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Es una guerra multidimensional entre dos adversarios poderosos con un solo objetivo: dominar el presente y el futuro del Siglo XXI. Hace décadas que los partidos Republicano y Demócrata de Estados Unidos (EE. UU.) ansían frenar el avance de la República Popular China (RPCh) y en la renovada Guerra Fría del capital corporativo por reelegir a Donald John Trump, el último recurso es mostrar a China como al nuevo enemigo.
En este contexto, el magnate abrió varios frentes de disputa entre dos naciones, a las que separan más de 11 mil 139 kilómetros: recrudeció sanciones comerciales, lanzó amagos bélicos, una ofensiva mediática con la que incitó protestas en Hong Kong, atizó el separatismo de Taiwán y cerró el consulado chino en Houston, Texas.
Sin embargo, esta guerra sin tregua se dirime en los ejes político-bélico, tecnológico y comercial, sucede en un mundo sumido en la pandemia del Covid-19 que ya no cree en falacias imperiales y donde al acercarse la elección del martes tres de noviembre, el magnate se ve cada vez más desesperado porque su competencia con el demócrata Joe Biden no tiene un final “cantado”.
Algunos analistas ven crecer las simpatías a favor de Biden y otros alegan cierta ventaja estratégica de Trump, que exacerba la fobia contra Beijing entre su rupestre base electoral.
Pero así, el multimillonario inmobiliario ignora el liderazgo empresarial y político de su país. En julio de 2019, The Washington Post publicó una carta de hombres de negocios y políticos que, pragmáticos, pretendían neutralizar y desmontar la llamada guerra comercial entre EE. UU. y China.
“China no es un enemigo”, suscribían en su mensaje 100 exfuncionarios, militares y expertos en relaciones internacionales y advertían que el temor de que China reemplace a EE. UU. como líder global “es exagerado”, pues el país asiático no está en condiciones de operar globalmente.
Embustes y agresión
Lo que no tiene discusión es que, tanto a republicanos como a demócratas, les dio pánico el emergente poderío político-tecnológico, comercial y militar de China. Y para socavar a ese adversario, idearon campañas falaces: que Beijing margina a los uigures, que pretende colonizar el mar Meridional, que causó el déficit en EE. UU. o que la nueva Ley de Seguridad en Hong Kong lesiona derechos humanos.
Obviamente, republicanos y demócratas soslayaron que, en su país, hay maltrato sistemático contra mexicanos, latinos, afroamericanos y asiáticos, y que utilizaron una moral doble al defender los derechos de las minorías en el exterior sin hacerlo con las de su propio territorio. No les importó que, en mayo y julio, el mundo atestiguara el alcance del violento racismo existente en EE. UU. y contra el que protestaron millones de personas.
Sordos al llamado de las minorías en su país y a los reclamos por la torpe conducción de la pandemia, Trump y sus estrategas de campaña articularon una propaganda de bravatas, provocaciones y diatribas contra China. En contraste, al otro lado del Pacífico, con su herencia milenaria de sobria visión política, Beijing reaccionó cauteloso y sereno ante la agresión.
Trump esgrime falacias impropias de un estadista: desde afirmar que China dispersó intencionalmente el Covid-19 hasta alegar que ese país le causó el gran déficit y le “roba” propiedad intelectual. El asesor de Barack Obama para Asia, Danny Russel, asegura que esa escalada retórica solo busca atraer votos.
Fue así como el 22 de julio instruyó al secretario del Departamento de Estado, Mike Pompeo, a cerrar el consulado chino en Houston, Texas. En reciprocidad, China ordenó el cierre del consulado de EE. UU. en Chengdu dos días después. Indicó que era una “respuesta necesaria” y el canciller Wang Yi solicitó a EE. UU. parar esa política de provocación y “permitir que la diplomacia haga su trabajo”.
Pero la diplomacia de seda no está en la agenda de “un desesperado hegemónico” que pierde poder. Igual actitud asumen los demócratas, cuyo aspirante presidencial, Joe Biden, respaldó la política anti-China de Trump. Esta actitud anunciaría que un retorno demócrata a la Casa Blanca mantendrá la política de agresión contra China.
