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La pandemia por Covid-19 acentuó los problemas en el país, entre ellos el educativo, pues niños de educación básica y jóvenes perdieron total o casi completamente el año escolar debido al cierre de centros educativos. México es el tercer país más afectado por el cierre de aulas, según un informe del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef).
Niños y niñas se sienten relegados, solitarios, deprimidos, y de acuerdo a estadísticas gubernamentales la violencia intrafamiliar ha incrementado. ¿Y los padres? No son profesores, por supuesto, ni están capacitados para la enseñanza, pero debido a la deficiente estrategia de la Secretaría de Educación Pública (SEP), en ellos recayó la educación.
Con el cierre parcial de instituciones, México reveló en toda su crudeza su rezago educativo que, obviamente, no es nuevo, y que se viene manifestando en las pruebas que se les aplican a los estudiantes. Uno de ellos, el Programa Internacional de Evaluación de los Alumno (Pisa), de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), aplicado en 2018.
Destaca la afectación psicológica de los niños, que se manifiesta en su actitud, en la forma de desarrollarse, de desenvolverse, debido al aislamiento en sus hogares, pues mas de un año sin pisar un salón de clases, sin interactuar física y lúdicamente con sus compañeros de escuela, ni con maestros en las aulas, patios, canchas y pasillos, donde se realizaban múltiples actividades educativas y de convivencia.
El doctorante en sociología, Pablo Bernardo Hernández egresado de la UNAM y El Colegio de México comentó que debido a que durante más de un año, niños y jóvenes no han pisado las aulas, tendrá repercusiones en su salud emocional.
Un año de pandemia, un año sin acudir a la escuela, ¿esto ha traído problemas en la salud mental de los niños?
-La pandemia, por sí misma, ha traído muchos problemas. Primero la enfermedad y la muerte. Y para muchas familias que han debido enfrentar estos problemas, ha traído tensión y estrés sostenidos que pudieron haber derivado en un síndrome de burnout, que no es otra cosa que un deterioro de la salud física, el estado anímico y los vínculos interpersonales debido a las fuertes cargas de estrés. El trabajo de cuidados y de acompañamiento ante situaciones de enfermedad, de por sí es complicado, y si a esto agregamos otros agravantes, como la perdida de empleos e ingresos, el encierro o la muerte de alguno o más familiares, entonces, es dado pensar que sí, los niños y niñas pueden estar enfrentando circunstancias particularmente difíciles de estrés.
Aunque claro, que no son solo ellos.
En realidad, es difícil saber con certeza la magnitud del problema. Para tener una idea más clara, sería preciso hacer una evaluación psicosocial entre los niños. Esto de por sí es difícil. Quizás un organismo como el Instituto Nacional de Evaluación de la Educación podría haber hecho un levantamiento de este tipo. Lamentablemente, el organismo fue disuelto en 2019 sin remplazo.
Es difícil saber si no acudir a la escuela durante un año ha traído o no problemas de salud mental a los niños. Yo diría que por si misma, la asistencia escolar no es un factor de salud mental. Sin embargo, la escuela ofrece algo que es crucial para los niños, y que es la convivencia y la integración con sus pares. Las dinámicas colectivas de juego, aprendizaje y, en general, de convivencia, son una pieza clave de la socialización en los niños. Sin embargo, la pandemia nos ha obligado a restringir las interacciones y la convivencia al máximo. ¿Eso tendrá repercusiones? Es probable. Sobre todo, en el nivel de las habilidades de socialización. Aunque también es probable que esto tenga un impacto en el rezago. La convivencia colectiva no solo permite que los niños y niñas desarrollen habilidades sociales, también les ayuda a aprender cosas que, solos y por su cuenta, les sería más difícil aprender. El aprendizaje colectivo ayuda a afianzar el aprendizaje individual. En este sentido, es probable que suspender las clases haya contribuido a aumentar las brechas de aprovechamiento escolar.
El no relacionarse con más niños de su edad, no acudir a clases y sólo quedarse en los hogares ¿afectará la forma en que se relacionarán en un futuro los infantes?
-Creo que sí. Nuevamente no conocemos la magnitud del problema. En primer lugar, porque aún no se han presentado las consecuencias de la actual situación. Sin embargo, es dado pensar que habrá consecuencias. Y no solo me refiero a problemas de socialización con pares. Me refiero al efecto de la suspensión de clases presenciales sobre el aprovechamiento escolar. Suspender clases presenciales ha significado, para muchos niños y niñas, no poder recibir atención de un profesor o ayuda de sus pares. Sin embargo, es probable que no todos los niños y niñas se vean igualmente afectados. Porque precisamente aquí es donde entran en juego las desigualdades socioeconómicas y culturales de las familias.
Niños y niñas de mayor acceso a recursos económicos y tecnológicos tendrán menos problemas logísticos para seguir sus estudios. Y si además estos niños cuentan con padres que recibieron un mayor nivel educativo, entonces es más probable que estos niños puedan resolver sus dudas y solventar su aprendizaje escolar. En otras palabras, los niños de familias acomodadas tendrán computadora, libros, internet, un tutor e incluso mejores condiciones para regresar a clases. Pero en las familias donde ocurre todo lo contrario, donde los ingresos son bajos, no hay computadora y menos internet, donde los padres quizás no recibieron una buena educación o sencillamente no tienen tiempo para acompañar a sus hijos, es muy probable que el rezago en aprendizajes sea mayor.
Sobre la empatía que pueden tener los niños del país, no tener un desarrollo emocional, ¿cómo va a repercutir en su educación posterior?
