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Lenin y la revolución
Mienten quienes aseguran que el siglo de Lenin ha terminado. En términos históricos no ha hecho más que empezar. 
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El objetivo principal de la revolución es remover la estructura económica de una sociedad determinada donde se cimenta la clase social en el poder. La historia de la humanidad tiene ejemplos contados de verdaderas transformaciones que han impactado radicalmente a algunos Estados. Fueron el producto de una acumulación de cambios que se llevaron décadas o siglos, y que se manifestaron en momentos definidos por las circunstancias particulares sufridas por la comunidad social protagónica. No fueron producto de la casualidad, solo se expresaron a través de ésta, aunque la historiografía se empeñe tercamente en imponer la casualidad a la necesidad que exige el devenir histórico. Una revolución en un cuerpo social, así como una revolución en un organismo natural, no puede detenerse permanentemente.

Son tres las grandes revoluciones registradas en la historia de la humanidad. La primera ocurrió entre los años 73 y 71 antes de Cristo (a.C.), y fue originada por la revuelta que lideró el gran esclavo tracio Espartaco contra del Imperio Romano. La segunda revolución, que sentó las bases de la época moderna, se suscitó a finales del siglo XVIII en Francia. La burguesía rompió de manera definitiva la estructura feudal encabezada por la Iglesia Católica y la monarquía liderada por Luis XVI, cuya cabeza rodó guillotinada y se mostró como el reflejo inequívoco del fin de la aristocracia y el ascenso de la burguesía al poder económico y político. La tercera gran revolución, que sacudió mortalmente la estructura burguesa erigida en 1789, acaeció en 1917 en Rusia, anunciando el advenimiento al poder, por casi 70 años, del proletariado.

Tal como sucedió en las primeras dos revoluciones, los efectos imperecederos provocados por la Revolución Rusa tardaron en observarse hasta mucho tiempo después. La revolución, decía Carlos Marx, siempre golpea dos veces. La burguesía entiende que ya no podrá jamás recuperarse del daño fatal causado por la toma del poder en manos de los sóviets en 1917, y pretende hacer beber a la humanidad las aguas del Leteo con la estulta intención de que olvide para siempre que la aurora de una nueva época se inició en la oscuridad de la historia, y que ese amanecer sigue abriéndose paso.

Ahora bien, las transformaciones sociales no pueden ser producto solo de la necesidad histórica. La universalidad reclama singularidad para hacerse manifiesta. De esta forma, las contradicciones económicas, al agotarse, no darán por sí solas el paso que permita su transformación.

Abanderando al proletariado, inconsciente y confundido todavía, surgió la figura de Lenin. Un hombre que solo tiene parangón en la historia moderna con sus dos grandes maestros, Carlos Marx y Federico Engels. Esta prometeica trinidad revolucionaria continúa hasta hoy sirviendo de antorcha para el proletariado del mundo entero.

La teoría que Marx y Engels formularon sirvió a Lenin como arma de guerra para encabezar la lucha de los trabajadores en Rusia; nadie como él, hasta entonces, había empuñado con tanta maestría, eficacia y compromiso la única herramienta de la que podía nutrirse la lucha de los trabajadores. Habían existido muchos intentos de destruir el viejo cascarón del poder zarista, pero solo el materialismo histórico pudo orientar científica y eficazmente la verdadera revolución. Lenin lo comprendió y poco tiempo necesitó para fundirse íntegramente con esta teoría. Después de haber abrevado en ella y asimilarla de forma creadora, Lenin dejó de ser solo Lenin para encarnar en la revolución. Sus propios enemigos así lo reconocieron: después de una acalorada discusión en el Congreso donde Lenin prácticamente se enfrentó solo a una pléyade de socialistas de buró, Dan, uno de los socialdemócratas opuestos a sus propuestas, contestó de esta forma a la mujer que lo increpó por su imposibilidad de dominar a Lenin: “Pues, porque no hay un solo hombre en el mundo como él que se ocupe de la revolución durante las 24 horas del día, que no tenga más pensamientos que los relativos a la revolución y que, hasta cuando duerme, no vea más que la revolución en sus sueños. ¡Trate de vencer a un hombre así!”.

El carro de la historia fue conducido conscientemente por la fuerza revolucionaria y marxista de Lenin. El hombre que se convirtió en idea, la idea que se convirtió en hombre. El hacha de guerra levantada contra la burguesía por el proletariado ruso hirió mortalmente la estructura sobre la que se sostiene el capitalismo. Mienten quienes aseguran que el siglo de Lenin ha terminado. En términos históricos no ha hecho más que empezar. 


Escrito por Abentofail Pérez Orona

Licenciado en Historia y maestro en Filosofía por la UNAM. Doctorando en Filosofía Política por la Universidad Autónoma de Barcelona (España).


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