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El ataque en el valle de Pahalgam, Cachemira, reaviva la tensión entre India y Pakistán, dos potencias nucleares y en una región volátil del planeta. Esto ocurre cuando Estados Unidos (EE. UU.) se perfila contra China en una guerra multidimensional mientras surgen nuevas alianzas geoestratégicas contra el neocolonialismo.
Cachemira es el campo de batalla donde chocan intereses de actores locales y extra-regionales. Hace siete décadas que esa disputada región −rodeada por India, Pakistán y China− resulta fundamental para que millones de personas sigan bajo el yugo neocolonial u opten por la autodeterminación.
Ese conflicto estancado se reactivó el martes 22 de abril, cuando un comando con rifles automáticos salió de un bosque hacia Pahalgam, donde atacó a un grupo de turistas en la zona controlada por India. Murieron 26 personas y fue el más grave ataque ocurrido en años, al que India calificó como terrorista y lo atribuyó a Pakistán.
Escenario de potencias
Ante los observadores fue un acto deliberado para escalar la tensión entre ambos estados, cuando el presidente estadounidense Donald Trump vigoriza su estrategia anti-China, y con la que se perfila Pakistán como aliada.
Por ello es usual difundir que lo ocurrido en Cachemira no sólo impacta localmente, sino que es observado por Beijing, evaluado en Washington y analizado en Moscú. Detrás de este juego de potencias existen preguntas sin respuesta: ¿por qué actuó ese comando y cuál es su reivindicación? Ése no fue un incidente más.
En 2019 hubo una agresión similar: 40 soldados indios de un convoy fueron asesinados en Pulwama. En represalia, India atacó zonas de Pakistán y revocó el Artículo 370° de su Constitución para eliminar el estatus de “autonomía especial” a Jammu y Cachemira, decreto que fue condenado por Pakistán.
Esta vez, todas las miradas volvieron hacia EE. UU., que siempre busca posicionar sus intereses geopolíticos en Asia. Algunos creen que la hiperpotencia azuza las diferencias entre India y China, pero el coloso asiático recurre a su diplomacia de seda para no quedar atrapado en el conflicto por Cachemira.
El pragmático Donald Trump evita involucrarse en disputas que no afectan sus intereses inmediatos, aunque republicanos y halcones lo critican por dejar espacios vacíos. Acusan: “China avanza cada vez que se repliega, y Rusia aprovecha las fisuras para posicionarse como alternativa”.
Aun así, el vicepresidente estadounidense, J.D. Vance, afirma que ese conflicto “no es asunto que les incumba”. Sin embargo, resulta obvio que tanto él como su jefe y la cúpula política están empeñados en seducir a India.
Entretanto, en el tablero global emergen nuevos actores y alianzas; y EE. UU. ya no es actor preponderante. Resulta claro que la paz ya no solamente depende de India o Pakistán, sino de las decisiones en las grandes potencias.
India y el juego estratégico
Una vez más, el siete de mayo de 2025, India y Pakistán se envolvían en un amargo cruce de fuego. Aviones indios despegaron de sus bases para atacar selectivamente supuestos refugios de terroristas.
El sur de Asia y el mundo entero contenían la respiración ante la creciente tensión entre ambos. En un segundo plano, revivían los capítulos más ominosos de la historia del colonialismo y la persistente lucha de las naciones en la región por su autodeterminación.
India, reconocida por su funcional proceso electoral como “la democracia más grande del mundo” y que representa la quinta economía mundial que más crece en Asia, posee el territorio más poblado del planeta, es miembro originario del bloque emergente conformado por Brasil, Rusia, China y Sudáfrica (BRICS), con lo que proyecta una vigorosa imagen hacia el exterior.
No obstante, analistas como el director del Consejo Musulmán Indio-Americano, Rasheed Ahmed, alertan sobre un retroceso democrático interno por el auge de la ideología etnonacionalista hinduísta y antimusulmán del partido del primer ministro, Narendra Modi, el Bharatiya Janata Party (BJP).
Ese extremismo se basa en el grupo Rashtriya Swayamsevak Sang (que surgió del radicalismo europeo en 1923); y que inspiró al asesino de Mahatma Gandhi en 1948. Esa idea supremacista está en la mente de Modi, quien aspira a convertir a India en Estado hindú.
Por ello, niega derechos a minorías indias, a 200 millones de musulmanes y 30 millones de cristianos, según el grupo de investigación India Hate Lab, que sólo en 2023 registró 668 casos de incitación al odio antimusulmán, muchos por adeptos del BJP.
