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Ya se ha instalado, en una agenda cuyos adictos crecen diariamente, la cuestión de la Inteligencia artificial (IA). No abordaremos el tema desde complejas consideraciones y un lenguaje tecnológico, sino con palabras de uso cotidiano y el sentido común del pensamiento popular como guía para analizar este fenómeno que nos introduce en un futuro que ya está entre nosotros.
Se puede entender a la IA como la manifestación más alta y compleja de las ciencias de la computación. Su objetivo es la creación de máquinas que sean capaces de imitar o superar –según la perspectiva de unos u otros– a la inteligencia humana.
Tales aparatos utilizan la experiencia de los sistemas informáticos que aprovechan la capacidad de almacenar y procesar informaciones para dar respuesta a problemas que le son planeados por medio de algoritmos, es decir, una serie de pasos sucesivos sujetos a un conjunto de instrucciones lógicas destinadas a llevar a cabo una tarea específica.
Las ventajas y desventajas de la aparición de esos instrumentos también es motivo de polémicos debates. Las ventajas aparecen como obvias y serían la continuación de los rápidos avances tecnológicos por la que transita la humanidad desde hace un par de siglos.
Las desventajas aluden a la mítica idea de que estas máquinas, en algún momento y siguiendo la propia lógica de su desarrollo, podrían “independizarse”, adoptando resoluciones en campos no pensados, de un modo independiente de las decisiones de los humanos que las crearon. Dicho esto, más allá del impacto inmediato que su uso puede producir en otras cuestiones centrales de la vida cotidiana, como la educación y el trabajo.
Sin quedar atados a estas consideraciones, que –para muchos– pueden ser consideradas como parte de películas de ciencia ficción, hay dudas sobre el alcance de esta nueva tecnología. Según criterios muy generales, se puede considerar la existencia de dos tipos de IA.
La “IA débil o moderada” supone una gigantesca mejora, respecto a lo conocido, pero de características cuantitativas. Se trata de un crecimiento, casi infinito, de las capacidades actuales de almacenamiento del sistema. La intervención en materia de cuestiones financieras, atención médica, educación, transporte, constituyen el uso más corriente y generalizado de la IA que hoy se conoce. Sería la expresión de lo que podría denominarse la “Cuarta Revolución Industrial”.
En cambio, las tareas de lo que hoy se conoce como “IA fuerte” apuntan a perspectivas mucho más extremas. No es casual que ellas estén rozando lo apocalíptico, para los conocimientos actuales. Suponen un sistema de distinta calidad, creando modos de comunicación diferentes a los conocidos y encierra la posibilidad que el propio sistema encuentre su viabilidad de despegarse de lo conocido y de la planificación prevista por sus creadores.
En este sentido, todavía media un abismo entre la informática actual y una “IA fuerte”. Haciendo comparaciones, es más comprensible si lo equiparamos a la distancia que media entre los vuelos espaciales actuales y la perspectiva de un vuelo espacial a la velocidad de la luz.
Entre los años 1940 y 1950 se pueden ubicar las primeras investigaciones en torno a este tema. Ellas giraron sobre la idea de generar algo semejante a las funciones del cerebro humano y sus redes neuronales. Ese camino tuvo fuertes avances en la década de los 90 por el salto en materia de velocidad de circulación y capacidad de almacenamiento de las computadoras. Avalando esa tendencia, desde el año 2004 robots de la NASA transitan en forma autónoma por el territorio de Marte.
Otro aspecto que limita este desarrollo son los recursos necesarios para llevarlo adelante. Una evaluación del año 2016 indica que el total de recursos afectados a este tema era de aproximadamente ocho mil millones de dólares. No son de menor importancia las opiniones de quienes advierten sobre los riesgos que un desarrollo ilimitado de esta tecnología puede encerrar.
En el año 2015, unos tres mil investigadores firmaron (junto al famoso físico Stephen Hawking y Elon Musk, una de las personas más ricas del mundo) una carta abierta solicitando la prohibición del uso de armas autónomas, a partir de la IA.
Más recientemente, el mismo Musk pidió que durante seis meses se detuvieran las investigaciones sobre la IA, por los riesgos que entrañaban para toda la humanidad. Para algunos no era más que una triquiñuela para seguir avanzando y reducir las distancias con investigaciones mucho más avanzadas.
