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Una vez más, el nombre de Haití recorre los principales medios del mundo. BBC, CNN, El País, entre otros, hablan hoy de la crisis que vive la pequeña nación caribeña: las manifestaciones multitudinarias, las barricadas, los disturbios y la represión policial, se han prolongado ya por más de dos semanas, sin embargo, en el contexto de la ofensiva imperialista contra Venezuela, parece que a nadie le importa. ¿Qué está pasando en Haití?
La causa inmediata del estallido social son los señalamientos de corrupción que pesan sobre el presidente, Jovenel Moïse. De acuerdo con las principales voces opositoras, los recursos económicos que el país ha recibido como parte de Petrocaribe, la iniciativa creada por Chávez para apoyar con petróleo venezolano a los países caribeños, no han sido empleados en las necesidades de los haitianos, sino que han ido a parar a las fortunas de ciertos empresarios ligados al gobierno. El problema no es nuevo, pues las primeras manifestaciones sociales de inconformidad surgieron a mediados de 2018; ahora el descontento se encuentra en su cúspide.
La crisis actual es, en realidad, solo la última manifestación de la crisis estructural que vive el país insular desde hace décadas. Con más del 80% viviendo bajo el umbral de la pobreza, Haití es el país más pobre de América Latina. La crisis, sin embargo, no es solo económica, sino también política. Si en el continente americano hay un Estado que verdaderamente puede calificarse de fallido, ese es el Estado haitiano. Es tal la debilidad de sus instituciones, que desde 2004 –luego de un golpe de Estado- la ONU mantiene en su territorio la Misión de las Naciones Unidas para la Estabilización en Haití (MINUSTAH); los soldados de esta misión tienen el objetivo de reconstruir el estado de derecho y de garantizar la normalidad democrática, aunque en los hechos su labor se limita a mantener la relativa paz existente. Es un país, pues, con un Estado totalmente disfuncional.
Al contrario de la versión que suele manejarse, la debilidad de las instituciones haitianas no se debe a la estela de destrozos dejada por los fenómenos meteorológicos; ciertamente, estos han contribuido a mantener postrado al país, pero no son la causa esencial del problema. Quizá la prueba más contundente para desmontar esta visión sean sus vecinos: los dominicanos. República Dominicana y Haití comparten la misma isla (La Española), y tanto los terremotos como los huracanes y las emergencias sanitarias (como el cólera) que han azotado a Haití, también las ha sufrido República Dominicana, sin embargo, esta última ha enfrentado exitosamente los fenómenos meteorológicos y las contingencias sanitarias. Los dominicanos, de hecho, ven con desprecio y racismo a los haitianos, quienes migran a la nación vecina para conseguir trabajo. ¿Por qué dos países geográficamente tan cercanos tienen una dinámica económica, política y social tan distante?
Quizá lo que mejor explique la terrible realidad haitiana sea la neocolonización que ha sufrido por muchas décadas. Durante gran parte del siglo XX, todo el Caribe fue tratado por Estados Unidos, con ayuda de los dictadores locales, como una gran colonia. La diferencia entre Haití y el resto de los países es que en el primer caso el último gobierno dictatorial (el de Baby Doc) fue derrocado tardíamente, solo hasta 1986. Durante todos los años previos, la economía nacional no se desarrolló y las instituciones estaban totalmente sometidas a la voluntad del “hombre fuerte”. Por eso, cuando se acabó el régimen dictatorial y se intentó transitar a la democracia, las crisis económica y política explotaron inmediatamente.
Haití, a diferencia de Venezuela, es un país con pocos recursos naturales que puedan ser codiciados por las grandes empresas transnacionales. Por eso, la permanente crisis que viven los haitianos, solo arranca escuetas frases de condolencia a los “campeones de la democracia”. Al tratarse de un país con tan graves problemas económicos, sociales y políticos, y con tan poco que ofrecerles a los tiburones de la burguesía internacional, ¿a quién le interesa terminar con la permanente crisis de Haití?
Los países desarrollados hasta ahora no han pagado los 100.000 millones de dólares que se comprometieron a dar a los países pobres cada año en la lucha por el medioambiente.
No se presentó un plan alternativo para la educación mexicana.
La producción constante, frenética, desquiciada de mercancías es, por tanto, consustancial al sistema.
El pasado 24 de junio, el Fondo Monetario Internacional (FMI) actualizó su estimación de la contracción económica que la segunda economía latinoamericana sufrirá en 2020 en el marco de la pandemia, de 6.6 a 10,5 por ciento.
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Escrito por Ehécatl Lázaro
Columnista de politica nacional