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La prensa mundial falta a la verdad cuando acusa al gobierno ruso de invasor y criminal por su intervención en Ucrania. Para ver quién promueve realmente el militarismo, baste ver el gasto por país en ese rubro: Estados Unidos (EE. UU.) gastó 778 mil millones de dólares; China, 252 mil; India, 72 mil 900; Rusia, en cuarto lugar, 61 mil 700 (Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (Países con mayor gasto militar en 2020). EE. UU. gasta el doble que la suma de los tres países que le siguen, y 12.6 veces más que Rusia. La verdad es que en esta guerra la reacción de Rusia fue eminentemente defensiva, por los bombardeos de los nazis ucranianos sobre la población rusa del Donbás, la violación de Kiev a los Acuerdos de Minsk y la amenaza mortal que representa el cerco de la OTAN.
Ucrania violó los acuerdos de Minsk para la paz en el Donbass, que firmó con Rusia, Alemania y Francia, en 2014 y 2015, y que contienen, fundamentalmente: alto al fuego contra las repúblicas de Lugansk y Donetsk, desmilitarización de la región por parte del ejército y bandas paramilitares ucranianas, elecciones libres y un estatuto especial para ambas repúblicas dentro de Ucrania. Contraviniendo los acuerdos, Kiev impuso como único el idioma ucraniano, y prohibió el ruso en escuelas y administración pública, lengua que habla el 92 por ciento de los habitantes del Donbás. Rompió el diálogo con las repúblicas separatistas y militarizó aún más la línea de frente.
Ha desplegado 125 mil militares, artillería y tanques en la frontera. “En un programa mundial de tráfico de armas sin precedentes en la historia posterior a la Segunda Guerra Mundial, más de 20 países, incluidos miembros de la OTAN y de la Unión Europea, están canalizando armas, incluidos misiles antiaéreos (…) Se están enviando a Ucrania miles de armas antitanque, cientos de misiles de defensa aérea y miles de existencias de armas pequeñas y municiones’, se jactó la OTAN en un despacho oficial. A Estados Unidos se le han unido Alemania, Francia, Polonia y el Reino Unido, así como la mayor parte de la Unión Europea, en el envío de armas ofensivas a Ucrania…” (wsws, cuatro de marzo de 2022). Así, rotos ya los Acuerdos de Minsk, Rusia reconoció a las dos repúblicas. Y en esta tesitura se entiende la exigencia de Putin de que Ucrania no tenga armamento que ponga en peligro la seguridad rusa. A esta amenaza se suma la expansión de la OTAN y sus bases militares y de misiles.
Caído ya el Muro de Berlín, y todavía en la URSS de Gorbachov, EE. UU. ofreció no extender la OTAN hacia el Este. “El presidente George H. W. Bush y el secretario de Estado James Baker estuvieron de acuerdo. En palabras de ambos a Gorbachov: ‘No solo para la Unión Soviética, sino también para otros países europeos (…) ni una pulgada de la actual jurisdicción militar de la OTAN se extenderá en dirección al Este’ (Noam Chomsky, entrevista a la revista Truthout, portal sinpermiso, 13 de febrero). Pero violando la promesa: “… George W. Bush (…) En 2008, invitó a Ucrania a entrar en la OTAN, y la imprudente invitación de Bush sigue todavía sobre la mesa. Ningún líder ruso la aceptaría” (Ibíd.). El ingreso de Ucrania en la alianza representaría un peligro mortal de necesidad para Rusia, con los misiles norteamericanos con ojivas nucleares pegados a su territorio. Entre el Donbás y Moscú hay una distancia similar a la existente entre la Ciudad de México y Manzanillo.
Norteamérica persigue un claro fin: someter a Rusia, y para ello viene ampliando la OTAN, violando también la llamada “Acta fundacional sobre las relaciones, la cooperación y la seguridad mutuas entre la Federación de Rusia y la OTAN”, firmada en París el 27 de mayo de 1997 por Bill Clinton y Boris Yeltsin, y que en su Artículo IV establece: “Los Estados miembros de la OTAN reiteran que no tienen ninguna intención, ningún proyecto y ninguna razón de desplegar armas nucleares en el territorio de nuevos miembros…”.
George F. Kennan, exembajador norteamericano ante la URSS, escribió: “La ampliación de la OTAN sería el error más fatal de la política estadounidense desde el final de la Guerra Fría. Se puede esperar que esta decisión despierte tendencias nacionalistas, antioccidentales y militaristas en la opinión pública rusa; que reviva una atmósfera de Guerra Fría en las relaciones Este-Oeste y dirija la política exterior rusa en una dirección que realmente no corresponderá a nuestros deseos’.” (David Teurtrie, Le Monde Diplomatique, febrero de 2022). Acertaba: Rusia no podría aceptar jamás quedar sometida a semejante amenaza. Más aún. Con motivo de la firma del Acta mencionada, Bill Clinton declaró: “Estamos decididos a crear un futuro en el que la seguridad europea no sea un juego de compensaciones: donde si gana la OTAN, Rusia pierde y donde la fortaleza de Rusia es la debilidad de la alianza. Éstos son los planteamientos del pasado…” ¿No estaba claro, pues, que la OTAN respetaría la seguridad e integridad rusas?
