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A la deriva y con el timón roto
La izquierda fue despojada del elemento activo que la hacía realmente revolucionaria y transformadora
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Desde que Morena se erigió como partido, las dudas sobre su orientación política y filosófica, su estrategia y tácticas quedaron al descubierto; no parecía ceñirse a un plan de trabajo claro y específico. Con el paso del tiempo y la observación de los hechos de cada uno de sus principales dirigentes, las dudas no solo se multiplicaron, sino se confirmaron con respecto a las expectativas más fatales.

A pesar de ello, el ansia de cambiar la realidad nacional, llevaron a una parte del pueblo mexicano a otorgar su confianza a este partido. La población votó por sus candidatos y no se preguntó cuál era su ideología, ni qué estrategia iba a seguir una vez que alcanzara el poder político. Los ciudadanos solo querían un cambio, viniera de donde viniera, y la simple promesa les resultó suficiente, sin importar si éste pudiera ser mejor o peor. Andrés Manuel López Obrador (AMLO) se vistió con el raído manto de la “izquierda”, suficiente para ganarse la simpatía de los desesperados.

En otra época, sobre todo antes de la caída del muro de Berlín y la desaparición del bloque socialista, las autoproclamaciones de izquierda significaban algo o tenían algún sentido. Era natural asociar a esos partidos con el pensamiento marxista o, en términos muy generales, con la política implementada por la socialdemocracia europea. Al desaparecer la Unión Soviética, los llamados partidos de izquierda tardaron muy poco, casi nada, en negar sus orígenes, sus principios y su propia filosofía, efecto natural en grupos políticos donde el aprendizaje de la ideología marxista era superficial y en los que prevalecían los intereses personales de los líderes, quienes inmediatamente se pusieron al servicio de la corriente triunfante, encabezada por Estados Unidos: el neoliberalismo.

Tal como Pedro al ver a Jesús en la cruz, sintió que su causa estaba perdida y su vida corría peligro, la izquierda mundial negó a Marx. Pero no lo negó solo tres veces sino hasta el cansancio para demostrar, a sus nuevos amos que ahora estaba completamente a su servicio. Pedro se arrepintió casi de inmediato al escuchar el canto del gallo que le había preconizado su maestro; los segundos perseveran hasta ahora en su negativa porque todavía no entienden que por más cruces que levanten sobre el marxismo, la vigencia de esta filosofía de la historia está supeditada a la existencia misma del hombre.

La izquierda fue despojada del elemento activo que la hacía realmente revolucionaria y transformadora. Al arrancársele el marxismo quedó solamente el cascarón que había servido para aglutinar intereses contradictorios entre sí. Sin marxismo y sin leninismo, es decir, sin estrategia ni táctica, el concepto de izquierda quedó vacío, hueco e inservible; útil únicamente para quienes buscaron disfrazar su ambición personal de interés colectivo.

De esta forma, y posiblemente de manera mucho más cínica y desvergonzada que en otras partes del mundo, la llamada izquierda mexicana se convirtió en un espectro, en un fantasma que utilizó cualquier cuerpo que le ofreciera asilo, llegando a recalar en el nuevo partido en el poder. Los ideólogos de Morena pretenden haber descubierto una nueva teoría revolucionaria con base en sus intereses de grupo y con las ideas de “intelectuales” como Paco Ignacio Taibo II, John Ackerman, Elena Poniatowska, entre otros; ha formado un revoltijo de distintas teorías económicas, filosóficas, religiosas y políticas. Entre ellas sobresalen una especie de marxismo tergiversado; la llamada “teoría de la liberación”; barruntos de “filosofía” indígena-zapatista, los sermones moralizantes de la doctrina evangélica que profesa su jefe máximo.

No analizaremos aquí las diferencias y contradicciones que estas visiones del mundo tienen entre sí; basta escuchar una de las “misas de siete” que encabeza todos los días el Presidente para observar la capirotada ideológica que se ha formado en la mente del hombre que pretende dirigir el rumbo del país. Lo más desconcertante ahora es que los insignes teóricos de la llamada “Cuarta Transformación” (4T), apenas pasados siete meses de puesta en práctica su teoría, han pegado el grito en el cielo, desencantados por el fracaso rotundo de la misma.

Los ilustres filósofos de la 4T se muestran sorprendidos por el fracaso de su partido y reniegan de él. Les sorprende que la criatura que nació muerta no camine ni corra como esperaban y al ver a su Frankenstein moreno despedazar al país, se llevan las manos a la cabeza escandalizados, olvidándose que fueron ellos quienes le infundieron vida y fuerza, como el doctor Víctor Frankenstein lo hizo con su monstruo. Su creación corre ya descontrolada destruyendo todo lo que a su paso encuentra; y si antes era un peligro por la ausencia de una estrategia de acuerdo a las necesidades de un país agonizante, ahora, que abiertamente reconoce que el timón se ha roto, es más, que probablemente el barco naufrague en la tormenta que ellos mismos ocasionaron. 


Escrito por Abentofail Pérez Orona

Licenciado en Historia y maestro en Filosofía por la UNAM. Doctorando en Filosofía Política por la Universidad Autónoma de Barcelona (España).


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