Otros analistas consideran que estos “peligros” no son tales y que están advirtiendo el riesgo que las más grandes empresas puedan perder el control económico a causa de tales avances. Se fundan en la democratización de esos conocimientos y en la posibilidad de que sean muchos quienes los puedan explotar. Según esta perspectiva, la preocupación de las grandes empresas es retomar el control de este recurso, limitando –mediante reglamentaciones– el número de competidores.
Impacto de la IA sobre educación y trabajo
La IA afecta a la vida cotidiana en su conjunto. En ese sentido, los especialistas estiman que su influencia futura será superior a la que hoy tiene Internet. Aquí se desarrollarán algunas ideas sobre su incidencia en dos temas vitales: trabajo y educación.
En materia laboral, no quedan duda sobre su influencia. La pandemia de Covid fue una gigantesca prueba en este sentido. En el caso argentino, el ejemplo de la zona de la city porteña, con el desplazamiento de las oficinas de financieras, bancos, empresas aseguradoras y otras actividades conexas, son la prueba más evidente.
En muy poco tiempo, un barrio entero está alojando funciones distintas que van cambiando su imagen. Grandes espacios de oficinas se están transformando en múltiples departamentos, en muchos casos, monoambientes, para contener a otro tipo de población. Los anteriores empleados se están mudando a oficinas del gran Buenos Aires o a trabajar desde sus casas.
Cuanto más se avance en mecanismos informáticos –la IA es uno de ellos–, más rápido y profundo serán esos cambios, que incluirán tareas domésticas, la mayor parte de los servicios y múltiples actividades profesionales y administrativas, donde el contacto presencial dejará su lugar a las relaciones informáticas. A diferencia de lo que venía pasando hasta ahora, que las tareas de menor responsabilidad eran las primeras en ser desplazadas, ahora se profundizará la posibilidad de que sean los cargos intermedios y superiores los principales afectados.
Mucho más serio, profundo y de consecuencias polémicas es la perspectiva de la cuestión educativa. Es allí donde un programa iniciado el año pasado y que recién está superando el periodo de experimentación, el ChatGPT desarrollado por OpenIA, está adquiriendo una rápida presencia.
Es un programa fundado en el uso de una IA moderada cuya especialidad es la capacidad de mantener diálogos respondiendo a las cuestiones más complejas en pocos segundos.
Por estas características su impacto en materia educativa es inmediato, tal como lo prueba el hecho de que docentes y estudiantes de los niveles secundario y universitario, particularmente de materias o carreras humanísticas, lo estén adoptando rápidamente.
Obviamente hay opiniones que no concuerdan con el uso de esta herramienta, pero el debate más importante se da sobre las condiciones para su uso. La mayoría opina que una prohibición no haría otra cosa que alimentar su búsqueda. En estas condiciones, la mayor duda gira en torno a que esta IA no ocupe el lugar de la responsabilidad personal.
Eso incluye evitar el fraude de utilizarlo –sin aviso– reemplazando a la investigación o respuesta propia. Esto puede ocurrir con el agregado de que las nuevas generaciones, nacidas en estos tiempos digitales, tienen el hábito más desarrollado de lidiar con estos instrumentos. Cuestiones semejantes ya fueron consideradas cuando Internet hizo su aparición.
Para otras posiciones, de un tono más apocalíptico, esta tecnología es un nuevo desafío a la escuela –como hoy la conocemos–, con sus docentes y edificios escolares. No faltan algunos fanáticos que vislumbran un futuro –no cercano– de un modelo educativo donde la trasmisión de conocimientos quedaría en manos de estas tecnologías y el lugar del actual docente podría ser ocupado por “técnicos” informáticos.
Por eso la IA es un largo camino que recién comienza. El Programa mencionado no es aceptado por China y otros países asiáticos (por expresarse con un lenguaje que se corresponde con la lógica del mundo occidental) y el parlamento europeo está discutiendo sobre la reglamentación al uso e investigaciones vinculadas a la IA.
Samuel Altman, de 38 años y cabeza visible de la empresa que lanzó al mercado el Programa Chat GPT, compareció el martes pasado ante el Senado de EE. UU. y planteó que el Congreso de ese país debería regular el uso de la IA.
Después de afirmar que este invento tendrá efectos semejantes a los que tuvo –siglos atrás– la imprenta, concluyó con una llamativa reflexión: “mi peor temor es que causemos un daño significativo al mundo”. Algunos senadores concluyeron que esto no es lo que queremos para nuestro futuro.
Este artículo fue publicado originalmente en el portal rebelión.org
* Analista político y dirigente social argentino, asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la).
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Escrito por Juan Guahán*
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