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Al ordenar el asesinato del comandante de las Fuerzas Quds de Irán, Qasem Soleimani, el presidente de Estados Unidos (EE. UU.) realizó un acto de guerra que acercó al mundo a la conflagración. Aunque Donald John Trump aseguró que ese hecho criminal “fue para evitar una guerra”, la tensión con Irán escaló y ya se habla de una Tercera Guerra Mundial o un nuevo Vietnam.
En busca de una solución pacífica ante tal amenaza, China y Rusia exigieron respetar la soberanía de los Estados, apoyados por la Unión Europea (UE) y la Organización de las Naciones Unidas (ONU). En contraste, y muy desentendido del rol internacional de México en esta crisis de seguridad global, el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) declaró: “¡No me meto en eso!”.
Con la aplicación de su estrategia de máxima tensión contra Irán, Trump aspira a debilitar su capacidad político-militar, beneficiar la posición regional de Israel y acotar su creciente relación con Rusia y China. El magnicidio del comandante Qasem Soleimani, de 62 años, ocurrió a unas semanas antes de los ejercicios conjuntos de estos países en el Golfo de Omán.
Con el asesinato del más experimentado combatiente antiterrorista, EE. UU. respaldó a las facciones terroristas de la región. No es secreto que el radicalismo en Siria, Irak, Líbano y otras naciones fue financiado por Occidente y que el Estado Islámico solo contuvo sus acciones por la diestra estrategia de Soleimani. Por eso, su asesinato agrava el precario equilibrio político regional.
Desde 2001, cuando fue ocupado por Occidente, Irak vive en tensión e inestabilidad. Además de soportar la presencia de más de cinco mil soldados estadounidenses, este país es blanco de la violencia terrorista del Estado Islámico. Todo esto produjo múltiples grupos de resistencia que se unieron al comandante de la Fuerza Quds para brindar una lucha decidida contra el terrorismo.
Gracias a Soleimani, gobiernos locales y miles de personas recuperaron el control de sus ciudades. Por ello era habitual su presencia en Irak y Siria y eso lo sabían los servicios de inteligencia de EE. UU. e Israel, cuyos jefes, desde tiempo atrás, ideaban cómo y cuándo eliminarlo.
Eligieron Irak, cuya tensión política empeoró el 1º de octubre con protestas masivas y una severa crisis institucional. El ambiente se caldeó el 27 de diciembre, por la muerte de un contratista estadounidense en la base de Ain al Asad que produjo varios heridos. En reacción a este incidente, EE. UU. atacó objetivos del grupo iraquí Kataib Hezbolá (KH) en Siria e Irak, donde murieron más 20 personas. El 31 de diciembre, la embajada de EE. UU. fue asaltada en Bagdad por supuestos simpatizantes de esa milicia, como respuesta a ese ataque.
Con esos antecedentes, Donald Trump, en su condición de jefe de Estado, ordenó el asesinato de Soleimani y los de Mahdi al Muhandis, líder de KH y sus acompañantes, en el aeropuerto de Bagdad. Este crimen de lesa humanidad, contrario al derecho internacional, fue perpetrado con misiles lanzados por un dron MQ-9 Reaper, cuyo costo es de 64.2 millones de dólares (mdd) y fue diseñado como herramienta de inteligencia y para la ejecución de objetivos en movimiento.
Arrogante, Trump declaró: “Lo que hicimos debería haberse hecho hace mucho tiempo, muchas vidas se habrían salvado”. La justificación del Departamento de Defensa (Pentágono) fue que el general “desarrollaba planes para atacar a personal” de EE. UU. en la región, y anunció que prevé enviar a Medio Oriente entre tres mil y cuatro mil soldados más.
Repudio
El criminal atentado del gobierno de EE. UU. desató condenas en todo el mundo. Hay consenso de que ese asesinato aumentó los graves problemas existentes en la región. El primer ministro iraquí, Adel Abdul-Mahdi, quien renunció en octubre y funge como interino, afirmó que el ataque desafió la soberanía iraquí y lo calificó como “acto de agresión contra Irak, su gobierno y su pueblo”.