-Los niños y niñas igual van a tener un desarrollo emocional. ¿Qué tan bueno será? O ¿qué tan sano? Creo que son preguntas aparte. La educación pública en México, hasta donde tengo entendido, no está preparada para manejar de una manera adecuada el “desarrollo emocional de los niños y niñas”. Las escuelas muchas veces no tienen ni el personal suficiente. Los maestros muchas veces tienen grupos enormes, y a veces de varios grados al mismo tiempo, y sus empleos son precarios. Las condiciones de infraestructura tampoco son las más adecuadas. El INEE tenía unos informes sobre las carencias de infraestructura, equipamiento y personal. Y el panorama no era alentador. Es cierto que en educación básica ya tenemos amplia cobertura nacional. Sin embargo, las condiciones básicas para la educabilidad son deficientes.
En las primarias, por ejemplo, en su último informe de condiciones básicas de enseña solo 45% “cuenta con todos los servicios básicos de agua, luz y drenaje”. El resto carece de alguno o de todos estos servicios. Solo cuatro de cada diez primarias tienen un espacio exclusivo para la biblioteca y seis de cada diez escuelas no tienen computadoras. La mitad de las escuelas se considera insegura por motivos de infraestructura en algún grado. Pero el problema no es solo en los espacios. El 40% de los docentes no tienen los libros de texto del grado que imparten.
En este contexto, dudo que las escuelas mexicanas en realidad hayan sido capaces, incluso antes de la pandemia, de atender las necesidades psicoafectivas de sus estudiantes. Creo que, si acaso la desatención psicoafectiva tiene implicaciones sobre la educación posterior, primero, no las conocemos bien, segundo, ya eran previas a la pandemia, y, tercero, con la pandemia solo podríamos esperar agravantes.
En el año de la pandemia hubo deserción escolar, ¿esto le afecta en el desarrollo del país?
-Sí, tenemos algunos datos al respecto. El banco interamericano de desarrollo estimaba que en México 628 mil niños, niñas y jóvenes de 6 a 17 años podrían dejar sus estudios. La SEP, sin embargo, no ha actualizado las estadísticas disponibles, por lo que no tenemos algún dato más puntual sobre la situación actual. También escuchamos algunas noticias sobre las universidades. Tan solo en la UNAM se hablaba de 7 mil 700 alumnos de bachillerato y licenciatura que habían interrumpido sus estudios. Y eso que la UNAM es una escuela prácticamente libre de cuotas.
Sin embargo, estas cifras no son algo menor. La consecuencia inmediata del abandono es el truncamiento temporal o definitivo de los estudios. Ahora, es muy probable que, para muchos jóvenes, esta salida sea de hecho temporal, sin embargo, no es posible saberlo de antemano. Lo que sí podemos adelantar, es que una parte importante de los abandonos se deben a los problemas económicos, familiares y de salud derivados de la pandemia. Son chicos y chicas que ya no tuvieron recursos o tiempo para continuar sus estudios. ¿Cómo afecta esto el desarrollo del país? Bueno, las afectaciones al desarrollo social son inmediatas y directas, porque recibir una buena educación es parte integrante del bienestar social objetivo, lo que debería bastar por si mismo.
Ahora, si me preguntas por el impacto de los problemas educativos sobre la economía. La cosa es más difícil. Algunas teorías económicas dicen que la escolarización contribuye al desarrollo económico porque aumenta la productividad de la mano de obra, además de permitir una mayor movilidad social de clase. Sin embargo, ambas cosas son muy debatibles. El problema económico en México es fundamentalmente otro.
¿Esta situación se puede cambiar dentro de 15 años con las nuevas generaciones?
-Sí. La situación sí puede cambiar. Quizás suena muy categórica mi afirmación. Pero el plazo que das es bastante razonable. Por ejemplo, en los 15 años que van del 2000 al 2015, la cobertura bruta en educación superior presencial, sin contar posgrados, pasó del 20% al 31%. Esto nos da una idea, aunque sea parcial, de los avances que puede haber en 15 años. Sin embargo, todo avance en materia educativa depende de las medidas que la sep pueda emplear, y estas medidas, a su vez, dependen grandemente del presupuesto a educación. Y es precisamente aquí donde las cosas no pintan bien. En primer lugar, el presupuesto educativo no ha aumentado con la nueva administración y tampoco aumentó para 2021. Hasta ahora, no hay ningún plan preciso para la reincorporación a las actividades escolares. Y cuando lo haya, si es que lo hay, es muy probable que este se vea fuertemente limitado por la falta de recursos.
Si en los próximos ciclos escolares no se toman medidas para corregir los rezagos en aprovechamiento creados durante este año, y si esas medidas no están respaldadas financieramente por el estado, entonces la recuperación será lo más lenta y prolongada, o incluso no sucederá.
Desde tu punto de vista, el Gobierno, a través de la SEP, ¿atacó bien el problema para evitar todas estas consecuencias?
-Bueno, desde mi punto de vista el gobierno debió tomar en mayor consideración a los maestros para diseñar su plan. Pero, sobre todo, tendría que haber creado un programa mucho más fuerte y contundente de apoyo a las familias. El reto educativo durante la pandemia era y es enorme. Educar a la distancia es algo para lo que casi nadie estaba preparado. Pero tampoco había muchas alternativas. Sin embargo, educar a la distancia provoca que gran parte del esfuerzo de educar recaiga sobre las familias.
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Escrito por Edna Hernández
Colaboradora