real de Occidente (entendido aquí como EE. UU., las exmetrópolis coloniales europeas y sus nuevos aliados), que se resume en preservar su influencia en esas regiones clave. Mas aún, en esta nueva era geopolítica, cuando las potencias extraregionales pierden el control de rutas marítimas y recursos que expoliaron de estas islas por siglos.
Crisis en el Edén
El Pacífico es el mayor océano (165. 2 millones de km2) y aloja unas 30 mil islas. Ahí, han influido EE. UU., Reino Unido, Francia, Rusia y Japón hasta que vieron surgir a China, la “sorpresa estratégica”.
Y ahora, aunque todas practican el “poder suave” en la región a través de intercambios comerciales y obras portuarias, el objetivo de Occidente radica en crear un escudo militar que acote la influencia político-económica de Beijing sobre las islas de la región, explica el experto en Asia Pacífico, Kurt Campbell.
Tras sufrir la depredación de la globalización, las poblaciones del Pacífico sur quieren reducir su dependencia económica y buscan el desarrollo lejos de la colisión de intereses geopolíticos de esas potencias.
Pero tal necesidad no coincide con el objetivo de seguridad que Occidente persigue sobre esa región. Las islas, preocupadas por acotar riesgos como pesca ilegal no regulada y no reportada (IUU, en inglés), piratería, contaminación plástica, derrames de petróleo y el avance del cambio climático, no son prioritarias para la seguridad de las potencias.
De ahí que, hoy, los Estados insulares del Pacífico sur exigen a EE. UU., Reino Unido y Francia abandonar sus multimillonarias bases militares para ayudarlos. Les urge reducir su dependencia del turismo, de las bases militares, y promover una pesca sustentable para garantizar su seguridad alimentaria, indica el investigador del Instituto de Política Oceánica, Atsushi Watanabe.
Ante la falta de respuesta de Occidente para brindarles asistencia, este siglo aumentó entre ellas la percepción de que la esperanza provendrá de China.
Índico volátil
Situación similar ocurre en el tercer océano del planeta: el Índico. En sus 77.5 millones de kilómetros cuadrados y 20 por ciento de la superficie terrestre, concurren 37 estados, que suman la tercera parte de la población mundial: La India, China, Rusia, Indonesia y Pakistán son actores históricos y EE. UU. como entidad extrarregional; todos sentaron las bases de su convivencia local.
Por sus aguas transita el 50 por ciento del crudo y 70 por ciento de los contenedores con bienes que van y vienen del Golfo Pérsico a puertos de Bengala y Malaca, por el Sur Meridional de China, Cuerno de África, Estrecho de Bab el Mandab, el Mar Rojo, el Canal de Suez, Golfo de Adén y del Mar Arábigo.
Es decir, son las arterias por las que fluye el comercio que sustenta nuestra civilización. En ese atiborrado espacio conviven Sri Lanka, Maldivas, Mauricio, Seychelles, Madagascar, Comoros y Vanilla, donde despliegan sus propias estrategias políticas ante las potencias que rivalizan por el control de rutas.
Al Índico hoy llegan Turquía, Irán, Arabia Saudita o Emiratos Árabes Unidos, potencias medias extrarregionales que recrean la multipolaridad geopolítica de ese océano, explica el estratega español Roberto Mansilla Blanco.
Aunque sus intereses geopolíticos están condicionados por su limitada autonomía, cada vez más gobiernos como los de Maldivas, Seychelles, Madagascar, Sri Lanka y Comoras se desarrollan con más independencia y crean mecanismos de cooperación.
No obstante, les preocupa la presencia militar de EE. UU. y Reino Unido en Bahréin y la isla Diego García (Archipiélago Chagos), en el corazón de ese océano. De ahí la crítica contra el abandono de las potencias. En 2015, representantes de Mauricio y Seychelles criticaron que los visitara el primer ministro indio, por primera vez en 28 años.