Radiografía de dos adversarios
EE. UU.: Presupuesto militar (2019): 740 mil millones de dólares (mdd) y 800 bases militares en todo el planeta. Su gasto bélico es 10 veces superior a lo que gastan las 10 potencias militares en conjunto, incluidas China y Rusia. Sus casos por Covid-19 superan los cinco millones y reporta más de 150 mil decesos.
RPCh: Presupuesto militar: 261 mil mdd. Sus fuerzas armadas se enfocan en la defensa, con un sistema de misiles antinaval y antiaéreo avanzado. No ha invertido en portaviones de combate que naveguen por el mundo y aunque es potencia nuclear, no impulsa una nueva carrera armamentista.
Un estudio reciente de la Universidad de Harvard sobre China revela que el 93 por ciento de la población brindó su apoyo y mostró satisfacción hacia el gobierno central liderado por el PCCh.
Los contagios por Covid-19 suman 84 mil 668; los decesos, cuatro mil 634 y los recuperados, 79 mil 232.
Fuentes: Instituto Internacional de Estudios para la Paz, de Estocolmo (SIPRI), Benjamin y JS Davies, en La Haine.
Pugna tecnológica
El conflicto actual se produjo como un efecto de la globalización: la “deslocalización” de empresas estadounidenses hacia zonas abiertas chinas que ofrecían condiciones ideales al capital corporativo para reproducirse. Esa trasnacionalización benefició primordialmente a las 500 corporaciones –la mayoría de EE. UU.– en el listado anual de la revista Fortune.
El efecto paralelo fue que se expandieron las tecnologías de la información-comunicación e irrumpieron las redes sociales. Fue así como las personas se contactaron en tiempo real con otras en cualquier parte del planeta; investigadores y académicos se conectaron entre sí y accedieron con inmediatez a nuevos conocimientos y el capitalismo agilizó sus procesos y aumentó sus ventas.
Años después, la deslocalización en EE. UU. mostró sus efectos negativos. La pérdida de ganancias y el desempleo –que Trump capitalizó perfectamente en su primera campaña presidencial– agudizaron la pugna entre corporaciones tecnológicas de Silicon Valley y sus homólogas chinas.
Firmas como Apple, Verizon, AT&T, beneficiarias del enorme mercado chino y de la mano barata y calificada asiática, temían que las superara el imparable avance de la tecnología móvil 5G china, que protagonizan Huawei y ZTE. En la fase actual de aceleración, Washington y Beijing se acusan de construir la red de 5G para espiarse unos a otros.
Para los analistas Medea Benjamin y Nicolás J.S. Davies, el temor de la Casa Blanca es que ya no podrá –como suele hacerlo– solicitar a las tecnológicas de Silicon Valley datos personales de estadounidenses, producto del espionaje coordinado con la Agencia de Seguridad Nacional (ASN).
Benjamin y Davies afirman que hoy, en EE. UU., nadie plantea que la verdadera solución a ese espionaje sea “derogar la Ley Patriótica” y que el gobierno garantice que la tecnología utilizada por el gobierno a diario no sea para vigilar a personas en EE. UU. y otros países. Pero las redes de inteligencia gubernamental temen que si China y su tecnología 5G dominan, ya no podrán hurgar en la vida privada de millones de personas.
Otra gran molestia para el imperialismo corporativo es la enorme inversión de China en infraestructura en el planeta. Solo en el primer trimestre de este año, la Iniciativa de la Franja y Nueva Ruta de la Seda incorporaba a 138 países, mientras que EE. UU. se aísla y pierde hegemonía.
