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En un informe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) se asienta que, entre sus países miembros, México es donde hay menos días de vacaciones, ya que sus trabajadores solo descansan seis días al año, sin considerar los feriados constitucionales, seguido de Japón y Costa Rica, donde se conceden 10 días. El mismo análisis revela que México es el país miembro de la OCDE donde más horas al año se trabajan: dos mil 137 horas en promedio, después de Costa Rica con dos mil 60 horas.
La situación es alarmante porque muestra un desequilibrio insano entre el trabajo y el descanso; ya que la falta de éste desencadena problemas de salud mental y física. Pero visualizar únicamente así este problema resulta superficial; y lo correcto es cuestionar las causas que obligan a los mexicanos a aceptar largas jornadas sin descanso. La primera, sin duda, tiene relación directa con las bajas tasas de empleo formal, pues se calcula que hay 21 millones puestos formales; y que la población económicamente activa está conformada por 58.4 millones personas. La segunda causa son los bajos salarios cuyos montos no son congruentes a los costos de una vida digna. Estos dos factores son los que “empujan” a los trabajadores a aceptar las condiciones inhumanas que destaca el informe de la OCDE.
Esta otra cara de la realidad posibilita un análisis crítico más profundo del problema. El capitalismo es un sistema que funciona por la explotación física e ideológica del trabajador mediante el uso del dinero como fórmula de engaño. A cambio de determinado tiempo de trabajo, el dueño de la empresa paga al trabajador un salario con dinero, cuyo uso en la dinámica capitalista no equivale a todas mercancías disponibles en el mercado, sino que también tiene tareas ideológicas importantes para el funcionamiento del capitalismo.
En el sistema esclavista, los trabajadores laboraban para beneficio de los amos, quienes “pagaban” a sus esclavos en especie, es decir, con comida y ropa indispensable y un lugar donde descansaban. Los esclavos, además, no podían decidir en dónde ni en qué trabajar. En el sistema capitalista, el trabajador también se emplea para alguien más; pero a cambio de su trabajo recibe dinero, que puede decidir en qué gastar (comida, ropa, educación, vivienda, aparatos electrónicos, etc.) y como no pertenece a su empleador, puede decidir en qué momento renunciar y hacerlo por las razones que crea convenientes.
Pero esto es solo aparente porque, en los hechos, la realidad es otra; ya que, como lo evidencian los datos de la OCDE sobre los trabajadores mexicanos, su “tiempo libre” no es realmente libre; porque el dinero que reciben a la semana o en la quincena a duras penas les alcanza para cubrir sus necesidades indispensables; y tampoco pueden irse de vacaciones a sitios turísticos porque los días que les dan son reducidos y no tienen los recursos necesarios para pagárselas.
Es así como el dinero desempeña muy bien la función de aparentar una libertad de los trabajadores que, en los hechos, no existe y contribuye a falsear la realidad cotidiana. Por ello, a los trabajadores solo les queda la decisión de actuar para transformar ésta efectivamente.
El pleno empleo es un concepto económico que hace referencia al propósito del Estado capitalista de proveer de trabajo
“Que apoye el gobierno a la gente, sobre todo a la gente que más lo necesita. No hay dinero, no alcanza para el gasto”.
En lugar de propiciar la creación de empleos dignos y bien remunerados para el pueblo, este gobierno se ha dedicado a “acciones de caridad” que arrebatan a sus beneficiarios todo rastro de dignidad humana.
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Las máquinas fueron construidas para facilitar el trabajo del obrero.
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Escrito por Jenny Acosta
Maestra en Filosofía por la Universidad Autónoma Metropolitana.