Los bombardeos de Estados Unidos (EE. UU.) en el Caribe contra lo que llaman “narcolanchas” y la aproximación de la armada estadounidense a aguas venezolanas es en realidad una cortina de humo para ocultar el verdadero propósito.
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Un estudio publicado recientemente por la revista estadounidense Science calcula que las bandas del narcotráfico han contratado cerca de 200 mil personas en 10 años; convirtiéndose en el quinto ramo empresarial con más contrataciones laborales. Esta información es aproximada, pero nos da una idea clara de lo que sucede en México y, de alguna manera, confirma lo que algunos analistas hemos advertido en varias ocasiones: para la juventud, enrolarse en el crimen organizado significa una opción atractiva de trabajo y, como tal, es ofrecida como una actividad “normal” o deseable por los medios de comunicación masiva en cuyas canciones, películas y programas televisivos, los narcos son pintados como héroes populares por su valentía y audacia para escapar de autoridades, comprar conciencias y lealtades de políticos y empresarios encumbrados.
El narcotráfico prevalece en un ambiente de descomposición social, donde además de contar ya con su propia cultura, está interviniendo a fondo en los procesos electorales para imponer autoridades y, según las investigaciones de una agencia de seguridad estadounidense, hoy dominan casi la mitad del territorio nacional. Los narcos reparten tanto despensas como balazos ante la complacencia y silencio del Gobierno Federal.
En México, cada año se incorporan al mercado laboral más de 1.5 millones de jóvenes, que tienen muy pocas posibilidades de encontrar un empleo bien pagado, ya que el desempleo abierto es demasiado amplio e impide la oferta de mejores salarios. Y a este problema se suma la falta de una política pública que estimule el crecimiento económico, que privilegie la creación de empleos y combata efectivamente la pobreza generalizada y la miseria extrema en la que viven muchas familias mexicanas. Estos problemas predisponen a los jóvenes a aceptar las ofertas del narco, ya que ofrece ingresos mucho mayores al miserable salario mínimo, no exige currículo, ni experiencia laboral previa, incluso promete una forma rápida de hacer dinero. Por todo esto, muchos jóvenes se enrolan voluntariamente en las bandas sin saber a ciencia cierta lo que les espera; otros lo hacen porque los mueve la necesidad y unos más porque son reclutados a la fuerza. El horror para los reclutas comienza con los primeros encargos, con el olor de la sangre y la muerte y, según el mismo estudio, termina con su vida en menos de 10 años porque termina con su juventud, que en otras condiciones habría sido fructífera y duradera.
El artículo no explica cómo hemos llegado a estos niveles de permisibilidad y barbarie, pero el negocio del narcotraficante resulta tan rentable, que en él participan empresarios y políticos, sin importar que sea ilegal, inmoral e insensible; ya que, como ocurre con cualquier capitalista, el único interés consiste en “hacer mucho dinero” a costa de explotar al trabajador, de matarlo de hambre paulatinamente o que se consuma de un sólo tajo; porque, a final de cuentas, el negocio proporciona poder y un estilo de vida muy elevado. Los empresarios y los narcotraficantes piensan que este país les ha dado bases reales y fuertes para consolidar su poder económico y político. Los funcionarios en el gobierno los representan bien y eso les ha permitido que los giros de sus negocios se diversifiquen, ya que ahora no sólo controlan la venta de estupefacientes, sino también extorsionan a empresas de bienes o servicios. El pueblo en general se enfrenta a la disyuntiva de contratarse con los empresarios que pagan un salario de hambre o con los narcos, que pagan mejores salarios, según el nivel de riesgo de su desempeño, que puede conducirlo a una vida demasiado corta. Estando así las cosas, los únicos que pueden poner un alto a la descomposición social y a esta esclavitud moderna que hoy asuela a México son los trabajadores. De ahí la urgencia de que se eduquen políticamente y se organicen.
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Escrito por Capitán Nemo
COLUMNISTA