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La devastación causada por los terremotos en Turquía y Siria pudiera estar anticipando fuertes réplicas políticas, ya que el capitalismo de Occidente e Israel intentarán usar la tragedia para reposicionarse en la región, presionando al presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, someterlo a sus intereses o truncar su reelección y atrasará la ayuda a Siria con la finalidad de deponer a Bashar al-Assad y así humillar a su aliada Rusia.
Millones de turcos y sirios perdieron su presente y futuro en unos minutos. Ya no tienen familia, casa, trabajo, ciudades, ni aldeas y mucho menos seguridad. Dos terremotos magnitud 7.8 y 7.5 en Gaziantep, sur de Turquía, dejaron el seis de febrero más de 43 mil muertos en ese país y, al menos, dos mil 500 más en Siria. Dos semanas después nadie sabe cuántas personas aún yacen atrapadas bajo los escombros.
El recuento de daños es desolador: más de 85 mil edificios y viviendas derruidos, 430 mil evacuados de las 10 provincias turcas Kahramanmaras, Hatay y Adiyaman; se ha reubicado a 313 mil personas en locales públicos, casas de huéspedes y hoteles. Se transfiere a 48 mil 500 estudiantes a escuelas de zonas seguras.
En Antakya, donde por días los ciudadanos han separado el cascajo con las manos, a 296 horas del sismo eran rescatadas tres personas vivas, un niño entre ellas. Pero la esperanza cede. Para hacer frente a la destrucción, el gobierno creó la Autoridad para el Manejo de Desastres y Emergencias de Turquía.
Entretanto, en Idlib y Alepo, en el norte de Siria, se retrasa el conteo de víctimas. Ahí los mercenarios de Occidente controlan la escena; son la única voz hacia el mundo y se apropian de la ayuda que fluye a cuentagotas por la frontera turca. En zonas gubernamentales, habría mil 414 muertos, según la agencia SANA. Nadie sabe qué pasará ahí con los estudiantes.
La onda expansiva, de 500 kilómetros, llegó a 14 estados de la región. Líbano, Jordania, Palestina y el ocupante israelí reportaron sacudidas. De 102 países que ofrecieron ayuda, 89 ya actuaron en el terreno; 11 mil 500 extranjeros en equipos de rescate.
Vecinos y los mejor dispuestos arribaron primero: Rusia, Irán, Qatar, Arabia Saudita, Jordania y Palestina; se les sumaron brigadas de confines remotos: China, India, Norcorea, Francia, México e Italia. El respiro de alivio a las víctimas llegó con los eficientes hospitales de campaña rusos, indios e iraníes.
Entró en acción el célebre Contingente Steeve Reeve de médicos cubanos, especializados en la atención de lesiones graves. Solo frena esa voluntad colectiva la falta de caminos, ya que todos desaparecieron. Bajo un gélido clima, con sed y hambre, uniformados y civiles trabajaron contra reloj para allanar la ruta y rescatar a sobrevivientes.
Rehabilitaron vehículos para llegar a regiones turcas y sirias que ya eran pobres o vivían bajo guerra. “Quienes sufren más en los desastres de la naturaleza, son quienes ya eran vulnerables”, explica la vocera de Amnistía Internacional, Aya Majzoub.
Erdogan a prueba
La debacle por los sismos marcará el futuro político de Turquía, puente entre Oriente y Occidente. Su presidente, Recep Tayyip Erdogan, elevó la estatura internacional de su país tras redefinir su diplomacia para atender solo al interés nacional. Así ha equilibrado su relación con Rusia y la Alianza del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), de la que es miembro clave.
Con la Unión Europea (UE), la relación es de conveniencia. Como Los Veintisiete le escatiman la membresía, Erdogan usa la carta migratoria (aloja a tres millones 600 mil sirios, el triple que el bloque y otras naciones. A cambio, ganó influencia y ayuda por siete mil 933 millones de dólares (mdd).
En octubre de 2021, el Ejecutivo turco logró lo inédito: embajadores de 10 países (EE. UU., Canadá, Francia, Finlandia, Dinamarca, Alemania, Holanda, Nueva Zelanda, Noruega y Suecia) prometieron –vía redes sociales– “no inmiscuirse” en asuntos internos de Turquía. Exigían liberar al empresario Osman Kavala, crítico del gobierno.
Erdogan amagó con expulsarlos como “personas non gratas”, los diplomáticos rectificaron, humillados. En un tuit, la embajada de EE. UU. ofreció cumplir el Artículo 40 de la Convención de Viena, que prohíbe a embajadores interferir en asuntos internos del país que los aloja.
