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China es una potencia mundial. Es la primera economía (medida por paridad de poder adquisitivo), tiene el ejército más grande del mundo, su arsenal nuclear es el tercero más grande (detrás de Rusia y Estados Unidos), y es líder mundial en 57 de las 64 tecnologías críticas para el Siglo XXI. Pero China es una potencia mundial diferente. No invade militarmente a otros países, no los coloniza, no interviene en sus asuntos internos y no cambia sus gobiernos. Al contrario, ofrece a los países pobres y débiles que forman el Sur Global no sólo respeto real a su soberanía, sino también alternativas para su desarrollo. ¿Por qué China no establece su dominación sobre los países débiles y en lugar de ellos apoya su desarrollo? A esta pregunta se pueden ofrecer dos respuestas: 1) por las propias necesidades económicas de China y 2) por la doble identidad de China como país socialista y como país del Sur Global. Aquí sólo trataré la primera razón. La segunda, en mi siguiente entrega.
Para seguir desarrollándose, China necesita que los países del Sur Global se desarrollen. Para mantener el proceso de desarrollo económico que inició en 1978, con la Reforma y la Apertura, China necesitaba tener relaciones económicas estables con los países desarrollados. Estados Unidos (EE. UU.), Japón, Corea y Europa occidental no sólo invirtieron capitales en China para abaratar sus costos de producción, sino que también se convirtieron en mercados de destino para los productos hechos en China. A partir de la entrada de China a la Organización Mundial del Comercio (OMC), los lazos económicos entre China, por un lado, y los países desarrollados, por el otro, se estrecharon más. La capacidad industrial de China se encargaba de producir lo que los mercados más grandes del mundo necesitaban. Pero esta lógica de compenetración, favorecida por la globalización y el neoliberalismo, llegó a su fin a partir de la década de 2010. Según algunos analistas, el salto de calidad ocurrió en 2008: durante la coyuntura de las Olimpiadas de Beijing y la crisis financiera, China fue percibida no ya como una potencia en ascenso, sino como una potencia mundial. EE. UU. comenzó a ver a China como un fuerte competidor geopolítico al que debía combatir.
Bajo este diagnóstico, Obama lanzó la política de Pivote a Asia y diseñó un mecanismo internacional para aislar comercialmente a China y contener su crecimiento económico. El Tratado Transpacífico (TT-P) promovería el intercambio comercial entre todos los países del Pacífico, con excepción de China, que deberá competir en desventaja. Trump llegó a la presidencia en 2017. Según el nuevo presidente, para “hacer a Estados Unidos grande otra vez” era necesario que ese país se retrajera de la escena global: no nuevos acuerdos comerciales, no Organización para el Tratado del Atlántico Norte (OTAN), no acuerdos climáticos, no nuevas guerras, etc. Con esa visión, retiró a EE. UU. del TT-P; y de esta manera, ese tratado nació muerto. Al mismo tiempo, Trump inició una guerra comercial y tecnológica contra China.
Biden continuó la estrategia anti-China de Trump y agravó la guerra comercial y tecnológica. EE. UU. comenzó a llamar al “desacoplamiento económico” a través del nearshoring o el friendshoring. Después de cuatro décadas de acoplarse económicamente con China, ahora las empresas debían abandonar el país y reinstalarse en EE. UU. o Europa, en un país cercano (near), o en un país amigo (friend). Simultáneamente, EE. UU. comenzó a perseguir a exitosas empresas tecnológicas chinas como Huawei y TikTok. En 2018, la CEO de Huawei fue arrestada en Canadá y encerrada dos años en prisión. En 2023, el CEO de Tiktok fue citado a declarar ante el Congreso estadounidense, pues la empresa estaba acusada de ser una amenaza para la seguridad nacional. Actualmente, Washington busca obligar a TikTok a salir de EE. UU. o a vender la empresa a dueños estadounidenses. Washington también ordenó la prohibición de enviar chips avanzados a China, con la idea de detener la producción de teléfonos celulares, computadoras y vehículos eléctricos en el país asiático. En 2024, EE. UU. impuso aranceles de 100 por ciento a los vehículos eléctricos chinos.
