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Palmeras en la nieve
Es, sencillamente, una historia de amor, compasión y empatía para algunos seres humanos que son parte de los desheredados de la Tierra.
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En 2015, el realizador español Fernando González Molina filmó una cinta –basada en la novela homónima de la escritora española Luz Gabás-, cuya solvencia narrativa y buenas actuaciones logran enganchar a los cineespectadores. Aunque la cinta logra ubicarnos más o menos de forma correcta en el contexto socio histórico de la nación africana, conocida actualmente como Guinea Ecuatorial (antes conocida como Guinea Española) que sufrió el colonialismo europeo durante siglos; colonialismo que en esos años –finales de los años 50 y los años 60 del Siglo XX–, se estaba derrumbando, como consecuencia de las luchas nacionalistas e independentistas que ocurrían en África y otras regiones del planeta. Palmeras en la nieve nos cuenta dos historias disimétricas en el tiempo, pero engarzadas por la relación familiar.

Killian (Mario Casas) es un español que nació en Guinea Española, pero que vivió su infancia y adolescencia en Huesca (en las montañas de España, lugar que tiene un clima gélido), llegado el momento se traslada a su lugar de origen, pues ahí se encuentran su padre y su hermano, los cuales trabajan como capataces en una riquísima hacienda productora da cacao. La trama nos va mostrando la crueldad de los europeos hacia los trabajadores agrícolas (casi esclavizados) que son en su mayoría de origen nigeriano. Se puede señalar como una falsificación de la cinta la forma suavizada en que los españoles tratan a sus trabajadores en esta historia, pues es un hecho muy conocido que los colonialistas españoles –y el europeo en general– desde el Siglo XV mantuvieron en condiciones inhumanas de sobreexplotación a los esclavos (millones de africanos fueron capturados para ser llevados a América en esa calidad). Es incuestionable que la llamada “acumulación originaria” del capital –el origen de las riquezas capitalistas– se logró gracias al sudor, las enfermedades, el agotamiento y la muerte prematura de millones de esclavos, durante siglos, generación tras generación.

Killian se enamora de Bisila (Berta Vázquez), una guineana, que ejerce como enfermera en un hospital. Bisila es una hermosa africana que sufre una violación tumultuaria en la que participa el hermano de Killian, lo cual desata la ira de éste último, quien golpea sin misericordia a su hermano, que convalece en el hospital en el que Bisila trabaja.

La otra historia que nos cuenta González Molina es la de la sobrina de Killian, Clarence (Adriana Ugarte), que al revisar el archivo fotográfico en las cartas de su tío, va descubriendo las vivencias, las desgracias de su familiar. Clarence viaja a Guinea Ecuatorial y conoce al hijo de su tío y también a Bisila, cuando es ya una mujer anciana. Ella le cuenta los hechos, los hondos sentimientos que la unieron al español. Clarence llora inconsolablemente al escuchar la historia de Bisila.

Palmeras en la nieve es una cinta filmada en Senegal y en Colombia; tiene una fotografía espectacular, con excelentes encuadres y deslumbrantes escenarios. La historia de una relación interracial, en estos momentos en que en el mundo se ha incrementado la lucha en contra del Apartheid, en contra de la política supremacista de Trump y las élites imperialistas –cuya esencia ideológica y política es fascista–, abona favorablemente para esta causa. Pero el filme de González Molina está lejos de ser un alegato propagandístico. Es, sencillamente, una historia de amor, compasión y empatía para algunos seres humanos que son parte de los desheredados de la Tierra.


Escrito por Cousteau

COLUMNISTA


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