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Las peras del olmo: Francisco I. Madero y los zapatistas
Madero llegó al poder con un gran respaldo popular. No era para menos.
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La mayoría de las veces, los seudónimos designan adecuadamente la faceta o la característica más sobresaliente de la actividad profesional de quienes son aludidos. Así, Lope de Vega es aún el Fénix de los Ingenios y Sor Juana Inés de la Cruz la Décima Musa. Otras veces, en cambio, ocultan u omiten una parte significativa de la historia completa. Tal es el caso elocuente de Francisco I. Madero, quien ingresó al panteón nacional como Apóstol de la Democracia. El resplandor tan rotundo y aparentemente intachable de este apelativo enmascara, sin embargo, una porción nada despreciable de la carrera política del personaje que encabezó –según la narrativa histórica del régimen actual– la Tercera Transformación (3T) de México.

Madero llegó al poder con un gran respaldo popular. No era para menos. Él era el hombre del momento. A los ojos de la mayoría aparecía como el temerario e invicto retador y vencedor de un Porfirio Díaz que –hasta muy poco antes– parecía omnipotente e invencible. En el imaginario colectivo figuraba también como un idealista puro e incorruptible que deseaba restaurar la democracia nacional e instaurar la libertad absoluta en México.

Con semejantes credenciales, no sorprende saber que el 1º de octubre de 1911 obtuvo el voto de veinte mil electores (equivalentes al 98 por ciento del padrón total) en las primeras elecciones presidenciales de la época posterior al Porfiriato. A decir verdad, muy pocos preveían un resultado diferente. Así, el “pueblo” mexicano ungió a Madero como Presidente de la República. 

A partir de entonces, no obstante, el flamante “Primer Magistrado de la Nación” mostró un perfil menos “afable” y perdió, en menos de dos meses, gran parte de su popularidad inicial. Hacia finales de noviembre del mismo año, los zapatistas rompieron con él porque escatimó la solución radical y expedita del problema agrario. En el Plan de Ayala, los revolucionarios agraristas condenaron la traición de Madero y plantearon el programa de acción de una nueva rebelión que –a diferencia de la anterior– debía ser plebeya y radical.

En respuesta, Madero los persiguió –prácticamente los cazó– sin cuartel en Morelos y parte de Puebla. A fin de exterminar la revuelta, sus generales, en especial Victoriano Huerta y Juvencio Robles, aplicaron la cruel estrategia de la “reconcentración”. Miles de campesinos fueron obligados a desalojar sus comunidades de origen y muchas de ellas fueron arrasadas por el fuego. Los documentos de la época prueban que Madero conocía la crueldad de los métodos de Huerta y Robles. Aun así, el Apóstol no intervino en defensa de la población civil y prefirió continuar el proyecto de exterminar a los zapatistas.

Al mismo tiempo, Madero dirigió contra ellos una campaña negra en la prensa nacional. En los principales diarios del país, los seguidores de Zapata recibieron insultos clasistas y epítetos zahirientes y despectivos como “chusma”, “hordas feroces”, “plaga”, “facinerosos”, “bandidos”, etcétera. Dicha cruzada periodística perseguía el objetivo evidente de exacerbar el miedo y la psicosis de la opinión pública para conseguir que esta  aprobara y pidiera el exterminio absoluto y a cualquier precio de los deleznables e  indeseables rebeldes.

Los hechos desmienten títulos

Aun así, alguien puede alegar –a pesar de todo– que los zapatistas pedían algo que Madero no podía cumplir, porque él mismo no pretendía cambiar el régimen de la propiedad agraria. Ciertamente nadie puede esperar peras del olmo, y en este caso Madero era, a todas luces, un grandísimo olmo. Empero, si el propio olmo las ofrece para ganar el apoyo o la confianza de un público ávido y necesitado de peras, y más tarde no las entrega, o pretende entregar un sucedáneo insatisfactorio, el público timado puede con todo derecho exigir la fruta prometida y al mismo tiempo denunciar el carácter farisaico del árbol impostor. Y puede reclamar peras del olmo porque, en primer término, las merece y, en segundo, porque las frutas en disputa existen y se pueden obtener por otras vías… aunque el olmo por sí mismo no las pueda o quiera entregar. Y, como en el pasado, el presente.


Escrito por Miguel Alejandro Pérez

Maestro en Historia por la UNAM.


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