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Nació el 1º de marzo de 1917 en la ciudad palestina de Nablus, Imperio otomano. Su lucha en favor de los derechos de las mujeres en una sociedad altamente patriarcal –cuya opresión sufrió en carne propia durante su infancia y juventud– así como su prédica contra la ocupación israelí, fueron causas que defendió también en su poesía y la convirtieron en la poetisa más querida por su pueblo.
A mediados del Siglo XX, con su poema Cólera (1947), rompe con el canon de la poesía árabe clásica, introduciendo el verso libre. En sus primeros escritos habló de su lucha personal como mujer en la sociedad árabe, una cuestión que también trata en su autobiografía; se sitúa próxima a los temas clásicos del romanticismo: la naturaleza, el amor, la soledad, la tristeza, en un estilo refinado, delicado y lleno de sensibilidad. En 1967 empezó a escribir poemas patrióticos, identificándose con los problemas de su pueblo y la invasión israelí; esta inclinación se nota en poemas como Palabras a mi Patria, Cancioncillas para los comandos, La libertad del pueblo, El comando y la tierra, en éste cuenta en tres estrofas la desaparición del comando Mazin Abu-Gazala en las colinas de Tubás, durante una batalla ocurrida a finales de septiembre de 1967. Algunos de sus libros son Sola con los días (1952), Danos amor (1960), Ante la puerta cerrada (1967), El comando y la tierra (1968), La noche y los jinetes (1969), Sola en la cumbre de este mundo (1974). En 1993 se publicó en Beirut su Obra poética completa. (Versiones de Clara Thomas y María Prieto). Murió el 12 de diciembre de 2003 en Nablus, Palestina.
Tuqan ha sido descrita como una de las tres grandes poetisas árabes de la poesía moderna junto a la iraquí Nazik Al-Malaika y la jordano-palestina Salma Khadra Jayyusi, quien escribió sobre Tuqan que “fue una de las primeras grandes poetisas que trabajaron para lograr veracidad emocional, sentando las bases para las exploraciones femeninas sobre el amor y sobre la protesta social”. Mahmoud Darwish, la llamó “la madre de la poesía palestina”.
De pie, en el puente, pido pasar,
¡ay, pido pasar!
Me asfixio. Mi aliento
roto va en el ardor del mediodía.
Siete horas de espera...
¡Quién le corta las alas, ay, al tiempo!
¡Quién le afloja las piernas al mediodía!
Mi frente es azotada por el estío,
y mi sudor
es sal cayéndome en los párpados.
¡Y miles de ojos, ay,
que cuelgan como espejos doloridos por el ansia caliente,
como signos de espera pacientosa
sobre la ventanilla de visados!
¡Ay, que pido pasar!
Y resuena la voz de un mercenario
como una bofetada sobre todo:
“¡Árabes!... ¡Jaleo!... ¡Perros!
¡Volved!... ¡No os acerquéis al río!
¡Volveos!... ¡Perros!”.
Mientras, cierra una mano la ventanilla;
cierra la senda
ante nosotros.
¡Ay, humanidad mía desangrándose,
corazón goteando mirra,
y sangre cual veneno llameante!
“¡Árabes!... ¡Jaleo!... ¡Perros!”.
¡Ay, tribu por vengar!
Hoy poseo la espera solamente,
¡Quién le corta las alas, ay, al tiempo!
¡Quién le afloja las piernas al mediodía!
Mi frente es azotada por el estío,
y mi sudor
es sal cayéndome en los párpados.
¡El verdugo le deja hincada sobre el polvo,
úlcera mía,
ignorada del hermano!
Me he hecho acíbar,
en esta humillación de estar cautivo,
y tengo gusto a muerte.
El odio se me arraiga, terrible,
en lo más hondo.
Mi corazón es roca, azufre,
y alfaguara de fuego.
Hay mil “hindes” debajo de mi piel:
el hambre de mi odio tiene la boca abierta,
y tan sólo sus hígados pueden saciar el ansia
que me habita la piel
¡Odio mío enloquecido que te creces!
Mataron el amor en mis entrañas.
Cambiaron ya la sangre de mis venas
en lava y alquitrán.
Señor, gloria de los universos.
Este año en tu cumpleaños.
Toda la alegría de Jerusalén ha sido crucificada.
¡Todas las campanas, oh Señor
están en silencio!
Por dos mil años,
No han estado en silencio en tus cumpleaños,
a excepción de este año,
las cúpulas ahora están de luto,
lo negro está envuelto en negro
en la vía dolorosa,
Jerusalén es azotado
bajo la cruz,
está sangrando
en las manos del verdugo.
