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En su ansiada venganza contra la Federación Rusa, el imperialismo occidental, liderado por Estados Unidos (EE. UU.), utiliza el territorio de Gaza para propagar el terror y la desesperanza en Palestina, Líbano y Siria.
Aunque Donald Trump diga “no es nuestra lucha”, el presidente electo sabe que Washington tramó la caída del régimen sirio con los mercenarios del islamismo radical a quienes en 2018 llamó “terroristas”, pero alude como “liberadores”.
El ocho de diciembre de 2024, el Medio Oriente amaneció con un nuevo orden político y militar, de cuyo futuro sólo puede esperarse la balcanización de esa región estratégica.
La República Socialista de Siria ya no existía y la televisión estatal había interrumpido su programación para mostrar un cartel que en árabe decía: “La gran Revolución Siria ha vencido y el régimen criminal de Assad ha caído”.
Es así como Siria, milenario cruce de caminos entre Europa, el Oriente Medio y Asia, se ha convertido en un nuevo actor de la guerra multidimensional de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) contra Rusia.
Este escenario, impensable apenas en septiembre pasado, es obra de la longeva pretensión de los centros de poder del imperialismo europeo, ahora liderados por EE. UU., de imponer un nuevo orden favorable a sus intereses.
El proyecto fue concretado por los gobiernos de EE. UU., Israel, Reino Unido y otros de sus aliados europeos, en el marco de su articulada operación contra Gaza, Líbano e Irán, para reposicionarse en Medio Oriente.
Para ello, usaron a sus extremistas y terroristas islámicos (yihadistas), a los que ahora llamaron “rebeldes” y “revolucionarios”.
En sólo 10 días, estos mercenarios atenazaron el norte y el sur de Damasco, una de las ciudades más antiguas del mundo, cuyas áreas arqueológicas datan del año 9000 antes de nuestra era .
Frente a este embate, el presidente sirio y líder del partido Baath Árabe Socialista (BAAS), Bashar al-Assad, debió abandonar el poder que ejerció durante 24 años.
Es improbable que este médico militar, especializado en oftalmología en Londres, retorne a su país junto con su esposa, experta en informática y analista económica del Deutsche Bank y el JP Morgan.
Siria quedó en poder de milicias cuyos intereses no incluyen la independencia político-económica de su nación con respecto a Washington y que repiten la vieja prédica de “derrotar al dictador” mientras la prensa se engolosina mostrando a civiles pisoteando las fotografías del gobernante depuesto.
Al Occidente imperialista y sus aliados locales hoy les urge dejar atrás el pasado de un país que padeció el mandato colonial francés, cuyos 17.5 millones de habitantes vivían dentro de un régimen de república parlamentaria socialista.
Al sionismo y neocolonialismo occidental les apremia que sus protegidos olviden la noción de soberanía, nacionalismo y panarabismo con que en 1963 el BAAS de Siria y el Egipto de Gamal Abdel Nasser crearon la efímera República Árabe Unida (RAU).
Ese anhelo independentista quedó atrás cuando en la noche del siete al ocho de diciembre Moscú alentó la negociación entre todas las facciones para evitar el caos y el primer ministro, Mohammed Ghazi Jalai, declaró que el gobierno estaba dispuesto a tender la mano a la oposición y ceder sus funciones a un gobierno de transición.
Horas después, se ignoraba el paradero de Al-Assad. Según Bloomberg se habría exiliado en Irán; en tanto que The Telegraph, la israelí Axios, The Wall Street Journal y Euronews informaron que la noche del sábado abordó un avión Ilyushin con destino desconocido, pero que habría sido acogido en Moscú.
Con su ya usual miopía en asuntos internacionales, el gobierno de México ni siquiera emitió un comunicado para deplorar la caída del régimen de Bashar al-Assad o para lamentar los efectos negativos que ese ataque armado puede traer a los intereses del país.
En el aire flotan preguntas que el tiempo responderá: ¿cómo cobró fuerza militar la multi-diversa oposición armada para dominar en un lapso demasiado corto al consolidado Ejército sirio? ¿Qué pactaron los terroristas yihadistas con los otros grupos en pugna?
