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San Pedro Pochutla es un municipio perteneciente a la región Costa de Oaxaca; en su territorio se resumen las profundas contradicciones de México. Con una población cercana a los 50 mil habitantes, esta zona expresa una paradoja lamentable: mientras el turismo internacional llena sus playas y deja una derrama económica en sus arcas públicas, buena parte de su gente sobrevive en condiciones de pobreza y marginación.
Rodeada de lujos, Saymi Pineda Velasco, actual secretaria de Turismo de Oaxaca, aspira a la gubernatura. Sin embargo, ha olvidado a la gente de San Pedro Pochutla, municipio administrado dos veces por ella y cuyo control político aún conserva, pese a las profundas carencias que sufre la población.
Puerto Ángel, una de las playas más emblemáticas de Oaxaca, representa la joya de la corona pochutleca. En 2024 recibió más de medio millón de turistas con una derrama económica superior a los 880 millones de pesos (mdp), según cifras oficiales de la Secretaría de Turismo del estado. Sin embargo, esa bonanza no permea en las comunidades más vulnerables del municipio. Lejos del mar y del bullicio turístico, reina el olvido.
A escasos kilómetros de la zona costera se encuentra la agencia municipal de Reyes, un pequeño poblado sin figura en los folletos promocionales ni sentido para las estrategias de desarrollo gubernamentales. Aquí, la pobreza no es una estadística, es una experiencia cotidiana. Los caminos no están pavimentados, no existen centros de salud equipados ni cuentan con agua potable; aunque hay un río, sus aguas están contaminadas y en muchos hogares no hay electricidad. Pero sí abunda el polvo y destaca una lucha diaria por sobrevivir bajo el calor.
Esta comunidad es testigo de una de las brechas más ofensivas del México contemporáneo: entre quienes usan el poder como plataforma de vanidades y quienes esperan los beneficios más elementales del desarrollo con esperanza y resignación. Desde este municipio emergen dos historias que ilustran tal distancia abismal.
Por un lado, está Saymi Pineda Velasco, considerada una de las “cartas fuertes” del gobernador Salomón Jara para sucederlo en el cargo. Oriunda de Pochutla, Saymi ha transitado de la política municipal al lujo del gabinete estatal, rodeada de escándalos por despilfarro de recursos públicos, promoción personal con dinero del erario y fiestas ostentosas contrarias al discurso de austeridad. Su proyección no tiene límites: aspira a ser gobernadora.
Por otro lado, está Teresa Cruz Ruiz, madre de familia de la agencia de Reyes. También pochutleca, pero lejos del poder. Vende tostadas para sostener a sus hijos, vive bajo una lona azul como techo; y sus noches transcurren mirando las estrellas mientras intenta dormir sobre un colchón viejo. Su aspiración no es llegar al poder ni lucirse en redes sociales; su ambición es más modesta, pero profundamente humana: tener una casa digna, comida para sus hijos y conservar esperanza para el día siguiente.
La de San Pedro Pochutla parece resumir la historia de un país donde los recursos públicos se evaporan en eventos, conciertos, viajes y autopromoción; mientras cientos de comunidades esperan una escuela con techo, una clínica con medicina o una lámpara encendida en la noche. Es el reflejo más cruento del abandono gubernamental, maquillado por discursos y cifras que poco reflejan la vida real de su gente.
Y así, mientras Saymi baila en Colombia con dinero público y sueña con gobernar Oaxaca, Teresa aguanta calor, hambre y olvido, soñando apenas con sobrevivir un día más.
Las luces caían del techo como cascadas brillantes, iluminando el salón Mosa Yaga con tonos dorados y violetas. El aroma a vino importado cubría las mesas, mientras los invitados desfilaban uno tras otro, luciendo vestidos entallados, maquillaje profesional, trajes de diseñador y relojes de pulsera que valen más que una casa.
Era el cuatro de julio de 2024; y en Santa Cruz Xoxocotlán se celebraba una fiesta: el cumpleaños de Saymi Pineda Velasco, figura cercana, casi ungida, por el gobernador morenista Salomón Jara Cruz para sucederlo en el poder.
