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En estos días ocurren en África acontecimientos de trascendencia mundial. Países que fueron colonias francesas buscan su real independencia. El epicentro está en el Sahel, la franja de países que recorre África de Este a Oeste al sur del desierto del Sahara, y que incluye, entre otros, a Senegal, Burkina Faso, Mali, Níger, Chad, Camerún; aunque hay efervescencia política también en la región del golfo de Guinea. Apenas el pasado domingo, como apoyo popular a la destitución del presidente profrancés, en una multitudinaria manifestación en Niamey, capital de Níger, ondeaban banderas rusas y podían leerse pancartas con la leyenda: “Abajo Francia, Viva Putin”. Pero, ¿por qué ocurren estos levantamientos ahora? ¿Por qué en el Sahel? ¿Por qué el coraje contra Francia y la simpatía hacia Rusia? La historia ayuda a entenderlo.
Desde el Siglo XIX terminó de consolidarse la colonización de África, principalmente por Inglaterra y Francia, que imponían a los territorios dominados la presencia del ejército de ocupación, la imposición directa de gobernantes y leyes desde la metrópoli, saqueo de materias primas y recursos naturales, uso de fuerza de trabajo barata, frecuentemente esclava, imposición de idioma y costumbres, etc. Desde 1830, Francia invadió Argelia, que terminaría independizándose hasta 1962; en 1881, Túnez, y luego Senegal, Mauritania, República del Congo, Níger, Costa de Marfil, Guinea, Mali, Chad, Benín. En 1884, con el Reino Unido se repartió las colonias africanas, agregando a las ya mencionadas la República Centroafricana, Marruecos, Madagascar, Camerún, Gabón, Burkina Faso. Sumó alrededor de veinte.
Hacia los años sesenta del siglo pasado, la forma colonial de dominación se tornó insostenible, y Francia se vio obligada a conceder lo que pomposamente se llamó la independencia; en realidad solo aflojó un poco el lazo. “Las metrópolis comenzaron a pensar que los políticos africanos, que estaban más en sintonía con la cultura y con las realidades sociales de sus pueblos, manejarían mejor los conflictos (…) [y] podían confiar a esta élite indígena la tarea de dirigir la transición (…) optaron por conceder la independencia a sus colonias: en septiembre de 1959, De Gaulle proponía la autodeterminación de Argelia y en 1960, tras el discurso de Macmillan, se iniciaba la oleada de las independencias graciosamente concedidas. En un solo un año accedieron a ella Camerún, Togo, la Federación de Mali, Madagascar, el Congo belga, Somalia, Dahomey (hoy Benín), Níger, Alto Volta (hoy se llama Burkina Faso), Costa de Marfil, Chad, República Centroafricana, Congo-Brazzaville, Gabón, Senegal y Nigeria, al propio tiempo que Ghana se convertía en república”. (Josep Fontana, Por el bien del imperio, Pág. 341).
Pero la independencia no era tal. Se trataba de un espejismo. El imperio no liberaba a sus colonias ni perdonaba a quienes se tomaban en serio la soberanía. Quería títeres, y varios líderes fueron eliminados: “… en octubre de 1960, el asesinato en Ginebra del camerunés Félix Moumié, envenenado por un agente del gobierno francés que pretendía ser un periodista; a lo que siguió, en enero de 1961, el asesinato en el Congo de Lumumba, del que eran asociadamente culpables los belgas y la CIA, por instigación directa de Eisenhower; y en 1963 el de Sylvanus Olympio, presidente de Togo (…); en 1964, Nelson Mandela, denunciado a la policía sudafricana por un agente de la CIA, fue condenado a cadena perpetua (…) estaba claro que los vientos de la libertad eran todavía muy débiles” (Fontana, Pág. 342). Y abunda: “Respecto de Camerún, Foccart se encargó de (…) dar el poder a Ahmadu Ahidjo, a quien ayudó a combatir la guerrilla (…) Ahidjo se mantuvo 22 años en el poder (…) su sucesor, Paul Biya, fue escogido al parecer por la petrolera Elf …” (Pág. 350). Y añade que Gobiernos franceses, de izquierda y de derecha, sacaban de apuros a sus secuaces africanos con fuertes sumas de dinero, a través de bancos suizos.