Ufano, Erdogan expresó: “Creemos que esos diplomáticos serán más cuidadosos para no difamar a nuestro país, como en el pasado”. Su éxito fue efímero, un año después, Washington lo presionaba por sus nexos con Rusia y envió a “dialogar” a la subsecretaria del Tesoro contra el financiamiento al terrorismo y delitos fiscales.
No obstante, persistió en esa diplomacia de interés nacional. Incomodó a sus socios occidentales con su posición en el conflicto este-europeo y lo acusaron de “jugar a dos bandas”. Erdogan sostuvo que su contacto con Vladimir Putin y Volodymir Zelenski busca una solución pactada.
Erdogan aspira reelegirse el 14 de mayo. Lo respalda su experiencia como primer ministro (2003-2014). Siendo presidente sobrevivió a un intento de golpe, un escándalo de corrupción masiva, protestas antigubernamentales y crisis de refugiados, recuerda Piotr Zalewski.
Hasta el seis de febrero no había oposición que le disputara el triunfo. Tras la catástrofe sísmica, los electores cuestionarán la actuación del presidente ante la excepcional emergencia y sus efectos secundarios. Todo impactará en su futuro político.
Desastre y negocio
La decisión de auxiliar a países en emergencia tiene fuerte contenido geopolítico, pues los gobiernos privilegian su interés ante esas desgracias, apunta Marcos Peckel. En 2005, por razones políticas, el gobierno de George W. Bush retrasó su ayuda a Louisiana tras el azote del huracán Katrina. Un informe del Congreso detectó 90 fallos en la gestión del desastre y reveló que, históricamente, en EE. UU. el alivio de víctimas no se consideraba “responsabilidad del gobierno”. Lo mismo hizo Donald Trump en 2017, cuando estrenó su presidencia con un ataque militar de gran envergadura contra Siria, a cuya población negó toda ayuda.
Hoy EE. UU., la UE e Israel sopesan a cuál país ayudar y a cuál no. “Todos actúan en sentido contrario de la solidaridad en tiempos de desastre”, señalan Diana Hodali y Kersten Knipp. Las aseguradoras, en segundo plano, evalúan cómo ahorrarse erogaciones para rehabilitar la infraestructura clave (drenaje, energía, transporte y telecomunicaciones) y a la producción: industria, agricultura, comercio.
Hoy nadie responde a la pregunta ¿Cuánto hará falta para la reconstrucción?, como contempla el manual de la ONU Evaluación de Necesidades para Recuperación Post-desastre.
En la historia de Turquía han sido recurrentes los terremotos de gran intensidad. Los daños en las construcciones fueron mayores porque el sector inmobiliario incumplía las normas antisísmicas. Las críticas ciudadanas fueron acalladas con amnistías concedidas para allegarse al poderoso empresariado, que volvió a levantar complejos de pésima calidad, que cayeron como obleas el seis de febrero.
Hoy, millones de turcos indignados reclaman al gobierno por no preparar a la población para escapar de esa devastación y por perder a sus seres queridos bajo escombros de edificios mal construidos. Hábil, Erdogan salió a atajar ese disgusto social.
Admitió que ha sido inadecuada la reacción de su gobierno; aseguró a las víctimas que recibirán tratamiento, refugio y pensión (por unos nueve mil 800 pesos). Su canciller, Mevlut Cavosuglu, anunció la construcción, en marzo, de 30 mil apartamentos. Mientras, se alojará a los damnificados en casas-contenedor.
La medida de mayor impacto es que el Ministro de Justicia y las Fiscalías Generales arrestaron a 120 de los 400 responsables de construir los edificios que se desplomaron y que simbolizan la corrupción.
Entre estos días y la elección de mayo, los turcos determinarán si fue efectiva la respuesta de Erdogan a esta tragedia. El resultado electoral también definirá el futuro de una nación que aspira a ser más que un asilo para refugiados y un paso entre Occidente y Oriente.
Siria: crisis sobre crisis
Mientras Turquía recibe la solidaridad internacional, con Siria no pasa lo mismo. A ese estratégico paso entre Medio Oriente, Asia y Europa, dividido hace 12 años por la ofensiva que desataron EE. UU., Europa e Israel contra el presidente Bashar al-Assad, hoy no llega ni medianamente un puñado de la asistencia que necesita.
Desde que en 2011 Washington se propuso eliminar a Al-Assad para dominar ese geoestratégico cruce de caminos, Siria ha sufrido una ofensiva multidimensional que le ha costado medio millón de muertos, 6.6 millones de refugiados, desplazados varias veces, y una economía devastada. Se convirtió en un conflicto de múltiples actores y tan complejo que impide la solución “quirúrgica” que el Pentágono aconsejó a Obama, Trump y Biden, respectivamente.
