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El capitalismo tiene por característica una doble cara. Por un lado, produce hambre, pobreza, desigualdad, violencia, conflictos bélicos, despilfarro de recursos humanos y materiales, catástrofes ecológicas, etc.; es decir, produce múltiples crisis a escala planetaria. Por otro lado, produce riquezas inmensas, ganancias exorbitantes y desarrollo tecnológico que, sin embargo, sirve sólo a una élite de privilegiados.
La paradoja que deja pasmados a muchos es que no haya suficiente movilización por parte de los afectados de estas múltiples crisis. El pueblo se encuentra aparentemente amodorrado y no aparece por ningún lado una fuerza social capaz de sacudirse a sí misma y sacudir a la sociedad en su conjunto de estas lacras.
La antropóloga Tania Li encuentra al menos dos motivos como explicación. Primero, cunde entre los trabajadores el mito del desarrollo inmanente. Esto es, la creencia metafísica de que la prosperidad universal es alcanzable dentro del capitalismo. Sólo tenemos que esperar un poco más, ser estoicos y soportar la destrucción de hoy para ganarnos todo el derecho de ser felices mañana. Es un argumento teleológico sin ninguna evidencia, salvo el pensamiento mágico de los doctrinarios y acérrimos defensores de esta narrativa.
El segundo mito es la idea de que el desarrollo puede ser alcanzado mediante intervenciones técnicas. “La voluntad de mejorar”, lo llama la autora antes mencionada. Con esta noción se arguye que con ayuda de expertos y con políticas focalizadas se puede lograr la prosperidad universal dentro de una sociedad civil burguesa. El proletariado sólo debe esperar un poco porque los técnicos capaces, ya sea del gobierno, de ONGs o de organismos internacionales tienen la solución a sus problemas. Mientras tanto debe aprender a sobrevivir en la economía informal o de subsistencia, migrar o delinquir.
Ante estos mitos hay alternativa; y esa alternativa se basa en el coraje vivo expresado en los múltiples movimientos sociales existentes en México y en el mundo. Estas protestas, movimientos y movilizaciones son contra los resultados más perverso del capitalismo y contra el capitalismo en sí mismo y, por tanto, deben reforzarse con una crítica continua y permanente contra las creencias sin base racional mencionadas anteriormente. Esto empieza con apoyarnos en las teorizaciones más serias y profundas sobre nuestra situación actual. Hasta ahora no existe un intento notable de ofrecer un estudio científico de gran calado para entender las múltiples crisis de nuestro tiempo. El punto de apoyo más riguroso sigue, sin duda, la aportación teórica de Carlos Marx en El Capital, Crítica de la Economía Política. En este texto quiero concentrarme sólo en una de las múltiples contradicciones, mencionada al principio de esta obra: la acumulación de capital y el ejército industrial de reserva. En el capítulo 23 del volumen 1 de El Capital, Marx enuncia, apoyado en evidencia histórica de Inglaterra, la ley general de acumulación capitalista: “Cuanto mayor sea la riqueza social, el capital en funcionamiento, la extensión y la energía de su crecimiento y, por tanto, también cuanto mayor sea la masa absoluta del proletariado y la productividad de su trabajo, mayor será el ejército industrial de reserva”.
Marx es claro al afirmar que, esencialmente, este ejército es producto permanente y estructural del capitalismo y no un resultado efímero o pasajero, como luego se afirma.
Son tres los principales componentes del ejército industrial de reserva. Primero, el componente flotante: es aquel que más fluctúa con los cambios de corto plazo en la actividad económica y la acumulación de capital. Está compuesto por los trabajadores que han perdido sus empleos debido a cambios técnicos, recesión o relocalización de la producción. Segundo, el componente latente: se origina por fuerzas de largo plazo. Los dos subcomponentes más importantes son el trabajo doméstico y el trabajo involucrado en la agricultura campesina y otras formas de producción no capitalista. Tercero, el componente estancado: está compuesto por trabajadores que viven al margen de la sociedad, que han quedado fuera de la fuerza laboral debido a enfermedades, pérdida de habilidades o razones psicológicas.
El ejército industrial de reserva representa esa población excedente a las necesidades inmediatas de la acumulación del capital, pero del que puede echar mano en la primera oportunidad que se presente. Mientras no sea útil, esta población busca sobrevivir de forma precaria en actividades de subsistencia. Su número supera los mil millones de personas en el mundo.
En México, un sector que concentra a gran parte de esta población es la economía informal. No es una responsabilidad individual que los comerciantes vendan en las calles; en todo caso, es una responsabilidad social, y el representante de la sociedad civil en nuestra época es el Estado, el cual debe garantizar que toda persona cuente con un modo digno y honesto de vivir. Si la administración morenista usa la violencia contra comerciantes ambulantes sin ofrecerles una alternativa para ganarse el sustento, está actuando autoritaria e ilegítimamente.
En el capitalismo contemporáneo, millones de personas no encuentran empleo ni tienen una fuente permanente de ingresos. Los sectores económicos más vibrantes ofrecen pocas ofertas de trabajo. No es un problema de austeridad, ni de ciclos de negocios o recesiones temporales. Es un problema estructural del capitalismo; y así lo demostró Marx desde el Siglo XIX.
Está población excedente empobrecida no es absoluta, ya que existen recursos más que suficientes para proveerla de un ingreso o de los medios de vida necesarios para su subsistencia. Es más bien una población excedente relativa, según las necesidades del capital.
Li afirma que, si una parte de esta población excedente llegara a morir mañana, la afectación para el capital sería nula, pues no tendría ningún efecto sobre la tasa de ganancia y, por el contrario, incrementaría el Producto Interno Bruto.
No existe ninguna garantía de que el crecimiento económico provoque automáticamente una distribución justa. Es ingenuo pensar eso, pues como afirma Prabhat Patnaik, el crecimiento empodera precisamente a aquellas clases ya privilegiadas económica y políticamente. Del Siglo XIX al Siglo XX, el incremento de la desigualdad entre países ricos y pobres pasó de una razón de 4 a 1 a una de 100 a 1, de acuerdo con Branko Milanović. Es decir, conforme persiste el capitalismo, la diferencia entre ricos y pobres se va ampliando considerablemente.
La esperanza del pueblo en que el futuro será radicalmente mejor para ellos o para sus hijos es eso: una esperanza que no se sustenta, sin embargo, en ninguna evidencia. Si ellos quieren una mejor, tienen que luchar colectiva y organizadamente por ello. El pueblo, los trabajadores precarizados, los trabajadores informales, los campesinos, los colonos, las trabajadoras domésticas, los estudiantes, todo este conjunto de personas deben organizarse en torno a un partido que represente verdaderamente sus intereses y encabece sus luchas reivindicativas. Las mejoras en las condiciones de vida de la población más empobrecida y afectada por el capitalismo han sido siempre resultado de la lucha política organizada. Las demandas de trabajo, de derechos laborales, de salarios suficientes, vivienda, salud, educación, obras públicas, transporte público, tienen que ser arrancadas directamente del Estado. Sin la movilización de amplias capas populares el Estado seguirá dando salida a las demandas del capital y redistribuirá hacia las mayorías recursos insuficientes con el objetivo de lograr apenas legitimidad política, sin proponerse una prosperidad universal.
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Escrito por Arnulfo Alberto
Maestro en Economía. Candidato a doctor por la Universidad de Massachusetts Amherst, EE.UU.