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En 1965 se discutió, en París, qué significa la literatura. Intelectuales franceses como Simone de Beauvoir y Jean Paul Sartre vertieron sus análisis al público y hoy pueden ser leídos en una compilación titulada ¿Para qué sirve la literatura? En sus páginas se comprende esta rama artística –entre otros aspectos– como un medio informativo y contenedor de vías de comunicación del ser humano, entre sus semejantes y el mundo. Esta correlación se produce cuando, por ejemplo, leemos una obra de Honorato de Balzac y, a través de ella, nos situamos en su contexto histórico.
Es verdad que ese debate en París no nos proporcionará respuestas satisfactorias a nuestras cuestiones artísticas o literarias en México, un país subdesarrollado con millones de personas en pobreza. Por eso cabe retomar el problema, orientarnos con las respuestas ya dadas, situarnos en nuestra tierra y preguntarnos qué puede expresar el arte mexicano, qué puede aportar la literatura en nuestro país, qué hay que esperar de una novela, de algún poema o de alguna pintura.
En cualquier país neoliberal encontraremos que sus intelectuales ven el arte como un poder de impugnación, es decir, que el creador de la obra de arte tiene una facultad de confrontación o de polémica, de crítica o incluso de rebelión contra sus condiciones sociales. Esto es verdad. Pero en México es difícil que ese poder de crítica se realice de manera inmediata, sobre todo en este preciso momento, cuando el poder es una liturgia senil.
El poder creativo y crítico está controlado por el gobierno de López Obrador. El Presidente recurre, sin discriminación, a la consigna “fuera máscaras”, símbolo de intolerancia a la independencia intelectual, pero, sobre todo, a la crítica. Esto representa un ataque a la cultura, que se complementa y se funda con la reducción de recursos al área cultural, recorte por el que varios cineastas se manifestaron; el ataque atiza la ignorancia y desafía la democracia; pues en los distintos foros de discusión se hallan polarizadas las opiniones y se descalifica de inmediato a quien pretende criticar, tachándosele de “conservador”.
Una muestra de la represión a la cultura, en general, la hallamos en la sanción contra la revista Nexos debido a una irregularidad publicitaria de 2018, que detectó la Secretaría de la Función Pública (SFP), casualmente descubierta después de que dicha revista emitiera críticas al gobierno en turno. Nos encontramos en una atmósfera de linchamiento mediático contra todo aquel que disienta de López Obrador.
Ya pasó el tiempo en que México albergaba críticos intelectuales e invertía en difusión cultural; de los años de la transición democrática quedan remanentes que están apagándose con sanciones como las aplicadas contra Nexos y Animal Político. De hecho, los límites del debate público se establecieron desde el momento que se hicieron los recortes presupuestales (dos mil 800 millones de pesos menos para cultura en este año).
Hay mucho qué hacer contra el autoritarismo del Estado. Presenciamos cada día cómo hay premios y castigos respecto a la crítica o a los elogios al Presidente. Desde luego que los trabajos creativos y de investigación tienen que seguir; los artistas y gestores culturales deben continuar con la construcción de los vasos comunicantes que la obra de arte brinda, y situarnos en nuestra realidad. El problema es que, desde el poder estatal, deslegitiman la fuerza crítica del arte, el poder de impugnación que, de manera abstracta, tiene la obra artística no lo hallamos en la situación concreta de nuestros días. La crítica puede recobrar su poder solo en conjunto, con una fuerza que haga contrapeso al gobierno autoritario y ése es el poder de la sociedad entera organizada por un bien común: quitar del poder a quien no hace más que polarizar y empobrecer a la población.
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Escrito por Betzy Bravo
Investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales. Ganadora del Segundo Certamen Internacional de Ensayo Filosófico. Investiga la ontología marxista, la política educativa actual y el marxismo en el México contemporáneo.