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Semana laboral de 40 horas ¿más explotación?
Con la promesa de las 40 horas, esa corriente política se afana en fortalecer la idea de que el Primero de Mayo no es jornada de lucha de la clase obrera para defenderse de una explotación bárbara.
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Los secretarios del gabinete aparecen muy poco en los medios. Les han impuesto un bajo perfil. La política de comunicación del Segundo piso de la 4T heredó la táctica del Primer piso en el sentido de que solamente una persona, con su pretendida personalidad arrasadora, debería ser quien inyectara su discurso a la población para mantener y ampliar constantemente y sin límites el apoyo entusiasta al gobierno. Esos comunicólogos (son los mismos) ejecutan ahora su manual de propaganda tratando de hacer creer a la población que no hay noticias más importantes y trascendentes que las declaraciones de la titular del Ejecutivo. La misma forma de fomentar y mantener la sumisión. 

Pues bien, un poco sorprendidos por la aparición de un Secretario del Trabajo y Previsión Social, que se llama Marath Bolaños, tuvimos que aguantar la promesa de que se instaurará en nuestro país, “por instrucción de la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo”, la semana laboral de 40 horas. Importa mucho hacer notar que el régimen de la 4T, tanto el del primero, como el del segundo piso, han hecho un gran esfuerzo por presentarse ante la clase trabajadora como un Estado benefactor. “Por instrucción de”, aumentaron el salario mínimo y, por lo mismo, decidieron entregar ayudas con dinero del erario, también para acabar con la pobreza, ello, no obstante, nadie ha visto nunca una colonia o un pueblo donde vivan los expobres.

Ahora, con la promesa de las 40 horas, esa corriente política se afana en fortalecer la idea de que el Primero de Mayo no es jornada de lucha de la clase obrera para defenderse de una explotación bárbara, que no fue convocado por una iniciativa de la Internacional Socialista, sino que es, como otras muchas fechas, simplemente el Labor Day, el día en que se festeja a los trabajadores y en el que los poderosos entregan generosamente obsequios que, en este caso, pueden pasar a recoger dentro de cinco años, porque la jornada laboral de 40 horas no entrará en vigor sino después de largas y sesudas deliberaciones de los hombres y las mujeres que cobran en el Estado o tienen su permiso (la Toma de nota) para ser líderes obreros. Bien hizo decir al socarrón de Sancho el sabio de Alcalá de Henares, “más vale un toma que dos te daré”. 

“Marath Bolaños, titular de la Secretaría del Trabajo y Previsión Social, junto a líderes sindicales, reconoció a los trabajadores y a las trabajadoras que han dado su vida por lograr un balance entre el trabajo, el descanso y el disfrute (??)… declaró que se trata de una política que mejor condensa el espíritu del humanismo mexicano (!!)… “Estaremos devolviéndoles ocho horas a la semana para que puedan usarlas como mejor les convenga, estamos convencidos que poniendo este tiempo libre en sus manos se contribuirá al desarrollo nacional, al bienestar de sus familias y a la felicidad de cada una y uno de ustedes” (El Universal, dos de mayo).

“Usarlas como mejor les convenga”, es absolutamente seguro que así será, no tiene discusión y los obreros no necesitan el consejo. Lo que ya me parece que es más discutible es si “contribuirá al desarrollo nacional, al bienestar de sus familias y a la felicidad de cada una y uno de ustedes” porque el “Coneval informó que la población ocupada formal reportó un ingreso laboral mensual promedio de 10 mil 584 pesos entre julio y septiembre del año pasado”, o sea, una miseria, y el obsequio anunciado, como queda dicho, es hasta dentro de cinco años y en horas, no para hoy y en aumento significativo de la capacidad de compra. No es, pues, muy difícil concluir que la prometida reducción de la jornada laboral está urdida precisamente para escamotear un aumento importante al salario real de los trabajadores.