Se activan las alertas contra ese radicalismo
En India existe una batalla permanente del relato e identidad, donde se sofoca a unos para enaltecer a otros; se denuncia la “toma de poder por fuerzas autoritarias y supremacistas” desde el BJP, explica Rasheed Ahmed.
Hoy Modi es visto como quien controla medios públicos y privados (con respaldo de empresarios) y sostiene que los ataques en Cachemira provienen de campamentos terroristas en Pakistán. Debido a esa visión, es muy posible que la derecha india no quede satisfecha con la Operación Sindor, sino que exija más, prevé el periodista indio Aditya Sinha.
Otros advierten contra
el radicalismo indio
La estrategia en Cachemira del primer ministro Modi se asemeja a la de Israel en Gaza: mantener firme control sobre una zona de conflicto y justificar sus acciones internas como medidas de seguridad. Eso parece un mensaje a EE. UU.: si apoya a Israel a pesar del repudio internacional, India esperaría que sus políticas discriminatorias reciban un trato similar, señala la periodista Ethel Bonet.
Cachemira, eterno
campo de batalla
Definir qué está en juego en la disputa por Cachemira, pasa por explicar su importancia geoestratégica y los protagonistas del conflicto. Primero, ahí confluyen intereses de India, Pakistán, Estados del Occidente Colectivo y del llamado Siglo Euroasiático (China, Rusia, Irán y otros), además de milicias y varios servicios de inteligencia.
Los 222 mil 200 kilómetros cuadrados de Cachemira (poco menos que el estado de Chihuahua) se independizaron a raíz de la arbitraria división británica de India –con mayoría de creyentes hindúes− y Pakistán, con mayoría musulmana, en 1947.
Entonces, el maharahá Hari Singh gobernaba lo que hoy es la franja entre Jammu y la parte amplia de Cachemira, pero rehusó adherirse a alguno de los nuevos Estados. Más tarde, ante el amago de guerrilleros, cedió su entidad a India.
Cachemira pasó a ser un “territorio-colchón” con límites ambiguos y gestionado por ambos países. Ahí viven 20 millones de personas: 14.5 millones habitan la zona que gestiona India, en su mayoría hindúes; seis millones –en mayoría musulmanes– habitan en el sector que controla Pakistán y en la zona china, unos miles con religión variada.
La política interna de Narendra Modi agrava el problema, pues su ideología hindutva (visión de una nación político-religiosa homogénea) excluye otras expresiones y considera a Cachemira como territorio, no como un pueblo, ésta es la esencia del reclamo pakistaní.
Para Islamabad, Cachemira debió ser parte de Pakistán desde la partición de la India británica porque la mayoría de la población de Cachemira es musulmana. La presencia de grupos militantes ha crecido por el descontento por la represión india.
Sin embargo, India reclama la soberanía de Cachemira bajo el Instrumento de Adhesión firmado por Hari Singh; aunque algunos juristas cuestionan su validez, pues se firmó bajo coacción. Esa fricción detona cíclicos choques armados. Tras el 22 de abril, la tensión pudo escalar hasta una guerra frontal, pues India cerró sus fronteras y suspendió el Tratado de Aguas del Indo (vigente desde 1960) que fue considerado como un “acto de agresión” por Pakistán.
No se vislumbra acercamiento India-Pakistán con el premier indio, que desde 2019 intensificó la represión contra la disidencia anti-India. Únicamente consistió en un gesto cuando asistió a la boda de la hija de Nawaaz Sharif en 2015; pero desde hace 10 años no participa en la Asociación del Sur de Asia para la Cooperación Regional (ASACR) en perjuicio de vecinos como Nepal, Bangladesh, Sri Lanka y otros.
Modi respalda su endurecimiento en que las milicias son una amenaza terrorista y que las apoya Pakistán. Él desaprovecha la oportunidad de promover un diálogo político, estima el analista Isaac Chotiner.
Si persiste la crispación, el premier fortalecerá su visión ultranacionalista y antimusulmana. Para ello ha desplegado a unos 750 mil efectivos en Jammu y el valle de Cachemira contra unos 230 mil de Pakistán, según diversas fuentes.
Pakistán, el otro eje
Mientras think tanks y medios corporativos aplican a India adjetivos positivos como: república soberana, secular, democrática y socialista, al referirse a Pakistán, lo denostan: paria internacional, de economía débil frente a conflictos entre talibanes y que tolera el “terrorismo” y el “extremismo”.
Esa degradación evidencia el control del discurso por el poder político y mediático estadounidense. Su objetivo radica en reorganizar la posición de India y Pakistán en el tablero mundial.