El mundo es inflexible ante la tragedia,
la luz se ha apartado de ese despiadado maestro perdido
que no encendió una vela,
que no derramó una sola lágrima
para lavar las penas de Jerusalén.
Los labradores han matado al heredero,
oh, Señor,
y usurpado la vid.
Los labradores mataron al heredero, mi Señor.
el pájaro del pecado se ha dispersado
dentro de los pecadores del mundo
y voló a profanar la castidad de Jerusalén.
Qué maldito diablo es,
odiado incluso por el Diablo.
Oh, Señor, gloria de Jerusalén,
fuera del pozo de agonía,
fuera del abismo,
fuera de los recovecos de la noche,
fuera del horror,
el gemido de Jerusalén asciende a ti,
misericordia, señor,
¡libérale este cáliz!
El día en que conocimos la muerte y la traición
se hizo atrás la marea,
las ventanas del cielo se cerraron,
y la ciudad contuvo sus alientos.
El día del repliegue de las olas, el día
en que la pasión abominable
se destapara el rostro,
se redujo a cenizas la esperanza,
y mi triste ciudad se asfixió
al tragarse la pena.
Sin ecos y sin rastros,
los niños, las canciones, se perdieron.
Desnuda, con los pies ensangrentados,
la tristeza se arrastra en mi ciudad;
el silencio domina mi ciudad,
un silencio plantado como monte,
oscuro como noche;
un terrible silencio que transporta
el peso de la muerte y la derrota.
¡Ay, mi triste ciudad enmudecida!
¿Pueden así quemarse los frutos y las mieses,
en tiempo de cosecha?
¡Doloroso final del recorrido!
Una injusta mano lo ha construido
y permanece de su tamaño
como una eterna miseria.
He visto sus melancólicos muros,
desgastados y deteriorados
por las largas centurias, gritando:
¡Tú me quitas la luz y la libertad,
pero no podrás extinguir en mi corazón
la chispa de la esperanza!
Maldito, existirás para sofocar cada sueño
que se regenera en la medida que se alimenta.
Mi corazón nunca dejará de soñar
incluso si esta celda se cerrara para siempre.
Si mil cadenas me atan
tantas fantásticas alas me harán volar.
Maldeciré a cada persona y las de tu futuro
por el tiempo que pueda.
Porque no me doblegará, nunca seré silenciado
delante de la furia.
Nunca dejaré de ser libre.
Voy a cantar los deseos de mi espíritu,
incluso si vas a aplastarme con cadenas.
Mi canción manará a raudales desde el fondo.
Ian Black, editor del Centro de Medio Oriente y periodista en The Guardian por 33 años, publicaba el 21 de diciembre de 2009: “Doctor admite que patólogos israelíes cultivaban órganos sin consentimiento”.
Su poesía es una especie de rendición de cuentas poéticas, de hechos cotidianos y de encuentros que ha tenido, con una especial atención a los más humildes.
La obra del veracruzano Manuel Maples Arce ha conservado, con la eficacia de una instantánea de mediados del Siglo XX, la vida del México posrevolucionario.
Existen, según la moral neoliberal, dos tipos de vidas que no valen igual; las víctimas serán siempre las que el sistema elija como tales, sin importar que tengan las manos cubiertas de sangre y sean sorprendidos in fraganti perpetrando asesinatos.
Destacada escritora y poetisa india nacida el 31 de marzo en Kerala.
El Israel actual y el régimen fascista de Ucrania a partir de 2014, son el novísimo instrumento colonialista de EE. UU.
El accidente acabó con la vida de uno de los más destacados representantes del indigenismo en la literatura latinoamericana.
Uno de sus críticos decía de él: “fue la antorcha de la poesía revolucionaria vietnamita durante la primera mitad del Siglo XX.
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Daruwalla, fue un eminente profesor que impartió clases en el Government College de Lahore.
El objetivo visible del gobierno judío transitó de la segregación al exterminio de palestinos.
Ante los “ojos del mundo”, un periodista sirio refleja el exterminio contra niños, jóvenes y adultos de Gaza, quienes son víctimas de los ataques orquestados por EE. UU., vía Israel, bajo la supuesta consigna de “proteger" la democracia y los derechos humanos.
Los judíos del mundo deben hacer conciencia de que el imperialismo los está usando de parapeto para sus propósitos expoliadores. Si no se detiene su voracidad insaciable, seguirán siendo sus hijos los que entreguen sus vidas en Gaza.
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Escrito por Redacción