Caso Tik Tok
En su pugna contra China, Donald Trump se orientó hacia la exitosa aplicación de videos cortos Tik Tok, que usan 42 millones en EE. UU. y 900 en el mundo; pero al que el republicano achaca todo lo negativo, incluida la difusión del Covid-19 y porque arriesga la seguridad nacional. En corto tiempo, esta aplicación se perfiló como el mayor fenómeno global de la tecnología china y desde que compite con EE. UU. en telecomunicaciones, ha sufrido amenazas de Trump de que prohibirá su operación; hace días vetó ilegalmente sus transacciones porque, según él, la red social “extrae valiosa informaciónˮ. A esta falacia, el analista Ociel Alí López respondió: “Como si fuera la únicaˮ. Ante el ultimátum de Trump, China buscó un comprador para que la red siga operando en EE. UU. Los interesados son Microsoft –al que interesa la red de microblogginf china y Twitter– que solo pretende adquirir las operaciones de la red en EE. UU.
En días pasados, el vocero de la cancillería china, Zhao Lijian, en respuesta a la versión de un funcionario de inteligencia estadounidense de que el país asiático intensifica su esfuerzo para influir en los próximos comicios, afirmó: “China no tiene ningún interés y nunca ha interferido en las elecciones presidenciales de EE. UU.
“Estamos comprometidos a desarrollar una buena relación bilateral, en la no confrontación y cooperación de ganar-ganar; pero es fundamental la ausencia de conflicto y salvaguarda de nuestra soberanía y seguridad”, agregó Lijian.
Taiwán y Hong Kong
EE. UU. tiene una larga historia de provocaciones contra la RPCh que Trump, en campaña electoral, reaviva ahora para desviar la atención de la grave situación del país y medir el límite de tolerancia de Beijing. Aunque Washington reconoció que “hay una sola China y Taiwán es parte de ella”, la Casa Blanca sistemáticamente viola el principio de una sola China en Taiwán y Hong Kong. Es por ello que el complejo militar industrial no ha cesado de vender armas a Taiwán en complicidad con el huésped en turno de la Casa Blanca. Trump aprobó, en fecha reciente, la Ley de Viajes –con oposición de Beijing– y usó el pretexto de la pandemia para enviar a su secretario de Salud, Alex Azar –el funcionario de más alto nivel en hacerlo desde 1979– para “ayudar” a Taiwán.
Este respaldo de Washington a los separatistas de Taiwán crea tensiones innecesarias e impide la unificación con China y el desarrollo de la región. Taiwán solo es una pieza en la ilusión de supremacía estadounidense en Asia-Pacífico, y provocar el principio de una sola China, llevará a Beijing a reforzar su decisión de unir en lo inmediato la parte continental con Taiwán.
Una estrategia similar sigue Occidente en la Región Administrativa Especial de Hong Kong (RAEHK). Las súbitas protestas de estudiantes y grupos civiles hace dos años derivaron de su exigencia por más derechos a una cruzada contra la Ley de Seguridad Nacional que promulgó la Asamblea Popular Nacional.
Para el analista político Abdul-Khaliq Mahjoub, esa ley es un instrumento para que los residentes ejerzan sus derechos con certidumbre y para afianzar la seguridad interna de China ante las injerencias extranjeras que intenten socavar su estabilidad. La intervención foránea fue obvia en los disturbios de jóvenes en zonas comerciales, al atraer la atención de los extranjeros para mostrar el “caos” en la RAEHK.
Frente a las críticas contra la nueva ley, hay un marco jurídico que aceptó la comunidad internacional y sostiene las acciones de Beijing. La declaración chino-británica de 1984 sobre Hong Kong establece que este territorio quedaría “directamente bajo la autoridad del gobierno central chino” tras su regreso a la República Popular China y gozará de “un alto grado de autonomía”, con excepción de las responsabilidades del gobierno central.
Es decir, la seguridad pública de Hong Kong es competencia de la RPCh, no del gobierno autónomo, por tanto la Ley de Seguridad Nacional que promulgó la Asamblea Popular Nacional de la RAEHK es constitucional y coherente con las leyes establecidas. El académico James C. Hsiung explicó a la agencia Xinhua, que bajo esa lógica legal, desafiar la autoridad de la Asamblea es una acción equívoca.
Violar cínicamente el consenso político bilateral representa un gesto simbólico y confirma que el actual gobierno estadounidense ve a China como su principal rival geopolítico y con ello justifica toda provocación.