Afuera, lejos de los cristales polarizados, la opulencia y los brindis, otra escena se desarrollaba esa misma noche: a más de 150 kilómetros de distancia, en la ranchería La Anona, de la agencia municipal de Reyes, en San Pedro Pochutla, Teresa Cruz Ruiz se recostaba sobre un viejo colchón rodeada por sus hijos. Una lona azul sostenida con palos como techo.
El cielo estrellado se colaba por las rendijas y los jejenes zumbaban cerca de sus piernas. Esa noche, como tantas otras, Teresa miraba hacia arriba y trataba de soñar, aunque el calor, la humedad y la incertidumbre le dificultaran el descanso. Ambas son mujeres oaxaqueñas. Ambas son originarias de San Pedro Pochutla. Hasta ahí terminan sus coincidencias.
Saymi, cacica del municipio, gobernó dos veces y mantiene el control político mediante un círculo cercano de operadores: el actual presidente municipal, Amado Rodríguez Gijón, es su aliado incondicional. El estilo de vida de la exalcaldesa no deja lugar a dudas: cirugías estéticas, constantes apariciones en conciertos exclusivos, ropa de diseñador y una presencia constante en redes sociales.
Para ella, la política es una pasarela. La Secretaría de Turismo luce como vitrina de imagen personal. En su cumpleaños incluso obligó al personal bajo su cargo a felicitarla públicamente, según denuncias internas.
Teresa, en cambio, sobrevive. Vende tostadas de un comal improvisado bajo una techumbre de tejas sostenida por vecinos que, igual que ella, tienen poco. No cuenta con energía eléctrica ni agua potable… ni seguridad. Su ropa está manchada de masa; sus manos, endurecidas por años de trabajo, sostienen una esperanza mínima: que mañana haya comida para sus hijos. Más allá del día siguiente, no hay certezas.
Mientras Saymi rentaba un salón de lujo por casi 400 mil pesos para su fiesta, cifra por mucho superior al ingreso anual de la mayoría de familias de Pochutla; Teresa, en ese mismo instante, cocía maíz para hacer tortillas; sin refrigerador o una cama digna ni futuro garantizado.
Ambas mujeres nacieron en la misma tierra. Pero una creció en el terreno fértil del poder, el amiguismo político y la impunidad. La otra “germinó” entre piedras, pobreza y abandono institucional. Una es celebrada con champaña y fuegos artificiales. La otra sobrevive con el silencio, los zancudos y la incertidumbre.
Las historias de Saymi y Teresa no es solamente una postal del contraste social en Oaxaca, es una denuncia viva, representa un espejo incómodo para quienes gobiernan bajo la bandera de la “austeridad republicana”, pero celebran como si el estado les perteneciera. Porque mientras una mujer baila entre luces artificiales, otra duerme entre sombras.
En La Anona, una ranchería escondida entre cerros, ríos y caminos de tierra de San Pedro Pochutla, el calor no perdona. Desde temprano, el Sol cae enérgico sobre los techos improvisados; “hierve” la tierra y se mete en los huesos. No hay sombra que alcance, y menos si la casa es una lona. Teresa Cruz Ruiz lo sabe bien: vive bajo un pedazo de plástico sostenido por varas, sin paredes ni láminas o más protección que su propia dignidad.
Tiene algunos meses que huyó de Reyes, su antiguo hogar, no por deseo, sino por miedo: su propio hijo la golpeaba, la humillaba, la amenazaba, “me trataba como perro”, narra conteniendo el llanto. “Ya no podía más”. Una vecina le advirtió: “ese hijo tuyo te puede matar”. Entonces, Teresa huyó; en su desesperación, tomó lo poco que poseía: dos niños pequeños, una muda de ropa y el valor de vivir sin violencia.
En su nueva vida no hay paredes, piso firme o agua; el aire caliente lo recorre todo, el Sol quema la piel y el silencio acentúa su abandono. El gobierno la ha escuchado muchas veces, pero nunca ha respondido. “Siempre me engañan”, cuenta. “Me dicen que me van a ayudar, que vendrán a anotarme, pero no regresan”.
Hace tostadas para sobrevivir; con lo poco que gana, alimenta a sus niños y mantiene la casa improvisada, donde todo es temporal. Las láminas que un día conformaban su cocina, ahora son su techo. “¿Cómo voy a hacerle para mi casa?”, se pregunta, mientras el calor de mediodía convierte la lona en un horno.