Debe decirse también que el magnánimo regalo, cuando llegue y si llega, no beneficiará a todos los trabajadores que crean la inmensa riqueza del país, solamente a los que tienen un empleo formal; excluye, pues, a todos los que no lo tienen. Y no son pocos. “En noviembre pasado, la población ocupada en la informalidad laboral fue de 32.8 millones de personas (con un ingreso promedio de cinco mil 19 pesos al mes), de acuerdo con los resultados de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo del Inegi. Ante esto, la tasa de informalidad laboral se estableció en 54.6 por ciento de la población ocupada”. En consecuencia, no sólo se pretende posponer para las calendas griegas cualquier aumento significativo al salario real de los trabajadores formales, sino que la medida ignora a la mayoría de la población ocupada (al 54.6 por ciento) que tendrá que seguir laborando jornadas de 14 y 16 horas fuera de toda norma. 

Pero todavía hay más que aprender del “espíritu del humanismo mexicano”. “Más mujeres aceptan jornadas extensas para mejorar sus ingresos”, publicó el diario El Universal el pasado tres de mayo. “La ley establece que la jornada máxima debe ser de 48 horas semanales. Sin embargo, siete millones 785 mil personas trabajaron por arriba de 56 horas entre octubre y diciembre pasado, de las cuales dos millones 160 mil fueron mujeres (¿y cuántas son madres que se ven obligadas a abandonar a sus hijos pequeños?). Fácilmente se deduce que estas mujeres que “aceptan jornadas extensas para mejorar sus ingresos” están en el empleo formal y con ellas se transgrede abiertamente la ley. Violencia de género masiva y a la luz del día. ¿Lo ignora la Secretaría del Trabajo? ¿Les decretará una jornada de 48 horas semanales con el mismo salario para que de ahí partan como todos los demás hasta llegar a establecer una jornada de 40 horas a la semana?

Pero no seamos tan pesimistas. La jornada de 40 horas puede llegar a ser benéfica para los trabajadores del país. Claro que sí. Siempre y cuando vaya acompañada de un aumento sustancial al salario real e incluya a todos los hombres y mujeres que viven de su trabajo diario. También, si hay empleo para todos con la jornada legal y ya nadie tiene que marcharse para siempre al extranjero para tener un trabajo mejor remunerado, si hay atención médica oportuna y medicinas de calidad, si se cuenta con una vivienda amplia, higiénica, con todos los servicios y que no esté alejada de los centros de trabajo. 

Evidentemente, también si hay buena educación para los hijos, modificando, por ejemplo, la jornada escolar que en la primaria es de las más cortas del mundo y proporcionando alimentos suficientes y sanos, no sólo prohibiendo la comida chatarra, si se incluye la enseñanza y la práctica de la cultura nacional y la promoción permanente del deporte organizado. En fin, si los padres y los abuelitos reciben conforme a la ley una jubilación digna por parte de sus empleadores de toda la vida y no tienen que prosternarse ante ningún político venal que reclame adhesión y agradecimiento personal por entregarles parte del erario para que sobrevivan.

Si se pone coto a la propaganda consumista y a la exaltación del ocio, si hay instalaciones y facilidades para el desarrollo del arte y la cultura física por parte de los trabajadores y sus familias y, de manera urgente, como ya dije, si hay un salario suficiente para la satisfacción de las necesidades familiares que se acerque más a la inmensa riqueza que produce el obrero y que se le va de las manos, entonces será un avance la reducción de la jornada de trabajo y, según el asombroso progreso de la productividad del trabajo, hasta de menos de 40 horas. Si no hay nada de eso, como es seguro que no lo habrá si los trabajadores se atienen a la demagogia de las élites, una reducción de la jornada, ya sea por la eliminación de un día completo o por la reducción de tiempo proporcional diariamente, sólo servirá para que se apriete más la soga en el cuello del trabajador, para que consiga un segundo patrón para que lo explote o se salga a vender baratijas en la calle. En consecuencia, estamos ante una nueva y clara prueba de que sólo la lucha organizada y consciente liberará a la clase obrera, nunca la pretendida bondad de sus explotadores y sus representantes. 


Escrito por Omar Carreón Abud

Ingeniero Agrónomo por la Universidad Autónoma Chapingo y luchador social. Autor del libro "Reivindicar la verdad".


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