Todo esto ha obligado a China a modificar su estrategia de desarrollo económico. Primero, ante el virtual bloqueo comercial que Obama pensaba imponer en el Pacífico, China optó por agilizar las rutas comerciales en Asia y África, con Europa como mercado de destino principal. Más tarde, con la guerra económica y tecnológica que EE. UU. ha emprendido contra China, y en la cual Europa, Japón y Corea del Sur obedecen fielmente a los dictados de Washington, la estabilidad económica y política que había caracterizado a los últimos cuarenta años, desde la Reforma y la Apertura, han llegado a su fin. Es el fin de la globalización como la conocíamos, y es también el fin del neoliberalismo en términos históricos.
En las últimas tres décadas, los socios comerciales más importantes de China han sido: EE. UU., Japón, Corea del Sur, Alemania, Australia, Países Bajos, Reino Unido y Rusia. Países del Sureste de Asia, como Malasia, Singapur y Vietnam también tienen un peso específico; pero están muy lejos de EE. UU., Japón y Corea del Sur, tradicionalmente los tres socios comerciales más grandes de China. En términos regionales, con quienes menos comercia China es, de menos a más: África Subsahariana, América Latina, Medio Oriente y Norte de África, y Sur de Asia. Básicamente, el gran desarrollo económico que ha tenido China se ha hecho estableciendo fuertes lazos comerciales con los grandes mercados del Norte Global y con los mercados de sus vecinos, mientras los débiles mercados del Sur Global han contribuido muy poco.
El sistema de dominación imperial implementado por Europa y EE. UU. en los últimos quinientos años ha concentrado la riqueza en el Norte Global y ha dejado al Sur Global sólo como proveedor de materias primas y fuerza de trabajo. El Norte Global tiene una alta capacidad de consumo, tecnología de punta para la innovación productiva, las mejores universidades del mundo para producir conocimiento de vanguardia, los grandes centros financieros y el control del dólar, la moneda mundial. Resultado de la lógica imperialista de dominación militar, política y económica, el Sur Global no tiene nada de eso. La situación de carecer de los elementos básicos para el desarrollo, garantizada por la dominación imperialista del Norte Global, convierte al desarrollo en una meta que, por más que los países del Sur Global persigan, no la pueden alcanzar. Es como dar vueltas en círculos sin ascender en la estructura general. Es el desarrollo del subdesarrollo, como dijera Gunder Frank.
Los países que han logrado escapar de la trampa del subdesarrollo son una rareza. Podemos hablar de Corea del Sur, Japón y China. Corea del Sur sólo comenzó a desarrollarse después de la Segunda Guerra Mundial, como resultado de la estrategia estadounidense de contención al comunismo. EE. UU. proveyó seguridad estratégica (hasta la actualidad hay alrededor de 30 mil soldados estadounidenses estacionados permanentemente), soporte político a los gobiernos dictatoriales anticomunistas y apoyo económico a la naciente industria local. Bajo el ala protectora del águila estadounidense pudo desarrollarse Corea del Sur. Japón tiene una historia muy similar. Pero ambos países únicamente se desarrollaron hasta donde EE. UU. quiso. Japón, por ejemplo, torpedeó su propio desarrollo en los Acuerdos de Plaza para obedecer la voluntad estadounidense, que comenzaba a recelar de la economía japonesa. La otra historia exitosa es China, que básicamente debe su desarrollo a la creativa aplicación del marxismo-leninismo que ha realizado el Partido Comunista desde 1949. Estos casos son una rareza por su excepcionalidad, no pueden generalizarse a todo el Sur Global.
Para que China pueda cambiar la base de su desarrollo económico, para que deje de depender del Norte Global, no tiene otra opción más que impulsar el desarrollo del Sur Global. El crecimiento de las economías del Sur Global permitirá que sus mercados se conviertan en lugares de destino para la manufactura china y romperá el monopolio que el Norte Global tiene sobre la alta tecnología, los bienes de capital, la moneda mundial y las finanzas. A diferencia del Norte Global, China no se conforma con importar materias primas del Sur Global. Su política hacia los países pobres y débiles fomenta la cooperación tecnológica, social, educativa y económica en aras de impulsar su desarrollo. China está consciente de que no puede seguir desarrollándose sin que simultáneamente lo hagan los demás países del Sur Global. Necesita romper con la estructura Norte-Sur que se ha construido durante siglos. En el desarrollo de los demás países del Sur Global está cifrada la suerte de su propio desarrollo.
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Escrito por Ehécatl Lázaro
Columnista de politica nacional