En Reyes, su hijo menor vivía enfermo; pero desde que llegaron a La Anona, ya no tiene molestias. “El niño se sanó”, reveló Teresa, como quien encuentra consuelo en medio de la miseria. Tal vez la paz también cura: huir fue su única medicina.
Pero el abandono gubernamental no se sana tan fácil: pesa, cansa y duele. Teresa no pide lujos, solamente un techo que no queme, que no se mueva con el viento o deje pasar el Sol como si fuera una cuchilla: pide vivir con dignidad… que alguien la vea.
Mientras tanto sobrevive entre lonas que arden, tostadas calientes y promesas frías. En su casa de calor y esperanza, Teresa sigue de pie; aunque todo le falte, eligió lo más valiente: salvar su vida.
Mientras Oaxaca enfrenta carencias estructurales en hospitales, escuelas y caminos rurales, la secretaria de Turismo estatal, Saymi Pineda Velasco, parece moverse en una realidad alterna marcada por el derroche, los lujos y el abuso de poder.
Designada como una de las funcionarias más cercanas al gobernador Salomón Jara Cruz, Pineda Velasco ha acumulado una larga lista de escándalos que actualmente causan indignación pública. El más reciente fue un viaje con 30 funcionarios de la Secretaría de Turismo a Colombia, que fue financiado con recursos públicos y que lejos de promocionar la riqueza cultural oaxaqueña, protagonizaron una escena ridiculizada en redes sociales por bailar La iguana, danza tradicional de Guerrero. Pero este episodio es apenas la punta del iceberg.
Durante las fiestas de la Guelaguetza 2024, Saymi Pineda autorizó un gasto de más de 10 mdp en regalos para invitados destacados (VIP); en contraste, las comunidades indígenas difícilmente reciben a agua potable o servicios médicos básicos. A eso se suma el concierto de Julión Álvarez, cuyo costo superó los 12 mdp. La opacidad en la contratación generó sospechas de corrupción, al grado de que la diputada federal del Partido del Trabajo (PT), Margarita García García, cuestionó la autenticidad de las facturas presentadas, cuya finalidad podría resultar indefendible por el mismo gobernador.
El Día de Muertos, el dispendio se repitió: más de tres mdp en papel picado adornaron la capital, mientras cientos de familias enfrentaban la muerte sin medicamentos, doctores o ambulancias en las zonas rurales.
El colmo sucedió el pasado cuatro de julio de 2024, cuando la funcionaria celebró su cumpleaños en el exclusivo salón Mosa Yaga. En redes sociales circularon imágenes de algunos invitados vestidos de gala; mientras ese mismo día, familias como la de Teresa Cruz Ruiz, en San Pedro Pochutla, la tierra natal de Saymi, dormían bajo lonas y cocinaban con leña por la falta de servicios básicos.
A esta cadena de excesos se suma el uso político del cargo. Diversas fuentes internas señalan que la secretaria ha exigido a sus subordinados que la feliciten públicamente en fechas conmemorativas, como su cumpleaños.
Además, ejerce dominio político en San Pedro Pochutla, donde muestra un cacicazgo regional consolidado. El actual edil, Amado Rodríguez Gijón forma parte del grupo leal a la funcionaria, lo que refuerza su poder territorial y sus aspiraciones políticas, presuntamente con el respaldo del gobernador.
Pese a los múltiples señalamientos, Saymi Pineda permanece en el cargo sin rendir cuentas claras sobre el uso de los recursos públicos. La falta de auditorías, transparencia y consecuencias políticas no sólo desacredita su gestión, sino que agravia a un estado que espera justicia social y sensibilidad de sus gobernantes.
Mientras la funcionaria acumula poder, atenciones y privilegios políticos, miles de oaxaqueños como Teresa esperan que la dignidad no sea un lujo, sino un derecho. La historia de Pochutla, entre contrastes y silencios, exige más que discursos y promesas: reclama un cambio real pero no de los salones de gala, sino de los caminos de tierra donde la vida, aún con todo en contra, resiste.
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Escrito por Miguel Maya Alonso
Colaborador. Obtuvo mención honorífica en el Premio Nacional de Periodismo 2022, con la investigación "Amapola en Oaxaca, sembradores en la niebla".