Entre los actores menos visibles del conflicto sobresale el independentista Frente de Resistencia (FRT), que se atribuyó la responsabilidad del ataque de abril; representa a la organización islámica Lashkar-e-Taiba, formada durante 2019 en Pakistán, cuando Modi revocó a Cachemira su estatus de semiautonomía.
El manifiesto del FRT advierte que busca la autodeterminación de Jammu y Cachemira, su vocación musulmana y responde a la política india de discriminación y a la “colonización por pobladores no locales” que altera la demografía original.
En Telegram publicó un mensaje en el que rechaza la concesión de permisos de residencia a “forasteros”, no a los turistas. Según el Consejo de Asuntos Exteriores estadounidense, tal milicia recibe apoyo de la Agencia de Inteligencia Interservicios de Pakistán.
La relación entre EE. UU. y Pakistán ha cambiado en años recientes. De ser socio útil en la región, como durante su guerra en Afganistán, algunos consideran que estaría dispuesto a marginarlo a cambio de atraerse a India y usarla en su estrategia de contención a China, su competidor mundial.
Esta vez, Washington se ofreció a mediar entre Delhi e Islamabad, aunque su neutralidad lucía dudosa por su respaldo a Narendra Modi. En el ataque de 2019, EE. UU. apoyó a India, y ahora le comparte inteligencia y ambos países realizan ejercicios bélicos conjuntos. Además, su relación prospera en la región de Indo-pacífico y el grupo QUAD con Japón, Nueva Zelanda y Australia.
EE. UU. influirá en ese conflicto, pues no le conviene que India pierda autoridad ante China en una futura guerra sobre el sur asiático.
China, socio respetado
Es una incógnita hasta qué punto China apoyará a Pakistán, tanto en lo público como en lo privado, porque a Beijing también le preocupa la amenaza extremista. Ahora, Trump considera qué incentivos ofrecer a ambos países si el conflicto se intensifica, pues una guerra en esa parte del planeta, sea de baja o alta intensidad, sería muy perjudicial para sus intereses.
Trump empuja a India a una colisión de alto riesgo contra China: presionó a Modi para que respaldara su guerra comercial para aislar a China. Pero Nueva Delhi quedó en un apuro geopolítico que debió equilibrar su dependencia con Beijing y permanecer en el mercado de EE. UU., su principal destino de exportación.
Cuando Trump impuso un arancel “recíproco” del 26 por ciento a sus bienes, India pujó para vender más a EE. UU., pues esas tarifas reducirían el Producto Interno Bruto (PIB) indio entre 0.2 y 0.5 puntos porcentuales, admitió el secretario indio de Asuntos Económicos, Ajay Seth.
Y así, Modi −a quien la prensa india presenta como “indomable líder mundial” (un Vishwaguru)− se sometió a comprar más productos energéticos y de defensa estadounidenses para evitar más aranceles, señala Bhim Bhurtel.
La supuesta visita del vicepresidente J.D. Vance a sus suegros en Delhi disfrazó su verdadera misión: a cambio de que India asegure su alineación contra Beijing, se le habría ofrecido que la inversión de su país en China se trasladaría a India, apunta Bhurtel.
La realidad india no es pública: su base industrial de bienes que exporta a EE. UU. depende de bienes intermedios (materias primas, bienes de capital, tecnología e inversión) de China. Por tanto, si India se somete a EE. UU. para agredir a China, ésta le impondría represalias que paralizarían sus líneas de producción. El riesgo de cálculo es alto. Si India lanza un ataque –aunque limitado–, Pakistán debería responder. “La cuestión es si Modi decidirá detenerse en ese punto”, alerta el analista en seguridad Zahid Hussain.
Armas para una guerra
Para especialistas en defensa, tras lo ocurrido en abril, la verdadera confrontación fue entre India y China, donde Cachemira únicamente fue el campo de pruebas. La prensa occidental publicó: Armas chinas combatieron a la Fuerza Aérea india, mientras medios y redes asiáticas celebraban: Cazas chinos derrotan al as de la India, demostrando la supremacía militar y estratégica de esos equipos bélicos chinos en manos de Pakistán.
Beijing presentó la supremacía estratégica e Islamabad mostró por qué importa de ahí 80 por ciento de sus aviones de combate, misiles de largo alcance, tanques, artillería, armas.
Para la investigadora Sana Hashimi, China suministra armas, entrena a las fuerzas y dictó el plan de acción para resistir a India.