No obstante, en su apuro por detener la influencia de Beijing en el Índico, este 2022, el secretario de Estado Antony Blinken visitó Fiji. Ése fue el primer posicionamiento de EE. UU. en 36 años, ante el abandono que alegan de esas naciones.
Ante la ONU, los diplomáticos isleños han expresado su temor de que, en ese océano, los poderes extranjeros y regionales fortalezcan su seguridad a costa de la inseguridad de los actores en la región.
Un ejemplo de inseguridad fue el golpe en la isla-península de Sri Lanka –antigua Ceilán–. Desde 1948, la llamada “Lágrima del Índico” fue gobernada por la familia Rajapaksa sin que Washington invocara libertad democrática. Todo cambió cuando se endeudó con China.
Este primer productor mundial de canela y poseedor de los estratégicos puertos de Colombo y Hambantota no pudo pagar la deuda por su difícil situación y cedió temporalmente a Beijing la supervisión de Hambantota. Entonces, vinieron las revueltas.
Tales sacudidas políticas no importan a Occidente. Por lo que, ante Naciones Unidas, el ministro de Asuntos Exteriores de las Maldivas, Ahmed Khaleel, afirmó que la pesca ilegal y el cambio climático no son prioridad en la agenda de las potencias, pero es de vida o muerte para las islas.
Las islas que México perdió por...
Isla de la Pasión: A mil 200 kilómetros de Acapulco está esa pequeña isla que fue mexicana y hoy es francesa. Ese atolón, que no figura en los libros de texto de nuestro país fue objeto de disputa internacional entre potencias de los Siglos XVI al XX; de ahí sus múltiples nombres: Médanos, Clipperton –por el pirata inglés que la usó como base– e Isla de la Pasión.
En 1858, Napoleón III de Francia la anexó; y décadas después México reclamó su soberanía. Accedió a someterse al arbitraje internacional en el Porfiriato y construyó un faro de 30 metros. Luego de 20 años, el rey italiano Víctor Emanuel III, que era el árbitro neutral designado, falló a favor de Francia.
Por su envidiable posición geoestratégica y riqueza en guano atrajo a británicos, estadounidenses y franceses. Ante la mirada impotente de instituciones mexicanas, hoy exploran sus riquezas investigadores de la Universidad de la Polinesia Francesa y ONG internacionales.
Las ocho islas del Archipiélago Norte, en la costa sur de California, también se perdieron. El Artículo 5° del Tratado Guadalupe-Hidalgo (1848) formalizó ese hecho al definir la frontera con EE. UU. cuando omitió a la isla; y solo indica como referencia “un punto en la costa del Océano Pacífico”.
Tal ambigüedad permitió que hoy pasen a EE. UU. sus ricos yacimientos petroleros. De ahí la advertencia del geógrafo Esteban Cházari a Porfirio Díaz: “esa transferencia es resultado de la más injusta de las guerras y del más insigne abuso de fuerza que registra la historia”.
Durante cinco siglos, los mapas registraron en la latitud 20º 33’ N y longitud 91º 22’W a la Isla Bermeja. Situada hacia el norte del Golfo de México, la cual consistiría en la referencia geográfica que en los noventa definiría la frontera marítima con EE. UU. durante la negociación sobre los llamados Hoyos de Dona –con los yacimientos transfronterizos de petróleo–Pero de pronto dejó de figurar en libros de texto, mapas y en el propio espacio, pues la Marina la buscó y no la encontró.
Geógrafos y oceanógrafos explican que, al ser coralífero, ese islote se hundió por condiciones climáticas. Sin embargo, perder esa y otras islas confirma la deplorable falta de visión en seguridad nacional que impidió a México proyectar sus intereses geopolíticos con su dominio.
También en la ONU, el embajador de Kiribati denunció: “para mí, seguridad es que no haya sequía en nuestra isla; pero la gente que llegó a esas islas y a estos océanos lo hizo para convertirlos en campos de batalla”.
