Cultura
Vivir para consumir
Una de las características distintivas de lo que Fredric Jameson llamó la lógica cultural del capitalismo tardío es la asociación del tiempo libre con el consumo.
Una de las características distintivas de lo que Fredric Jameson llamó la lógica cultural del capitalismo tardío es la asociación del tiempo libre con el consumo.
Ambas categorías de nuestra afirmación deben ser aclaradas antes de seguir. El consumo, entendido como el uso de bienes para satisfacer necesidades humanas, ha existido desde los tiempos más remotos de las sociedades. Antes de que el ser humano primitivo fuera capaz de producir nada, fue inevitablemente un consumidor (de agua, frutos y otros elementos naturales). El cosumo es, así visto, inherente a nosotros.
No puede decirse lo mismo del tiempo libre. En las sociedades primitivas, el empleo del tiempo debió someterse a la prioridad absoluta de garantizar la producción de bienes elementales: alimento, vivienda, abrigo, que forman la base de la subsistencia misma y de la reproducción biológica de la especie. El tiempo libre sólo comenzó a aparecer cuando los mecanismos para esta producción material comenzaron a perfeccionarse y terminó por establecerse con la división de la sociedad en clases sociales.
Al escindirse la sociedad en dos grupos, uno destinado directamente a la producción material y el otro a la organización y administración de tal producción (al menos originalmente), el ejercicio del tiempo libre terminó por establecerse, por normalizarse, pero como monopolio exclusivo del segundo grupo, de las clases dominantes.
Uno de los aspectos positivos del capitalismo tardío, es decir, del capitalismo desarrollado, es precisamente la “democratización” del tiempo libre. En las sociedades de capitalismo desarrollado –que no es el caso de México–, el trabajador promedio suele tener un régimen de trabajo que le permite varias horas de tiempo libre a la semana, o incluso cada día.
Sin embargo, esta democratización del tiempo libre debe ser comprendida en sus verdaderos términos. No se trata de un tiempo libre genuino, sino de un espacio acotado, vigilado y determinado por las lógicas del capital. Al trabajador se le concede descanso en la medida en que ese descanso lo restituya como fuerza productiva, en tanto que sirva para renovar su capacidad de trabajo y, con ello, asegurar la continuidad del ciclo de acumulación.
Y aun en esta libertad condicionada, se cierne sobre nosotros la paradoja de que para ejercer plenamente ese tiempo libre debemos consumir mercancías. El tiempo libre bajo el capitalismo está íntimamente ligado al consumo. El mercado organiza, distribuye y condiciona la manera en que las horas de ocio son empleadas: no para la creación, la reflexión o la emancipación del sujeto, sino para su integración pasiva y acrítica en dinámicas de compra. Desde el entretenimiento masivo hasta las formas más sutiles de la cultura de consumo, se instala una maquinaria que convierte el ocio en consumo mecánico, irreflexivo.
De este modo, el tiempo libre pierde su carácter potencialmente liberador y deviene extensión de la gran maquinaria de sometimiento: un espacio que ya no pertenece al sujeto, sino al mercado. Lo que se presenta como libertad termina siendo una obligación invisible de comprar, gastar y consumir, un imperativo que asegura la reproducción ampliada del capital y clausura, en lo posible, la experiencia crítica de la vida.
Escrito por Aquiles Lázaro
Licenciado en Composición Musical por la UNAM. Estudiante de la maestría en composición musical en la Universidad de Música de Viena, Australia.