La concertación casi espontánea contra el gobierno sirio entre tan diversas facciones político-ideológicas no ha sido suficientemente explicada.
Fue en extremo sospechoso que el grupo islámico Hayat Tahrir al-Sham (HTS, Organización para la Liberación de Levante), atrincherado en el noroeste de Siria, y el autoproclamado Ejército Nacional Sirio (ENS) combatieran juntos.
Juntos tomaron Alepo e hicieron retroceder al ejército gubernamental. De inmediato, enfilaron hacia Hama, a la que conquistaron sin mayor resistencia. Este contubernio entre grupos que oscilan entre la rivalidad y la sociedad debió ser concertado.
Hasta ahora se ocultan los pormenores de la subversiva política occidental que patrocinó a ambos grupos para alentar el cambio de poder en Siria.
No se habla del financiamiento ni del soporte logístico-militar a favor de la política neocolonial ni se denuncia la sistemática distorsión mediática que la encubre con un discurso “pro-democrático”, explica Thomas Perry.
La cadena informativa CNN ahora llama “moderado” al líder del HTS, Abu Mohammed al Julani, a quien antes calificó de “terrorista” sólo porque derrocó a Al-Assad y supuestamente promueve un gobierno civil.
Otras milicias reclaman su parte en la era post-Al Assad. La minoría drusa, de la región Sweida, reivindica su autodeterminación; los musulmanes sunitas de Daraa exigen ser tomados en cuenta como pioneros en las protestas antigubernamentales de 2018.
Y los kurdos, agrupados como Fuerzas Democráticas Sirias y que cuentan con el respaldo de EE. UU., esperan alcanzar su anhelado Kurdistán, al que se opone Turquía.
Todos esos actores, con intereses muy particulares y niveles distintos de fortaleza, podrían chocar en el corto plazo y propiciar la indeseada balcanización siria.
Hoy se confirma que Siria fue el campo donde las potencias extrarregionales instigaron a las élites locales, socavaron el poder estatal y tramaron con fuerzas antigubernamentales para imponer un Estado confesional que no garantizará la estabilidad, ni el respeto a los derechos de las múltiples comunidades.
Occidente usó a su favor los reclamos de distintos actores para hacer de Siria un Estado cooptado y sometido a los intereses capitalistas. De ahí la guerra proxy fraguada en los centros de poder de EE. UU. y del Reino Unido desde el año 2000, cuando asumió Bashar al-Assad. Por ello ha respaldado a la disidencia siria residente en Londres, Nueva York, Berlín y otras capitales de Europa; patrocinado a los “rebeldes” que organizaron protestas de “colores”; y equipado con armas a los mercenarios que en 2011 se lanzaron a los campos de batalla.
A Occidente y sus esquiroles del Medio Oriente se les abrió la “ventana de oportunidad para lanzar su ofensiva multidimensional contra Siria cuando Rusia e Irán se centraron en los conflictos de Ucrania, Gaza y Líbano.
El autor intelectual de la Guerra por delegación (Guerra Proxy) contra Siria es EE. UU., que usó a los opositores que en 2014 fracasaron en su intento por derrocar a Al-Assad, después de que su aviación atacara al grupo Estado Islámico (EI), que controlaba un tercio del norte sirio e Irak.
Las fuerzas especiales estadounidenses, con sus aliadas Fuerzas Democráticas Sirias (SDF), expulsaron temporalmente al grupo extremista. Después de 2017, EE. UU. se asentó en dos posiciones:
Una ubicada en el noreste sirio para garantizar que no resurgiera el EI, según Robert Wood, su embajador ante el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU); y otra en la guarnición de Tanf, en la frontera con Jordania e Irak, desde donde apoyó a las otras “fuerzas rebeldes”, opuestas al EI.
En Siria hay unas tres mil tropas estadounidenses que el gobierno de Al Assad consideraba ocupantes. Cuando los “rebeldes” tomaron Alepo a fines de noviembre, el vocero del Departamento de Defensa (Pentágono), Pat Ryder, afirmó que su país no estaba involucrado de “ninguna manera en las operaciones dirigidas por HTS, una organización terrorista”.