Las pequeñas naciones insulares, con limitada o nula fuerza militar, aún confían en la ONU para no inclinarse por una potencia, explica Darshana M. Baruah del Fondo Carnegie para la Paz Internacional.
Sin embargo, la ONU fue incapaz de intervenir en el Archipiélago Chagos, ocupado en 1965 por Reino Unido, que desatendió la orden de salir, por lo que el embajador de Mauricio ante el organismo, J.D. Koonjul, exigió a EE. UU. y Reino Unido respetar las mismas leyes y principios que defienden.
A su vez, son imperialistas potencias medias como Australia, que retiene las islas Coco y Navidad. La primera está en el paso de barcos entre el Índico y el mar de China Meridional, por lo que Barack Obama –sin consultar a los 600 habitantes– planeó construir ahí una base aérea en su plan de contención contra China.
En la isla Navidad, a 9.5 kilómetros de Cocos, Australia da a los mil 500 pobladores las migajas por explotar sus fosfatos, turismo y un casino (hoy cerrado). Además, instaló ahí un centro de retención de inmigrantes y planea hacer una base espacial comercial. Ésa es su noción de seguridad.
Por todo ello, mientras Occidente les advierte que su deuda resulta insostenible, los isleños ven surgir a Beijing como nuevo socio. Perciben que el considerable peso económico chino les abre múltiples oportunidades y no les impone subordinación militar.
Mar de China
Las islas en esa cuenca, 3.5 millones de kilómetros cuadrados, viven diariamente las sacudidas geopolíticas por la importancia estratégica de esa región. Que el analista Robert Kaplan bautizó como “el corazón de la periferia navegable de Eurasia”, pues por sus aguas navega la mitad total de la flota mercante del mundo.
Por su riqueza marina y ubicación estratégica, esa región reúne más litigios en el mundo. En sus aguas colisionan los intereses de EE. UU. y China, que ponen en riesgo a las naciones ribereñas, explica el teniente de navío de la Armada Española, Miguel López Garay.
Ese estratega señala que China no mantiene ninguna disputa territorial ni judicial con naciones isleñas en los océanos Índico ni Pacífico. Mas aún, no escenificó pruebas nucleares que impactaran esas costas ni cometió crímenes de guerra en las islas, hoy dependientes de Occidente para garantizar su seguridad económico-militar.
Y en ese mar, por más de 40 años, Japón ha desafiado a China en busca del control del archipiélago Senkaku (nombre que le da Japón) o Diaoyu (como lo llama Beijing). El valor de esas ocho pequeñas y deshabitadas islas es su posición estratégica y riqueza petrolera. Japón se apoderó de ellas en 1895 y las cedió al empresario Tatsushiro Koga y, tras la guerra, EE. UU. las controló.
Y aunque China reivindica su soberanía, en 1972 Washington las traspasó a Japón. Un año después, la Administración de Información Energética de EE. UU. estimó que allí habría hasta 100 mil millones de barriles de petróleo. Y aumentaron los roces entre Tokio y Beijing.
En ese choque geopolítico, Tokio se sabe inferior a Beijing. De ahí que magnates de Toyota, Mitsubishi y Panasonic jueguen a dos bandas: intentar reducir su dependencia de tierras raras y presionar a su gobierno para no romper con China. Pero EE. UU. quiere intervención militar sin importar el bienestar de los habitantes.
También en ese mar se enfrentan China, Taiwán y Vietnam por el arrecife Pratas, el banco Macclesfield, las islas Paracel y las Spratly –ricas en petróleo, gas, pesca y guano–, que habitan unas 300 personas, y que en 1980 fueron causa del choque entre China y Vietnam.
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Aunque la pandemia provocó estragos en todas las clases sociales, su mayor impacto fue contra las familias de los trabajadores con menores ingresos salariales con su estrategia de “inmunidad de rebaño”.
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Escrito por Nydia Egremy
Internacionalista mexicana y periodista especializada en investigaciones sobre seguridad nacional, inteligencia y conflictos armados.