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Inflación en alimentos, fracaso de la estrategia agrícola
¿A qué obedece el incremento de los precios? Principalmente por la caída de la producción nacional debido a la falta de una estrategia de desarrollo del sector agrícola científicamente diseñada, y de un apoyo real a la productividad y al desarrollo tecnol
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Los precios de los alimentos básicos aumentan sostenidamente. “… el Coneval subrayó la explosión del valor del jitomate, 22.1% en el último trimestre; la cebolla, 42.5%, y la tortilla, que encareció 14.9% este año” (Proceso, 23 de noviembre). Hasta la primera quincena de noviembre, la tortilla ha aumentado 16.7% anual, el precio más alto desde 2012. “Homero López García, presidente del Consejo Nacional de la Tortilla, advirtió que el kilogramo del producto podría cerrar el año costando 23 pesos en la zona centro y 27 en el norte (…) La carne de res registró una inflación de 13.3 por ciento en la primera quincena de noviembre, su dato más alto en seis años. Para el pan de caja, el alza (10.9%) fue la más fuerte en 12 años” (El Financiero, 29 de noviembre). Cada mexicano consume anualmente un promedio de 10.8 kilos de frijol y 75 de tortillas (Sader). Y la capacidad de compra no mejora: en 2018, la tortilla costaba 14 pesos; con un salario mínimo de 88.3 pesos alcanzaba para comprar 6.3 kg; este año, con un precio de 21 pesos y un salario de 141.7, se adquieren 6.7 kg. Ningún cambio significativo.

Ahora bien, ¿a qué obedece el incremento de los precios? Primero, están impactando los precios internacionales; segundo, cae la producción nacional. Veamos ambos factores en orden. Los precios mundiales alcanzan niveles máximos en diez años, principalmente en granos (en un año aumentaron 32.8 por ciento), y los aceites vegetales, 60 por ciento (FAO, siete de octubre). Esto nos impacta fuertemente porque somos grandes importadores, lo que nos hace más vulnerables a su efecto inflacionario.

Entre 2006 y 2020 pasamos de importar el 70.6 por ciento del arroz al 83.3; del 54 al 61 por ciento del trigo; del 34 al 39 por ciento de la carne de cerdo; de 26 a 37 por ciento del maíz; de 15 a 22 por ciento de la leche de bovino, de 13 a 21 por ciento de carne de aves (CNA, El Universal, 15 de octubre de 2021). Éramos ya un país con creciente dependencia alimentaria, y ahora la situación se agrava. Somos el segundo importador de maíz. “El Grupo Consultor de Mercados Agrícolas (GCMA) reporta que, en 2020, México importó 18 millones de toneladas de maíz, lo que representó una cifra récord en la historia del país” (Milenio, ocho de septiembre). En México, “… en los primeros nueve meses de 2021, el monto de sus importaciones agroalimentarias se encuentra en su nivel más alto para un periodo similar desde que hay registros” (La Jornada, 17 de noviembre). Entre enero y septiembre han aumentado las importaciones de alimentos, principalmente en cereales. En compras de trigo 59 por ciento más (Banco de México). Entre enero y julio, en importación de granos básicos, el monto gastado “… es el más alto desde que hay registro para un lapso similar (…) Cifras del Banco de México (Banxico) indican que el monto de las compras al extranjero de frijol, maíz, trigo, café y arroz se disparó 54 por ciento durante los primeros siete meses de este año…” (La Jornada, siete de octubre). El aumento en el valor de las importaciones de frijol superó en 140 por ciento y en maíz en 70 por ciento.