Diplomacia de seda
Mientras el gobierno de Donald Trump profundiza sus diferencias con aliados y adversarios, la RPCh posiciona sus intereses geopolíticos con nuevos socios en el mundo. En abril, al iniciar la fase letal de la pandemia en nuestro país, el canciller Marcelo Ebrard admitió que el “puente aéreo” entre China y México era muestra de la buena relación bilateral y agradeció la prontitud con que el gigante asiático atendió la petición mexicana de suministros sanitarios, que llegaron en 20 vuelos y con una frecuencia de dos a cuatro viajes por semana.
En agosto, la diplomacia de seda china ha obtenido dos éxitos que incomodan a EE. UU.: uno es la aprobación del Senado de Brasil de un acuerdo que convirtió a ese país en miembro del Banco Asiático de Inversiones en Infraestructura (BAII), pujante institución multinacional que financia proyectos en Asia y otros países. Y dos: el arribo de 18 ingenieros chinos a Bogotá para iniciar la construcción de la primera línea del metro, la cual tendrá 20 kilómetros. Cabe recordar que Colombia es aliado estratégico de EE. UU. A la par, la RPCh donó 100 mil dólares a El Salvador para que su gobierno atienda los efectos provocados por el Covid-19 y las tormentas tropicales.
Otro gesto de activa diplomacia china en América Latina fue la declaración de académicos y legisladores argentinos el 10 de agosto, cuando destacaron su apoyo a la integración global que propone la iniciativa china de la Faja Económica y la Nueva Ruta de la Seda del Siglo XXI.
Ciclo de provocaciones
Tres de marzo 2018: EE. UU. impone alza de 25 por ciento en aranceles al acero.
Del tres al cuatro de abril: Trump publica una lista de mil 333 bienes chinos cuya importación es mayor a 50 mil mdd. Un día después China impone aranceles del 25 por ciento a 104 importaciones de EE. UU.
1º de diciembre: EE. UU. y Beijing pactan acuerdo para detener la guerra comercial.
10-15 de mayo de 2019: Termina la tregua. Trump incrementa al 35 por ciento los aranceles a más de cinco mil productos importados de China. Declara a su país en emergencia nacional y prohíbe a sus empresas usar equipos de telecomunicación fabricados en China.
20 de mayo: Google y otras firmas tecnológicas dejan de vender componentes a Huawei.
30 de junio: Nueva tregua tras la reunión del G-20 en Osaka.
Del dos al cinco de agosto: Trump impone nuevos aranceles a China, que deprecia el yuan y afecta al dólar.
Abril: El abogado del grupo Freedom Watch, Larry Klayman, demanda a China por 20 mil mdd por “desatar el Covid-19 contra el pueblo de EE. UU.ˮ. El 27, en rueda de prensa, Trump anuncia que exigirá a China pagar por daños de la pandemia.
29 de mayo: EE. UU. deja de considerar a RAEHK “políticamente autónomoˮ.
Dos de julio: China adopta la Ley de Seguridad Nacional en la RAEHK.
23 de julio: Durante su discurso en el Museo Richard Nixon, titulado La China Comunista y el Futuro del Mundo Libre, Mike Pompeo lanza diatribas para persuadir al mundo de ir contra la RPCh, afirma el líder de la Fundación Cultura Estratégica, Brian Cloughley.
Dos de agosto: La senadora por California Dianne Feinstein afirmó que demandar a China por la pandemia sería un “gran errorˮ, pues desataría una serie de eventos desconocidos “muy peligrososˮ.
Siete de agosto: Trump sanciona a la jefa ejecutiva de Hong Kong, Carrie Lam y 10 funcionarios más, por “impedir la libre expresiónˮ. A su vez, China sanciona a 11 funcionarios de EE. UU., incluidos los senadores ultraconservadores Marco Rubio y Ted Cruz.
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Escrito por Nydia Egremy
Internacionalista mexicana y periodista especializada en investigaciones sobre seguridad nacional, inteligencia y conflictos armados.