Pero el asesor de Seguridad Nacional, Jake Sullivan, desenmascaró la intención golpista e injerencista de la superpotencia cuando después de insistir en que el HTS es “una organización terrorista” cínicamente aclaró que a Washington no le incomodaba que el gobierno de Al Assad enfrentase “cierta presión” de parte de este grupo.
En contraste, el presidente electo, Donald Trump, escribió en su red social: “Siria es un desastre, pero no es nuestro amigo”; aunque dijo que esa lucha no era de su país y que éste debería dejar de involucrase, lo que significaría el cese de su ayuda a las fuerzas kurdas.
Con la conversión de estas palabras en hechos, Trump cumpliría su promesa de campaña de que EE. UU. no libre más guerras y se concentre en hacer “más grande a América”, aunque sus críticos locales temen que con ello desestabilizaría las alianzas de EE. UU. en el Medio Oriente.
Sin embargo, para todos los analistas es dudoso que Trump decida retirar las tropas gringas de Siria e Irak después del reposicionamiento militar logrado por sus “rebeldes” y el Pentágono en la primera semana de diciembre.
Turquía es otro actor regional que desplegó tropas en el noreste sirio para frenar la expansión de los grupos armados kurdos, asentados en enclaves autónomos después de 2011. Su objetivo es contener la expansión de su enemigo, el Partido de los Trabajadores del Kurdistan (PKK) al que considera terrorista desde 1984.
Por ello resulta paradójico que Turquía respaldara a los kurdos armados. Algunos observadores explican que con esta actitud pretende aliviar la presión demográfica de tres millones de refugiados sirios; ya que con la salida de Al-Assad podrá expulsarlos.
Otra interpretación sugiere que, con dicha postura, el presidente Recep Tayyip Erdogan tendrá otro beneficio muy importante: lograr una mejor interlocución con EE. UU. y, por lo mismo, obtener una mayor influencia sobre Rusia e Irán.
El presidente turco ha mostrado ser hábil en el uso de su influencia para resolver los problemas de Moscú en la región y, asimismo, para mejorar su posición ante Occidente, como lo evidenció al aprobar la adhesión de Finlandia y Suecia a la OTAN, recuerdan analistas de Carnegie Politika.
Sin embargo, tanto Erdogan como el líder de la coalición de la derecha nacionalista turca, Devlet Bahceli, temen que ese cambio fortalezca a los kurdos.
Estas fuerzas podrían revertir su apoyo a Erdogan, quien los debió reforzar para esta fase, toda vez que el armamento de estas milicias sólo pudo llegar de Turquía a Idlib, donde comenzó la lucha. “No hay forma de que ignorara esa ofensiva”, explica Michael Lüders.
Moscú, aliado de Damasco durante varias décadas, detuvo la penetración yihadista en 2011 mediante la ejecución de su mayor incursión militar ahí desde el colapso de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).
Su poder aéreo favoreció de forma decisiva a Damasco en el conflicto alentado por las potencias de Occidente; además de que sus fuerzas terrestres respaldaron al ejército y la policía militar para evitar los intentos desestabilizadores contra el gobierno sirio.
Durante la Guerra Fría, Rusia situó una base naval en Tartus, a 160 kilómetros de Damasco y su única salida al Mediterráneo. Hoy se ignora si el Kremlin logró negociar con la oposición triunfante su estancia en ese estratégico puerto.
Irán consideró a Siria como su aliado crucial en su “eje de resistencia” frente a Israel y la influencia de EE. UU. Por ello, además de su cooperación multisectorial, desde 2012 desplegó ahí a sus guardias revolucionarios.
Cuando las milicias yihadistas y sus socios prooccidentales avanzaron en su territorio, el tres de diciembre el ministro de Asuntos Exteriores iraní, Abbas Araqchi, declaró que su país consideraría enviar tropas si se lo pedía.
Después de lo ocurrido el siete de diciembre, Siria no es un caso olvidado, sino un asunto clave en la definición del presente y futuro del Medio Oriente.
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Escrito por Nydia Egremy
Internacionalista mexicana y periodista especializada en investigaciones sobre seguridad nacional, inteligencia y conflictos armados.