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En El Capital, Marx desarrolla la ley general de la acumulación capitalista, su teoría sobre la ineluctable tendencia a la concentración del capital; impelido por su naturaleza misma de “valor que crece”, evoluciona desde una multitud inicial de pequeños negocios, hacia estructuras mayores en su fase madura. Lenin en su Imperialismo, fase superior del capitalismo, confirmó tal predicción, evidenciando cómo a partir de 1870, el capital progresó aceleradamente hacia estructuras monopólicas; y como parte de esta tendencia, Lenin mostró el fortalecimiento del capital financiero (fusión entre el capital bancario e industrial).
Un historiador no marxista, que incluso discrepa en muchos aspectos, pero que estudia la ciencia, confirma con datos, actualizados hasta la década pasada, la teoría de Lenin. Me refiero a Jürgen Kocka, historiador alemán, y a su libro Historia del capitalismo (Editorial Crítica), del cual expongo algunos fragmentos. Sobre la evolución de la industria familiar, dice: “En la primera fase de la industrialización, hasta las empresas más caras presentaban un modesto capital inicial. El sector minero alemán contaba hacia el año 1850 con entre uno y dos (máximo, tres) millones de marcos; el capital de las fábricas de otros sectores, sobre todo la amplia rama textil, solía ser bastante inferior. Sin embargo, entre 1887 y 1927 el capital medio de las cien mayores empresas alemanas pasó de 9.4 a 59 millones de marcos (…) El capital propio de Deutsche Bank aún era en 1970 de 1,400 millones de marcos, pero en 2010 se había elevado ya a 49,000 millones de euros (…) En general, las sumas estaban cada vez más por encima de las posibilidades de las familias de propietarios. Se hacía necesario, pues, recurrir a la financiación a través de los mercados de capitales y optar por la forma organizativa de las sociedades de capital” (Pág. 127). La escala empresarial creciente no permitía ya el financiamiento familiar, y obligaba a buscar otras fuentes, ocasionando así la penetración y dominio del capital bancario sobre la industria y su ulterior fusión.
Detalla luego que el término “segunda revolución industrial”, “… apunta también hacia la centralización del capital a través de grandes fusiones en forma de cárteles, asociaciones, holdings y consorcios, que (…) en torno a 1870, trataron de limitar o incluso de excluir por completo la competencia (…) jugaron a su favor los grandes bancos, que, a diferencia de lo que había ocurrido en el pasado, en aquel momento invertían grandes sumas en la industria y trabajaban en estrecha colaboración con determinadas empresas productoras, con lo que la mezcla de titularidad de acciones y representación mutua en los consejos de supervisión suponía un eficaz medio y conllevaba una sólida vinculación entre el capital industrial y el bancario (…) Como consecuencia, se llegó a una unión sin precedentes entre poder y riqueza (…) Rockefeller (…) la British-American Tobacco Corporation, creada en 1902 (…) A finales del Siglo XIX y principios del XX se integraban de forma vertical y estaban centralizadas y fuertemente jerarquizadas (…) eran extraordinariamente influyentes” (Ibid., Págs. 127-129).
Actualmente, el progresivo dominio de las finanzas sobre la industria y otros sectores de la economía “real” constituye la llamada financiarización. “Los mercados financieros mundiales se han expandido enormemente en las últimas décadas, lo que ha dado lugar a una caída de la producción y el comercio “reales” y ha influido en numerosos aspectos de nuestra economía, sociedad y medio ambiente. El término ‘financierización’ (…) se manifiesta en el papel creciente de los intereses y actividades financieras en el funcionamiento de las economías (…) los intermediarios financieros y las tecnologías han adquirido una influencia sin precedentes (…) La expansión de los mercados financieros no solo está relacionada con el volumen de las transacciones financieras, sino también con la diversidad creciente de operaciones y actores en el mercado financiero y su interconexión con todos los ámbitos (…) ha alterado economías enteras, desde los hogares y las empresas hasta el funcionamiento de los sistemas monetarios y los mercados de productos básicos (…) convierten en ganancia los problemas de buena parte de la sociedad (…) la financierización ha aumentado la desigualdad, ha ralentizado la inversión en la producción ‘real’, ha incrementado la presión sobre las personas y los hogares endeudados y ha dado lugar a una merma de la responsabilidad democrática” (Financierización: guía básica, 2019, FUHEM, España). Esto último muestra la consolidación del poder global de las finanzas en el mundo capitalista, sobre una “democracia” cada día más ficticia.