Eso muestra un cambio en las alianzas: el creciente apoyo militar de Occidente a India y el de China a Pakistán. De ahí la pregunta del profesor de la Universidad Normal del Este de China, Yao Yuanmei: “¿Porqué las avanzadas armas de India, de fabricación mundial, no derrotaron a la única arma de fabricación china en Pakistán?”, aludiendo al avión J-10 chino con misiles y radar de última generación contra el Rafale indio de diseño francés. El éxito del caza chino subió, en dos días, 40 por ciento de las acciones de la firma Chengdu. Ese debut significa que funciona la inversión de la política de modernización militar del presidente Xi Jinping. China consiguió silenciosamente su mayor victoria al cambiar el juego sin disparar un tiro. ¿Cómo esto inclinará la balanza en un escenario militar en Taiwán, si EE. UU. cree que su capacidad aérea es superior? La respuesta está en el aire.
México-Pakistán-India
En el virreinato, México se vinculó con India a través del Galeón de Manila-Acapulco; y en 1947 nuestro país fue el primero de América Latina en reconocer su independiencia de Inglaterra; tres años después estableció relación diplomática y en 2022 abrió su consulado en Mumbai. Durante esos años, su política exterior ha coincidido en la Organización de Países No Alineados y la Organización de la Naciones Unidas (ONU).
El 16 de mayo se celebró el 70 aniversario de relaciones México-Pakistán. La Lotería Nacional emitió un billete conmemorativo adquirido por más de tres millones de personas. En su discurso, el Embajador Shozab Abbas recordó que, en siete décadas, la relación mutua se ha construido con base en el entendimiento, valores compartidos, respeto a la soberanía e integridad territorial arraigada en nuestros pueblos. El comercio mutuo oscila en los 350 mdd e instó al empresariado bilateral para aprovechar y diversificar el potencial de ese país con 230 millones de habitantes, quinta nación más poblada del mundo y cuyo PIB alcanza los 360 mil mdd.
Sobre la Operación Sindor de India contra objetivos en Pakistán, el diplomático señaló que cobró la vida de 51 personas, por lo que su país ejerció su derecho a la legítima defensa conforme a la Carta de la ONU. Reconoció el rol constructivo de China, Turquía, Arabia Saudita, Irán y Emiratos Árabes Unidos para alcanzar el alto al fuego. En particular, el rol de EE. UU. en la reducción de la crisis.
A sus 69 años de edad, el nuevo Papa adoptó el nombre León XIV y se convierte en el primer pontífice nacido en Estados Unidos.
En sólo dos días, EE. UU. articuló con Pakistán una ofensiva bélica de carácter electoral que intentó atribuir a Irán, pero que fracasó gracias a la inteligente diplomacia iraní.
Donald Trump, cambió de parecer y anunció que los aranceles que planea imponer a México y Canadá comenzarán a aplicarse el 4 de marzo y no el 2 de abril.
El proyecto causa afectaciones en áreas naturales y especies como el jaguar, el oso negro y la tortuga pecho quebrado en el estado de Sonora.
Barack Obama y Nancy Pelosi transmitieron sus opiniones al presidente Joe Biden para que abandone la carrera para su reelección.
Fue la única mexicana en el encuentro y una de las dos representantes de América Latina y el Caribe.
La embajadora de Austria en México, Dra. Elisabeth Kehrer, presentó en la sede de la ANHG, de la UNAM, la conferencia: “Austria, un país al centro de Europa. Pasado, presente y futuro”, dándole la bienvenida como académica honoraria.
En el estado de Carolina del Sur, el discurso del presidente de EE. UU., Joe Biden, fue interrumpido por un grupo de manifestantes que al unísono le exigieron pedir un alto al fuego en Palestina.
En el primer mes del mandato de Donald Trump, se deportaron a 37 mil 660 personas.
El pasado 29 de abril, Mujica anunció en una rueda de prensa que le detectaron un tumor en el esófago.
"Nos gustaría que algunas cuestiones vayan evolucionando, como la seguridad, nos encantaría vivir en un país más seguro", señaló el presidente de la CCI France México, Xavier de Bellefon.
El 45 por ciento de los encuestados rechaza la administración del Gobierno de Estados Unidos (EE. UU.).
El pasado 19 de marzo el COI publicó la lista de requisitos que atletas de Rusia y Bielorrusia deberán cumplir para poder competir en los Juegos Olímpicos de París 2024.
El caso intensifica el conflicto entre el gobierno de Trump y el poder judicial por la política migratoria.
El presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, pidió a la población evitar desplazamientos, limitar el uso del móvil y seguir sólo información oficial.
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Escrito por Nydia Egremy
Internacionalista mexicana y periodista especializada en investigaciones sobre seguridad nacional, inteligencia y conflictos armados.