De “a como nos toque”, dijo el morenista Roberto Solís.
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El discurso del presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) en el Zócalo, sobre su tercer año en el gobierno –la primera mitad de su sexenio– no hizo más que confirmar la disonancia existente entre su visión personal, sobre lo que ocurre en el país, y la “realidad física” de México. El triunfalismo que exhibió en el mitin no guarda relación con los problemas de los mexicanos de a pie, entre los que destacan el aumento de la pobreza, la trunca recuperación económica y su impacto sobre el empleo; la rampante violencia delictiva y la inseguridad pública, la crisis sanitaria y, entre otros, el deterioro del sistema de salud.
El razonamiento implicado en el análisis de este problema es evidente: saber si lo que ahora se realiza, funciona y si no hay necesidad de cambiarlo. El problema es grave en el corto plazo, pero no es lo único: el mundo vive cambios trascendentes; y lo que se haga o no en estos momentos, puede condicionar el futuro del desarrollo económico en el país. Un balance del crecimiento económico de los países subdesarrollados en las primeras dos décadas de este siglo evidencia que en la primera (2000-2010) muchas de estas naciones registraron tasas de crecimiento elevadas –en algunos casos superiores a los de los países ricos– y que México no fue parte de ese grupo. Eso generó expectativas de convergencia en esos países; pero a partir de la crisis financiera mundial que inició en 2008, y que se concretó después de 2014, se evidenció que, con excepción de varios países del extremo Oriente, –China en primer lugar– esa convergencia era una ilusión. La crisis generada por la pandemia del Covid-19 –con impacto profundamente desigual– puso aún más en entredicho esas expectativas.
La causa de este fenómeno, salvo excepciones, fue que el crecimiento acelerado en los países subdesarrollados no se debió a la industrialización –es decir a la expansión de las actividades fabriles– a diferencia de los “tigres asiáticos”, únicos países exitosos en la convergencia durante los últimos 30 años. El crecimiento económico en las naciones subdesarrolladas fue resultado de los aumentos en la producción del sector servicios o la exportación de bienes primarios; es decir, no estuvo basado en capacidades tecnológicas ni en aparatos industriales nacionales competitivos a nivel mundial. El marxista egipcio Samir Amin lo resumió, en su momento, de la siguiente forma: los llamados “países emergentes” –salvo China– eran en realidad ejemplos de lumpendesarrollo, necesariamente limitados y esporádicos.
Además, las condiciones actuales enfrentan serios límites a la estrategia de crecimiento basada en exportaciones basadas en bajos costos laborales. En primer lugar, porque la mayoría de los mercados están dominados por países del lejano Oriente; en segundo porque en los países ricos hay una marcada tendencia hacia el proteccionismo y el consumo de su producción doméstica y, finalmente, porque el cambio tecnológico en la industria está marginando el trabajo no calificado, ya que los nuevos métodos de producción son intensivos en maquinaria compleja y trabajo calificado, incluso en países con salarios muy bajos.
Ésta es una historia conocida en México: las grandes empresas manufactureras de exportación, principalmente multinacionales, han incrementado su productividad en los últimos 20 años; pero sus labores no se han traducido en crecimiento económico y en una mayor oferta de empleo. Esto se debe a que ocupan una parte muy limitada de la población económica activa (PEA) en México, ya que el grueso de la que se encuentra ocupada en las micro, pequeñas, medianas empresas y en la informalidad, que son poco productivas. Y la tendencia es que esta situación se agrave.
Por ello, la coyuntura actual plantea más preguntas que respuestas sobre el futuro de los países periféricos como México. Es en este contexto donde AMLO ha decidido continuar el modelo económico vigente mediante la integración económica de los países de Norteamérica mediante el Tratado México-Estados Unidos-Canadá (T-MEC). La esperanza es que las cadenas de producción ubicadas en China se relocalicen en nuestro país como resultado del conflicto entre el gigante asiático y Estados Unidos, pero la idea esencial que justificó la liberalización comercial en esta zona consistía en atraer masivamente inversión extranjera en condiciones internacionales, mucho más favorables que las actuales. Todos conocemos los resultados.
En suma: no es ninguna sorpresa que la negación rotunda de la realidad que caracteriza el discurso y la actuación de AMLO se complemente con una visión y una estrategia de largo plazo igualmente errada. Éstas no son cuestiones menores: lo que se está decidiendo es el futuro del país para las siguientes décadas. Si no se cambia al rumbo en lo inmediato, tendremos muy pocas razones para el optimismo.
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Escrito por Jesús Lara
Licenciado en Economía por El Colegio de México. Doctorante en Economía en la Universidad de Massachusetts Amherst de EE.UU.