Al respecto, Kocka advierte: “La tendencia a separar la actuación económica de los contextos sociales, la creciente valoración del lucro y del crecimiento como únicos objetivos (…) la “financiarización” –esto es, con el auge del capitalismo de los mercados financieros– (…) El capitalismo financiero como esencia de los negocios que no tienen relación con la producción y el intercambio de bienes, sino, sobre todo, con el dinero, y que son realizados por cambistas, corredores, bancos, bolsas, inversores y mercados de capital…” (Pág. 133).
Paladinamente, George Soros así lo reconoce. Escribió en 1998: “el sistema favorece al capital financiero, que puede elegir dónde quiere emplearse (…) Podemos representarlo como un gigantesco sistema circulatorio. El capital financiero ha pasado a ocupar el asiento del conductor” (Ibid., Pág. 134). Y esto se aceleró con el neoliberalismo: “La política de desregulación ‘neoliberal’ (…) contribuyó de forma considerable (…) además de favorecer un ascenso desorbitado de los beneficios de los banqueros” (Ibid., Pág. 134).
Esto trae consigo el sometimiento creciente de la economía real al capital financiero: “Un elevado número de movimientos de capital tenían (y tienen) como objetivo no ya la inversión para fines productivos, sino la especulación (…) muchas veces resulta difícil distinguir unos de otros. Aparecieron grandes beneficios que no se correspondían con una creación de riqueza (…) esta parte de la economía capitalista (…) se aleja en buena medida de la economía real y renuncia al enraizamiento social…” (Pág. 135). En ese sentido: “… empresas industriales como General Motors o General Electric incorporaron a su cartera de negocios sus propios servicios financieros, que pronto les proporcionaron más beneficios que su actividad principal” (Pág. 134). Igual hacen algunos consorcios mexicanos.
Como consecuencias de lo anterior, advierte Kocka: 1) cambia el ejercicio del poder: “También las relaciones de poder y los procesos de toma de decisiones en las altas esferas de las grandes empresas han evolucionado desde el capitalismo gerencial hasta el capitalismo financiero o de inversores en los últimos años y decenios” (Pág. 137); 2) mayor volatilidad de capitales: “En cualquier momento pueden vender o reorganizar su cartera, lo que les confiere un enorme poder. La inestabilidad crece. En la década de los sesenta, los inversores (en Nueva York) mantenían sus acciones de media entre ocho y nueve años. Ahora, ni siquiera llegan al año” (Pág. 138); 3) crisis más profundas: “La crisis financiera internacional de 2008 (…) muestra con claridad el enorme potencial autodestructivo y, en general, peligroso que entraña la dinámica de este nuevo capitalismo de inversores cuando se deja en manos de sí mismo, esto es, de los banqueros, inversores, corredores, analistas y demás ‘gerentes del dinero’” (Pág. 140).
Este fenómeno, expuesto por Lenin, domina al mundo capitalista. En México, con el neoliberalismo, hasta hoy. En Estados Unidos, tras de Joe Biden gobiernan Wall Street, los grandes bancos, el siniestro corporativo BlackRock; en Francia, tras el régimen de Emmanuel Macron, la antigua banca Rotschild. Son el poder tras el trono en política y economía. Pero este régimen no puede ser eterno, por irracional e injusto, y hoy empieza a mostrar resquebrajaduras, enfrentado por Rusia en Ucrania. Y algún día, todos los pueblos del mundo lo arrojarán al basurero de la historia y convertirán la economía en instrumento de producción de satisfactores para el bienestar social.
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Escrito por Abel Pérez Zamorano
Doctor en Economía por la London School of Economics. Profesor-investigador de la Universidad Autónoma Chapingo.