Múltiples actores extranjeros, regionales y locales persiguen su propia agenda en esta crisis y ninguno se compromete ante la colosal emergencia del seis de febrero. “Es una crisis dentro de una crisis”, pues por los combates ya estaban en ruinas infraestructuras vitales –hospitales, escuelas– y barrios enteros.
La intrusión del Estado Islámico (EI) trastocó la escena; hoy desarticulado por la exitosa campaña de Bashar al-Assad y sus aliados Rusia e Irán. Esos yihadistas sostienen que actúan contra la intervención occidental, aunque en realidad son “rebeldes” y mercenarios de EE. UU.
A su vez, los kurdos juegan con todos los actores –incluida Turquía– para alentar su ilusión de un Estado propio. En esa trama gana el sionismo israelí, que despliega a sus espías en la zona y disfruta viendo la división árabe y cómo olvidan la causa palestina.
Ondas letales
La magnitud de los sismos en Turquía-Siria se explica por la concurrencia de tres placas tectónicas: la arábiga, la africana y la de Anatolia, la más activa, El seis de febrero, la placa arábiga se desplazó entre tres y cuatro metros con respecto a la arábiga y esa fuerza de fricción excedió la resistencia; la tensión acumulada por cientos de años liberó energía a través de ondas sísmicas. El evento fue poco profundo, a solo 18 kilómetros, por lo que éstas recorrieron distancia y causaron gran devastación. El suelo de la zona no presentó resistencia porque está formado por sedimentos blandos. Sucumbieron casi cinco mil 700 edificios no diseñados para un evento como éste.
Después de recuperar el control de gran parte de su país, Al- Assad volvió a tejer nexos con Estados de la región. En 2022 fue recibido en Abu Dhabi, y en enero pasado, ajeno a la actual tragedia, Erdogan anunció un eventual encuentro para platicar de paz.
No obstante, el norte y noreste están controladas por fuerzas pro-occidentales. Ahí, en esas regiones, ya golpeadas por ese conflicto multidimensional, impactaron con fuerza los sismos del seis de febrero. Llevar ayuda pasa por el control de esos “rebeldes” patrocinados por Occidente, que exigen distribuir ésta entre sus simpatizantes e impiden que llegue a regiones pro-gubernamentales.
Las otrora hermosísimas ciudades de Idlib y Aleppo, próximas al epicentro, sufrieron la primera sacudida de los sismos. Los 4.8 millones de habitantes de la fronteriza Idlib carecen de suficientes albergues y por temor a réplicas duermen en calles, pues todas las casas sufrieron daño estructural y están por colapsar.
Alepo, casi sin infraestructura por la devastación del Estado Islámico y los ataques de los mercenarios de Occidente, ha perdido sus edificios. Cientos de personas quedaron bajo sus escombros y los habitantes claman por medicinas y servicios de emergencia que ya escaseaban.
Otros actores en el perverso juego de intereses del drama sirio son las ONGs, que han politizado el drama tras los terremotos. En Alepo, la alemana Médico Internacional rechaza coordinarse con el gobierno en Damasco; afirma, sin probar, que la ayuda va a “fundaciones de la familia al-Assad”.
El también alemán Instituto de Estudios de Medio Oriente alega que durante la pandemia de Covid-19, el gobierno “controló la importación de vacunas”. Olvida que, en el mundo, los gobiernos controlaron esos biológicos. La Asociación de Ayuda Alemana-Siria sostiene que la élite política de Damasco “usa el desastre estratégicamente” para centralizar la ayuda.
Ante la emergencia, Al-Assad formalizó su solicitud de ayuda a la UE, el canciller sirio pidió levantar las sanciones que EE. UU. impuso a Siria desde 2011. Lo respaldó la prestigiada Media Luna Roja Siria, pero la Casa Blanca dijo que esas penalizaciones “no afectan a la ayuda humanitaria, pues Al-Assad no permite que nada llegue”.
El Secretario de Estado, Antony Blinken, dijo que la ayuda a Siria será a través de sus ONGs y no por el régimen de Assad. Para no cargar con la responsabilidad, agencias de EE. UU. simulan enviar auxilio mientras esperan que la población se subleve contra Al-Assad. Así, Washington elige que mueran miles de sirios para levantar una mano en su auxilio.
México y Siria: relación permeada por EE. UU.
A Turquía llegó una misión de 150 elementos de las secretarías de la Defensa Nacional (Sedena) y Marina (Semar) y la Cruz Roja Mexicana, para contribuir a las labores de búsqueda y rescate; además, envió 100 toneladas de ayuda humanitaria, la mayoría donada por ciudadanos. El gobierno donó seis mdd para la reconstrucción en Siria, que entregó a través de la ONU.
