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El miércoles siete de octubre de 2020 falleció el Dr. Mario Molina, Premio Nobel de Química en 1995, junto al Dr. Sherwood Rowland y el Dr. Paul Crutzen, en reconocimiento a su trabajo sobre la descomposición de la capa de ozono por acción de los clorofluorocarbonos (CFCs), un conjunto de compuestos gaseosos comercialmente conocidos como freones. La importancia de su trabajo científico radicó en que se adelantaron a predecir lo que pasaría antes de la completa destrucción de la capa de ozono (O3), proponiendo el mecanismo por el cual los CFCs destruyen al O3. El trabajo del Dr. Mario Molina y sus colaboradores en las décadas de 1970 y 1980 aportó sólida evidencia científica para impulsar el primer tratado internacional en materia de protección al medio ambiente, el Protocolo de Montreal en 1987.
Mario Molina nació el 19 de marzo de 1943 en la Ciudad de México y en 1960 comenzó sus estudios de ingeniería química en la Universidad Nacional Autónoma de México. En 1967 hizo estudios de posgrado en la Universidad de Friburgo, Alemania y obtuvo el doctorado en la Universidad de Berkeley, California, Estados Unidos (EE. UU.) en 1972. Para sus estudios de postdoctorado, fue invitado por el Dr. Sherwood Rowland a la Universidad de Irvine, también en California, para investigar el comportamiento de los CFCs en la atmósfera.
Los CFCs fueron sintetizados a finales del Siglo XIX. Se obtienen a partir de hidrocarburos sencillos, como metano (CH4) y etano (C2H6), por la sustitución de sus átomos de hidrógeno (H) con cloro (Cl) o flúor (F). Posteriormente, investigaciones realizadas en la empresa General Motors en 1928 descubrieron sus propiedades refrigerantes. Pronto, sustituyeron al dióxido de azufre (SO2) y al cloroformo (CHCl3) como refrigerantes, ya que éstos son tóxicos. La estabilidad físico-química y la nula toxicidad de los CFCs permitió ampliar sus aplicaciones a otros ámbitos industriales: propelentes de aerosoles, agentes espumantes de plásticos y agentes de limpieza.
Pero en la década de 1950, se encontró evidencia de que los CFCs se almacenaban en la estratósfera, entre 25 a 30 km de altura. Esta región presenta la mayor cantidad de ozono, una molécula formada por tres átomos de oxígeno, con la capacidad de absorber gran parte de la radiación ultravioleta proveniente del Sol. Desafortunadamente, la estabilidad química de los CFCs, que les confiere ventajas para diversas aplicaciones industriales, también les permite alcanzar las superficies altas de la estratósfera hasta acumularse en ella, ya que ni son solubles en agua ni reaccionan con otros gases atmosféricos.
Molina y Rowland simularon en laboratorio las condiciones de la estratósfera y descubrieron que la luz ultravioleta contiene la energía suficiente para romper las moléculas de CFCs, fenómeno conocido como fotodisociación. En consecuencia, se forman átomos de cloro libres que reaccionan con el O3, formando monóxido de cloro (ClO) y oxígeno diatómico (O2). A su vez, la molécula de ClO es disociada también por la luz ultravioleta, liberando cloro de nuevo y causando una reacción en cadena que consume más moléculas de ozono.
Los resultados de Molina y Rowland se publicaron en junio de 1974 en la revista Nature. La publicación y los esfuerzos de ambos investigadores por divulgar sus resultados conmocionaron a diversos agentes políticos e industriales en EE. UU.. En diciembre de ese año, Molina y Rowland debieron testificar en una audiencia pública en la Cámara de Representantes de EE. UU. ante el férreo reclamo de las trasnacionales, como Dupont y Guillete. Pero los investigadores no cedieron en su mensaje a los medios de comunicación: la producción industrial de CFCs debía detenerse. La actitud de Molina y Rowland fue temeraria, pues sus resultados se obtuvieron en laboratorio y faltaba la confirmación con mediciones directas en la estratósfera. Evidentemente, no iban a esperar una confirmación directa, que llegó en 1985, para advertir a la sociedad. En memoria del Dr. Molina, dedicamos este pequeño escrito y deseamos que su recuerdo perdure en la sociedad mexicana.
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Escrito por Jorge Adrián Serrano
Colaborador ciencia