No bien se hubo firmado tan solemne acuerdo cuando ya era violado: “En los años que siguieron, Estados Unidos anunció su intención de instalar elementos de su escudo antimisiles en Europa del Este (…) Además (…) se retiró del Tratado de Misiles Antibalísticos (ABM, 1972) en diciembre de 2001” (Ibíd.). La OTAN incorporó después a casi todos los países de la antigua Europa socialista, cercanos a Rusia o parte de la URSS: en 1999, Polonia, la República Checa y Hungría; en 2004, Estonia, Letonia, Lituania, Eslovaquia, Eslovenia, Rumanía y Bulgaria; en 2009, Croacia y Albania; en 2017, Montenegro y en 2020 Macedonia. Y azuzó a los pueblos de Yugoslavia a luchar entre sí desintegrando al país en siete pequeñas naciones. Todo esto era el merecido pago a Yeltsin y Gorbachov por su entreguismo. Como dijo en 1958 John Foster Dulles, secretario de Estado de Dwight Eisenhower “Estados Unidos no tiene amigos, solo tiene intereses”, y a este respecto, republicanos y demócratas son esencialmente iguales. Los ucranianos olvidan esta verdad: a EE. UU. no le interesa Ucrania, su objetivo es tomar Rusia, y al final, cercar a China.
Pero la Rusia de hoy ya no está postrada como en los años noventa. Con Vladimir Putin, quien llegó al poder en diciembre de 1999, resiste vigorosamente y hoy le vemos conteniendo el mortal avance de la OTAN, como antaño hiciera la URSS, frenando en Stalingrado la invasión de la Alemania nazi.
Debemos comprender que la guerra en Ucrania no es una simple coyuntura ni un conflicto regional, sino un acontecimiento histórico donde se juega el futuro inmediato de la humanidad entera, como bien ha advertido Serguei Lavrov. De su resultado depende la posibilidad de construir un nuevo orden mundial, no basado ya en el poder hegemónico norteamericano y el dominio global de los monopolios, sino un nuevo sistema mundial que privilegie el desarrollo y la soberanía de los pueblos. Si Rusia detiene a la OTAN, acotará el poderío norteamericano y permitirá al mundo transitar hacia un orden global más equilibrado. Ucrania puede ser catalizador en la decadencia del imperio, exhibida ya en otros países, que debilitaría sus controles sobre los gobiernos y pueblos del mundo. Europa, hoy ocupada militarmente, podría paulatinamente liberarse de su abyecta sumisión, contraria incluso a sus propios intereses. En fin, triunfando en esta guerra, Rusia habría salvado al mundo por segunda ocasión de la amenaza del nazismo, y abriría nuevos horizontes a las luchas de la humanidad entera por la paz y el progreso.
Para Rusia, la lucha contra el delito cibernético es una “prioridad inherente” para el país euroasiático y una parte integral de su política estatal para combatir todas las formas de delincuencia.
Con el objetivo de fortalecer el intercambio diplomático, tecnológico y cultural entre ambas naciones, se instaló formalmente el Grupo de Amistad México-China en presencia del embajador de la República Popular de China, Zhu Qingqiao.
A través de sus redes sociales, la Embajada de Rusia en México advirtió a la ciudadanía sobre la presencia de un “representante de las opiniones neonazis" en la CDMX, por la marca del "Sol negro".
Esta entrevista ha sido ya vista por cientos de millones de personas. EE. UU. y aliados están fracasando en su guerra mediática, mientras vamos conociendo las ideas de aquellos que quieren un mundo más justo para la humanidad.
El vicecanciller y ministro de Economía de Alemania, Robert Habeck, reconoció que su país apostó por un modelo basado en la compra de gas ruso barato.
Ressa y Muratov fueron galardonados "por sus esfuerzos para salvaguardar la libertad de expresión, que es una condición previa para la democracia y la paz duradera", dijo la presidenta del comité Nobel, Berit Reiss-Andersen.
Los suministros de combustible y trigo rusos a Cuba fueron los temas que centraron las conversaciones del ministro de Asuntos Exteriores de Rusia, Serguéi Lavrov, con sus contrapartes en Cuba.
El presidente de Rusia, Vladímir Putin, ratificó al primer ministro de Cuba, Manuel Marrero, la cooperación de Moscú para superar el bloqueo económico de EE. UU. a la isla.
Hay más de 40 personas fallecidas y otras 130 resultaron heridas.
El misil de medio alcance Oréshnik fue guiado con datos y planes de vuelo de las Fuerzas Armadas rusas.
Sérguiev Posad es una ciudad que fue construida para defender a la naciente capital de Moscú; se encuentra en la lista de las ciudades que conforman el Anillo de Oro, un cerco formado por puntos estratégicos alrededor de la capital rusa.
El presidente Putin tiene el respaldo de la población para incrementar y fortalecer las medidas de seguridad, por muy difíciles que éstas sean, aseguró el analista geopolítico.
Si la huella ucraniana se confirma, la guerra escalará aún más, pues el gobierno ruso prometió castigar a todos los implicados en la masacre.
El embajador de Rusia en México, Nikolay Sofinskiy, recordó que el 6 de junio fue designado por las Naciones Unidas como el “Día internacional de la lengua rusa”.
A inicios de este año, ni los murciélagos ni su comida (insectos) están disponibles debido al drástico descenso de las temperaturas; además solo una minoría se dispone a hibernar, y la mayor parte se va al sur para completar su ruta migratoria.
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Escrito por Abel Pérez Zamorano
Doctor en Economía por la London School of Economics. Profesor-investigador de la Universidad Autónoma Chapingo.