Importamos cada vez más alimentos porque somos ineficientes en términos productivos y la producción se reduce. “De acuerdo con el GCMA, el mayor gasto en la compra de maíz es una combinación entre la baja siembra en México y los elevados precios internacionales” (La Jornada, siete de octubre). Según la FAO, un país tiene soberanía alimentaria cuando produce mínimamente 75 por ciento de sus alimentos. Al finalizar el sexenio pasado producíamos 57 por ciento; hoy, 55. Y seguimos. Hasta septiembre pasado “La producción de maíz grano en el país ha tenido (…) una disminución de 5.2 por ciento con respecto a la producción del mismo periodo de 2020 (…) la cosecha registrada en el primer semestre del año apenas representa el 24 por ciento de avance en la meta puesta por el gobierno federal (…) para 2021” (SIAP, Milenio, ocho de septiembre). “… en el primer cuatrimestre (…) La producción de sorgo, trigo y frijol acumula una disminución de 6.8, 6.1 y 3.7 por ciento, respectivamente” (SIAP, El Sol de México, 21 de junio).

¿Y por qué producimos menos? Por falta de una estrategia de desarrollo del sector agrícola científicamente diseñada, y de un apoyo real a la productividad y al desarrollo tecnológico (eliminación de fideicomisos del Conacyt, reducción del presupuesto a ciencia y tecnología). Contradictoriamente, se inventó una dependencia llamada Segalmex (Seguridad Alimentaria Mexicana) y una subsecretaría de autosuficiencia alimentaria, pero la evidencia dice que son solo artificios, pues la política opera en contra. “Al no tener producción nacional suficiente tenemos que importar más, advirtió Juan Carlos Anaya, director general del GCMA (…) los recortes a programas del campo también han abonado a que la producción de granos haya disminuido en los últimos años. En los tres paquetes económicos que ha elaborado la presente administración, el presupuesto para el campo se redujo 40 por ciento, lo que ha afectado programas como los de precios de garantía y productividad en el país. Los programas de precios de garantía a los pequeños productores no han dado los resultados esperados. Ningún programa a la productividad ha logrado que el productor aumente sus rendimientos de cosechas, dijo el especialista” (El Sol de México, 21 de junio).

Del ya de por sí reducido presupuesto al campo, buena parte se destina a fines asistenciales. Precisamente esa política está haciendo crisis: repartir en papel, en billetes, una riqueza que no se produce en la realidad; y pagamos las consecuencias con importaciones más cuantiosas y caras, que provocan inflación en alimentos, lo que a su vez vuelve polvo el poco dinero que las familias reciben en efectivo. Como efecto de esa política extraviada se contrae la producción de alimentos básicos; y hasta pareciera que a propósito se castiga la productividad y se reduce el apoyo real a la producción, para contraerla y abrir aquí más mercados a las exportaciones agrícolas de Estados Unidos. ¿Error o cálculo? El resultado es el mismo.

El rendimiento promedio de maíz grano por hectárea en el ciclo otoño-invierno 2019-20 fue de 2.3 toneladas, inferior en 1.7 por ciento al ciclo 2018-19 (SIAP), mientras en Estados Unidos se obtienen 11 toneladas. Ciertamente, factores naturales como orografía y régimen pluviométrico influyen; también, recientemente, el encarecimiento de fertilizantes (que por lo demás afecta a todo el mundo), mas la causa de fondo es el fracaso del modelo agrícola basado en el neoliberalismo, agravado ahora por la pésima administración de este gobierno. Es el nuestro un modelo agrícola distorsionado, que produce mucho (somos el duodécimo productor de alimentos), y exporta, pero productos de alto valor comercial, y nos hace crecientemente dependientes en alimentos básicos. Nada de esto ha corregido la 4T.

El aumento en los precios de los alimentos, pareciera no ser su responsabilidad, porque el impacto, sí, viene de fuera; pero lo es, porque se mantiene postrado, y peor aún, se contrae la capacidad productiva. Elevarla –y eso sí puede y debe hacerlo el gobierno– al menos amortiguaría los shocks externos. La realidad, pues, evidencia una vez más, a través de ingentes necesidades sociales, la urgencia de cambiar el modelo económico.


Escrito por Abel Pérez Zamorano

Doctor en Economía por la London School of Economics. Profesor-investigador de la Universidad Autónoma Chapingo.


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