El gobierno de la Revolución Islámica de Irán se movió rápidamente y nombró al brigadier general Esmail Gha’ani, cercano colaborador de Soleimani, al frente de la Fuerza Quds. El jefe de la diplomacia iraní, Mohamad Yavad Zarif, anunció: “Ha comenzado el fin de la presencia maligna de Estados Unidos en Asia Occidental”. Y el líder religioso Ali Akbar Velayati advirtió: “Los estadounidenses tomaron una medida estúpida, si no abandonan la región, se enfrentarán a otro Vietnam”, según una versión informativa de la agencia Mehr.
Para el Pentágono, en cambio, el asesinato fue una “acción defensiva decisiva” para proteger al personal estadounidense. Sin embargo, la revista The New Yorker no dudó en llamarla “impresionante escalada” que tendrá efectos contrarios. Según el director del Centro de Investigación Cowen de Defensa Aeroespacial, Roman Schweizer, esto sería “el equivalente del asesinato del Jefe de las Fuerzas Conjuntas del Ejército de EE. UU. por Irán, o del director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y que, además, lo presumiera”.
Diplomáticos y analistas coinciden: el exembajador de EE. UU. en Irak, Douglas Silliman, censuró en The New Yorker: “Esto es como si Irán asesinara al comandante de las operaciones militares de Estados Unidos en Medio Oriente y el sur de Asia. Si Irán lo hubiese hecho ¿cómo lo hubiéramos considerado?”.
Para el presidente del Grupo Eurasia, Ian Bremmer, “EE. UU. mató al Patton iraní”, aludiendo a George Patton, héroe de la Segunda Guerra Mundial. Y uno de los 52 estadounidenses que, en 1979, fueron retenidos en Irán; John Limbert, anticipó: “Esto no va a terminar bien”.
El alcance geopolítico del acto criminal se expresó de inmediato al incrementarse el precio del petróleo y del oro. Entretanto, el secretario de Estado de EE. UU., Mike Pompeo, intentó tranquilizar a sus aliados y llamó a sus homólogos de Rusia, Francia, Alemania y Reino Unido. A éstos y otros líderes internacionales les informó que su país pretende “reducir la tensión” con Irán.
Contra la escalada
Tras el anuncio del secretario de Defensa de EE. UU., Mark Esper, sobre el despliegue inmediato de 750 miembros de la 82a División Aerotransportada, y sobre el futuro de otros que llegarían a ser tres mil 500, la comunidad internacional entró en alerta.
Como esas tropas se suman a los 14 mil efectivos que, en mayo, fueron enviados a la región, cuando Washington presionó más a Irán, entonces Rusia y China llamaron a evitar una escalada y advirtieron sobre las impredecibles consecuencias que el asesinato alcanzará.
La cancillería rusa destacó que Soleimani se dedicó fielmente a defender los intereses de Irán y a luchar contra el terrorismo, y el jefe del comité de Asuntos Internacionales del Senado, Konstantin Kosachov, aseguró que, con este crimen, Washington “enterró las últimas esperanzas de salvar el pacto nuclear”, según la revista The Trust Project.
El ministerio de Defensa ruso afirmó que, “bajo el mando directo de Qasem Soleimani, mucho antes de que EE. UU. creara su Coalición Internacional, se organizó la resistencia militar internacional contra los grupos Estado Islámico y Al Qaeda en Siria e Irak”. Y agregó que el asesinato es “corto de miras y conducirá a un brusco empeoramiento de la situación político-militar en Medio Oriente”.
Penoso alejamiento
Evasivo a una pregunta de la prensa, sobre el asesinato del comandante Soleimani con un bombardeo de EE. UU., el presidente mexicano respondió: “No me meto en eso” y agregó: “No vamos a juzgar en estos casos porque no queremos que nadie intervenga en lo que corresponde a las decisiones de los mexicanos”. Para muchos analistas, esta reacción de AMLO evidenció su visión simplista de los asuntos internacionales y del grave impacto que tendrían en la realidad nacional. Preocupa que oculte su adaptación a la peligrosa política exterior de fuerza mostrada por Donald Trump y que ha puesto al mundo, México incluido, en vilo.
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Escrito por Nydia Egremy
Internacionalista mexicana y periodista especializada en investigaciones sobre seguridad nacional, inteligencia y conflictos armados.