Pero el proceso mismo de “descolonización” no fue muy lejos. El ejército francés permaneció en varias excolonias. En la República Centroafricana intervino “con hombres y aviones en 2006”, y “los servicios secretos franceses tomaron de facto el mando del país” (Fontana). Francisco Urbisaglia consigna: “Francia desde los 60 hasta la actualidad intervino en decenas de conflictos (…) también tiene bases militares en gran parte del continente” (Neocolonialismo francés en África, Córdoba Global, Centro de Estudios Internacionales, 29 de mayo de 2023). Afirma que Francia tiene bases militares en 11 excolonias; Estados Unidos, en 16 países africanos; Rusia, por cierto, en ninguno. Y agrega que en 1986, Francia envió miles de soldados a Chad, para enfrentar a Libia, y estableció una base militar para influir en Sudán. Además de lo señalado, África está políticamente fragmentada, en crónicas guerras intertribales, instigadas por Francia y otras potencias, que patrocinan también “grupos rebeldes” locales para derrocar gobiernos desobedientes y promueven golpes de Estado por militares adeptos a Francia; asimismo, protegen a mafias de tráfico de drogas, armas y personas, fuente de gran inestabilidad política. A esto se agregan, como declaró recientemente el presidente de Burkina Faso, ONG, estructuras de control imperialista, que dando “despensas” –limosnas, dice–, hacen a los pueblos dependientes; todo esto mientras el sistema agrícola decae.
En el esquema de “independencia”, establecido por el presidente francés Charles de Gaulle: “… la relación (con las) excolonias sería mediante acuerdos de ‘cooperación’, que tendrían las siguientes condiciones: instaurar cuarteles franceses en los nuevos países, heredar las deudas coloniales e implementar dos divisas distintas (…) [así] nacieron en 1960 trece estados: Camerún, Senegal, Togo, Benín, Níger, Burkina Faso, Costa de Marfil, Chad, República Centroafricana, República del Congo, Mali y Mauritania. (…) un nuevo escenario donde los países africanos se encontraban bajo la tutela de Francia…” (F. Urbisaglia).
Sin abandonar del todo los viejos controles, el dominio colonial adquirió nuevas formas, más centradas en el factor económico, dando lugar así a un régimen neocolonial: desde antes del euro, el franco francés se impuso a las excolonias como moneda nacional. Pero eso no es todo: “… el banco central de Francia puede vetar las decisiones que tomen los bancos regionales africanos (…) Por último, esta moneda está ligada al euro, por lo que, si el euro se devalúa o revaloriza, el Franco CFA seguirá la misma tendencia, impidiendo que los estados africanos puedan controlar la inflación o sus deudas públicas” (Francisco Urbisaglia). Quince países padecen esto. Si bien, la presencia militar decrece, los controles neocoloniales se renuevan en el esquema imperialista y globalizador, con mayor énfasis en la palanca económica: el crédito y la deuda, importaciones y exportaciones, tecnología.
En materia productiva: “… compañías galas en el continente africano extraen las materias primas (…) metales en la República Centroafricana; petróleo en Gabón, algodón y oro maliense (…) clave en la seguridad energética gala es la situación en Níger, donde la francesa Areva extrae entre un tercio y un 40 por ciento del uranio que utilizan las centrales nucleares francesas para producir dos tercios de la electricidad que consume el país (…) una desestabilización de Níger puede suponer un serio reto para el suministro eléctrico en Francia. Además (…) el 50 por ciento de las reservas de divisas debe ser depositado en el banco central francés, lo que en la práctica ha supuesto una inyección de liquidez y estabilidad para el propio tesoro galo” (Fernando Arancón, La Francáfrica o el imperio neocolonial francés,12 junio de 2015).
Y las consecuencias son desastrosas: el porcentaje de población debajo del umbral de la pobreza es nueve veces superior a la media mundial; la deuda externa del África subsahariana, 789 mil millones de dólares, se ha duplicado en diez años; la deuda representa el 60 por ciento del Producto Interno Bruto africano (El Viejo Topo, 21 de marzo de 2023). Acertadamente, Vladimir Putin declaró, ante la cumbre de jefes de Estado Rusia-África, en San Petersburgo –y en términos similares lo hizo el presidente de Burkina Faso, Ibrahim Traoré–, que no basta con que las excolonias tengan una bandera o reciban alimentos. Necesitan construir economías viables, con una desarrollada capacidad productiva, y para lograrlo deben conquistar su independencia.
En su participación en el Foro Económico Internacional de San Petersburgo (SPIEF), el presidente de Rusia, Vladimir Putin, afirmó que EEUU "al declararse vencedor de la Guerra Fría" pasó a considerarse "el mensajero de Dios en la Tierra".
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Por primera vez en la historia moderna, las sanciones no están funcionando, y podemos concluir, en buena lógica, que económicamente (y militarmente) el mundo está preparado para un equilibrio multipolar.
El dibujo mediático de un supuesto esfuerzo glorioso de los ucranianos contra un invasor es cada vez más difícil de sostener. Al mismo tiempo en que los otanistas patrocinan las masacres de Israel en Gaza, Ucrania está quedando desahuciada.
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La excanciller de Alemania declaró que no tiene por qué disculparse respecto a sus políticas hacia Rusia, aunque se pregunta si se podría haber hecho más para prevenir la tragedia en Ucrania.
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Escrito por Abel Pérez Zamorano
Doctor en Economía por la London School of Economics. Profesor-investigador de la Universidad Autónoma Chapingo.