La relación con Siria data de más de cuatro siglos, En ese periodo emigraron miles de ellos, la mayoría de Alepo y Damasco, entonces bajo el imperio otomano. El 28 de agosto de 1950, en plena descolonización, ambos gobiernos formalizaron nexos; ese vínculo intermitente pretendía fortalecerse en 2009, pero ante la ofensiva de EE. UU. a ese país, el gobierno mexicano se distanció.
En 2013, México respaldó la versión estadounidense de que Damasco había usado armas químicas. Tras condenar enérgicamente el uso de armas químicas –que nunca confirmó la ONU– en 2014 cerró su consulado honorario en ese país y recibió a algunos sirios apoyados por una ONG, para concluir sus estudios. Entonces donó tres mdd para refugiados sirios en Jordania, Líbano y Turquía.
Viene a la mente la frase del líder del partido político español Podemos, Pablo Iglesias: “Frente a la geopolítica del desastre solo puede haber soluciones políticas”.
Sin embargo, el esfuerzo internacional logró que entrara una primera caravana de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) por el paso de Bal al Hawa. La Cruz Roja Internacional solicitó autorizar más cruces fronterizos para agilizar el arribo de la ayuda, pues existe una veintena de ellos bajo control de milicias antigubernamentales.
Rusia llevó ayuda a Turquía y Siria el mismo día del cataclismo. Envió 60 unidades de equipo militar, equipos de ayuda estratégica y casas de campaña. Para despejar caminos y favorecer el tránsito en zonas afectadas, desplegó a 300 elementos y un día después llegaba un segundo grupo de 150 elementos, entre ellos psicólogos y unidades caninas.
Así como un día después llegaban 100 rescatistas rusos a la provincia turca de Kahramanmaras, en Antakya instaló un hospital móvil con unidad de cuidados intensivos y una estación con medicinas especializadas, explicó el Ministro para situaciones de Emergencia, Daniil Martynov
Pero la crisis económica por el conflicto interno imposibilita las labores de búsqueda y rescate. Escasea el combustible para trasladar a médicos y maquinaria que retire escombros. En Siria falta todo, desde la sincera solidaridad de Occidente hasta la atención de la prensa corporativa a una tragedia que, a falta de estadísticas fiables, la Organización Mundial de la Salud cifra en no menos de 14 mil decesos.
142 docentes y estudiantes perdieron la vida tras el terremoto que sacudió el centro y noroeste de Siria el pasado 6 de febrero, mientras que el daño en los centros educativos es brutal.
Este viernes se produjeron explosiones en territorios de Irán, Irak y Siria, según reportes de varios medios internacionales.
Esta vez, al imperialismo norteamericano no le favoreció el equilibrio de fuerzas en el mundo; no encontró inerme y solitario al gobierno sirio ni ha podido aislarlo de su pueblo.
La ONU subrayó la importancia de que Quintana y su equipo cuenten con las condiciones necesarias para cumplir su misión.
Se trata de un "flagrante violación" de los principios del Derecho Internacional y de la Carta de Naciones Unidas (ONU).
Ante la amenaza de los “nuevos y viejos nazis”, el presidente de Siria, Bashar al Assad, refrendó su apoyo incondicional al gobierno del presidente de Rusia, Vladímir Putin.
Este viernes las autoridades sirias dieron por terminadas las operaciones de búsqueda y rescate de sobrevivientes de los terremotos registrados la semana pasada en ese país y en Turquía.
Este hallazgo pone en duda la teoría de que los abecedarios se originaron en Egipto después del año 1900 a.C.
El capitalismo de Occidente e Israel intentarán usar la tragedia para reposicionarse en la región, presionando al presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, someterlo a sus intereses o truncar su reelección.
En esencia, la victoria de Hamás es también la dulce venganza de Irán.
Hoy se confirma que Siria fue el campo donde las potencias extrarregionales instigaron a las élites locales, socavaron el poder estatal y tramaron con fuerzas antigubernamentales para imponer un Estado confesional.
Parece difícil tener esperanza de que en algún momento las élites que gobiernan los EE. UU. comprendan que no pueden hacer cualquier cosa en aras de lograr sus objetivos, incluso hacer uso del terrorismo.
Más de un mes después de los terremotos que devastaron el sureste de Turquía, el número de muertos casi llega a 48 mil y más de 820 mil edificios dañados dieron a conocer las autoridades locales.
La entrada de las milicias rebeldes obligó al presidente Al Assad y su familia a abandonar el país para refugiarse en Rusia.
El texto indica que Asad ya llegó a Moscú para participar en las negociaciones programadas para el miércoles.
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Escrito por Nydia Egremy
Internacionalista mexicana y periodista especializada en investigaciones sobre seguridad nacional, inteligencia y conflictos armados.